miércoles, 19 de diciembre de 2018

Vecinos, Raymond Carver

Bill y Arlene Miller eran una pareja feliz. Pero de vez en cuando se sentían que solamente ellos, en su círculo, habían sido pasados por alto, de alguna manera, dejando que Bill se ocupara de sus obligaciones de contador y Arlene ocupada con sus faenas de secretaria. Charlaban de eso a veces, principalmente en comparación con las vidas de sus vecinos Harriet y Jim Stone. Les parecía a los Miller que los Stone tenían una vida más completa y brillante. Los Stone estaban siempre yendo a cenar fuera, o dando fiestas en su casa, o viajando por el país a cualquier lado en algo relacionado con el trabajo de Jim.
Los Stone vivían enfrente del vestíbulo de los Miller. Jim era vendedor de una compañía de recambios de maquinaria, y frecuentemente se las arreglaba para combinar sus negocios con viajes de placer, y en esta ocasión los Stone estarían de vacaciones diez días, primero en Cheyenne, y luego en Saint Louis para visitar a sus parientes. En su ausencia, los Millers cuidarían del apartamento de los Stone, darían de comer a Kitty, y regarían las plantas.
Bill y Jim se dieron la mano junto al coche. Harriet y Arlene se agarraron por los codos y se besaron ligeramente en los labios.
—¡Divertíos! — dijo Bill a Harriet.
—Desde luego — respondió Harriet — Divertíos también.
Arlene asintió con la cabeza.
Jim le guiñó un ojo.
—Adiós Arlene. ¡Cuida mucho a tu maridito!
—Así lo haré — respondió Arlene.
—¡Divertíos! dijo Bill.
—Por supuesto — dijo Jim sujetando ligeramente a Bill del brazo — Y gracias de nuevo.
Los Stone dijeron adiós con la mano al alejarse en su coche, y los Miller les dijeron adiós con la mano también.
—Bueno, me gustaría que fuéramos nosotros — dijo Bill.
—Bien sabe Dios lo que nos gustaría irnos de vacaciones — dijo Arlene. Le cogió del brazo y se lo puso alrededor de su cintura mientras subían las escaleras a su apartamento.
Después de cenar Arlene dijo:
—No te olvides. Hay que darle a Kitty sabor de hígado la primera noche — Estaba de pie en la entrada a la cocina doblando el mantel hecho a mano que Harriet le había comprado el año pasado en Santa Fe.
Bill respiró profundamente al entrar en el apartamento de los Stone. El aire ya estaba denso y era vagamente dulce. El reloj en forma de sol sobre la televisión indicaba las ocho y media. Recordó cuando Harriet había vuelto a casa con el reloj; cómo había venido a su casa para mostrárselo a Arlene meciendo la caja de latón en sus brazos y hablándole a través del papel del envoltorio como si se tratase de un bebé.
Kitty se restregó la cara con sus zapatillas y después rodó en su costado pero saltó rápidamente al moverse Bill a la cocina y seleccionar del reluciente escurridero una de las latas colocadas. Dejando a la gata que escogiera su comida, se dirigió al baño. Se miró en el espejo y a continuación cerró los ojos y volvió a mirarse. Abrió el armarito de las medicinas. Encontró un frasco con pastillas y leyó la etiqueta: Harriet Stone. Una al día según las instrucciones — y se la metió en el bolsillo. Regresó a la cocina, sacó una jarra de agua y volvió al salón. Terminó de regar, puso la jarra en la alfombra y abrió el aparador donde guardaban el licor. Del fondo sacó la botella de Chivas Regal. Bebió dos veces de la botella, se limpió los labios con la manga y volvió a ponerla en el aparador.
Kitty estaba en el sofá durmiendo. Apagó las luces, cerrando lentamente y asegurándose que la puerta estaba cerrada. Tenía la sensación que se había dejado algo.
—¿Qué te ha retenido? — dijo Arlene. Estaba sentada con las piernas cruzadas, mirando televisión.
—Nada. Jugando con Kitty — dijo él, y se acercó a donde estaba ella y le tocó los senos.
—Vámonos a la cama, cariño — dijo él.
Al día siguiente Bill se tomó solamente diez minutos de los veinte y cinco permitidos en su descanso de por la tarde y salió a las cinco menos cuarto. Estacionó el coche en el estacionamiento en el mismo momento que Arlene bajaba del autobús. Esperó hasta que ella entró en el edificio, entonces subió las escaleras para alcanzarla al descender del ascensor.
—¡Bill! Dios mío, me has asustado. Llegas temprano — dijo ella.
Se encogió de hombros. No había nada que hacer en el trabajo —dijo él. Le dejo que usará su llave para abrir la puerta. Miró a la puerta al otro lado del vestíbulo antes de seguirla dentro.
—Vámonos a la cama — dijo él.
—¿Ahora? — rió ella — ¿Qué te pasa?
—Nada. Quítate el vestido — La agarró toscamente, y ella le dijo:
—¡Dios mío! Bill
Él se quitó el cinturón. Más tarde pidieron comida china, y cuando llegó la comieron con apetito, sin hablarse, y escuchando discos.
—No nos olvidemos de dar de comer a Kitty — dijo ella.
—Estaba en este momento pensando en eso — dijo él — Iré ahora mismo.
Escogió una lata de sabor de pescado, después llenó la jarra y fue a regar. Cuando regresó a la cocina, la gata estaba arañando su caja. Le miró fijamente antes de volver a su caja—dormitorio. Abrió todos los gabinetes y examinó las comidas enlatadas, los cereales, las comidas empaquetadas, los vasos de vino y de cocktail, las tazas y los platos, las cacerolas y las sartenes. Abrió el refrigerador. Olió el apio, dio dos mordiscos al queso, y masticó una manzana mientras caminaba al dormitorio. La cama parecía enorme, con una colcha blanca de pelusa que cubría hasta el suelo. Abrió el cajón de una mesilla de noche, encontró un paquete medio vació de cigarrillos, y se los metió en el bolsillo. A continuación se acercó al armario y estaba abriéndolo cuando llamaron a la puerta. Se paró en el baño y tiró de la cadena al ir a abrir la puerta.
—¿Qué te ha retenido tanto? — dijo Arlene — Llevas más de una hora aquí.
—¿De verdad? — respondió él.
—Sí, de verdad — dijo ella.
—Tuve que ir al baño — dijo él.
—Tienes tu propio baño — dijo ella.
—No me pude aguantar — dijo él.
Aquella noche volvieron a hacer el amor.
Por la mañana hizo que Arlene llamara por él. Se dio una ducha, se vistió, y preparó un desayuno ligero. Trató de empezar a leer un libro. Salió a dar un paseo y se sintió mejor. Pero después de un rato, con las manos todavía en los bolsillos, regresó al apartamento. Se paró delante de la puerta de los Stone por si podía oír a la gata moviéndose. A continuación abrió su propia puerta y fue a la cocina a por la llave.
En su interior parecía más fresco que en su apartamento, y más oscuro también. Se preguntó si las plantas tenían algo que ver con la temperatura del aire. Miró por la ventana, y después se movió lentamente por cada una de las habitaciones considerando todo lo que se le venía a la vista, cuidadosamente, un objeto a la vez. Vio ceniceros, artículos de mobiliario, utensilios de cocina, el reloj. Vio todo. Finalmente entró en el dormitorio, y la gata apareció a sus pies. La acarició una vez, la llevó al baño, y cerró la puerta.
Se tumbó en la cama y miró al techo. Se quedó un rato con los ojos cerrados, y después movió la mano por debajo de su cinturón. Trató de acordarse qué día era. Trató de recordar cuando regresaban los Stone, y se preguntó si regresarían algún día. No podía acordarse de sus caras o la manera cómo hablaban y vestían. Suspiró y con esfuerzo se dio la vuelta en la cama para inclinarse sobre la cómoda y mirarse en el espejo.
Abrió el armario y escogió una camisa hawaiana. Miró hasta encontrar unos pantalones cortos, perfectamente planchados y colgados sobre un par de pantalones de tela marrón. Se mudó de ropa y se puso los pantalones cortos y la camisa. Se miró en el espejo de nuevo. Fue a la sala y se puso una bebida y comenzó a beberla de vuelta al dormitorio. Se puso una camisa azul, un traje oscuro, una corbata blanca y azul, zapatos negros de punta. El vaso estaba vacío y se fue para servirse otra bebida.
En el dormitorio de nuevo, se sentó en una silla, cruzó las piernas, y sonrió observándose a sí mismo en el espejo. El teléfono sonó dos veces y se volvió a quedar en silencio. Terminó la bebida y se quitó el traje. Rebuscó en el cajón superior hasta que encontró un par de medias y un sostén. Se puso las medias y se sujetó el sostén, después buscó por el armario para encontrar un vestido. Se puso una falda blanca y negra a cuadros e intentó subirse la cremallera. Se puso una blusa de color vino tinto que se abotonaba por delante. Consideró los zapatos de ella, pero comprendió que no le entrarían. Durante un buen rato miró por la ventana del salón detrás de la cortina. A continuación volvió al dormitorio y puso todo en su sitio.
No tenía hambre. Ella no comió mucho tampoco. Se miraron tímidamente y sonrieron. Ella se levantó de la mesa y comprobó que la llave estaba en la estantería y a continuación se llevó los platos rápidamente. Él se puso de pie en el pasillo de la cocina y fumó un cigarrillo y la miró recogiendo la llave.
—Ponte cómodo mientras voy a su casa — dijo ella — Lee el periódico o haz algo — Cerró los dedos sobre la llave. Parecía, dijo ella, algo cansado.
Trató de concentrarse en las noticias. Leyó el periódico y encendió la televisión. Finalmente, fue al otro lado del vestíbulo. La puerta estaba cerrada.
—Soy yo. ¿Estás todavía ahí, cariño? — llamó él.
Después de un rato la cerradura se abrió y Arlene salió y cerró la puerta.
—¿Estuve mucho tiempo aquí? — dijo ella.
—Bueno, sí estuviste — dijo él.
—¿De verdad? — dijo ella — Supongo que he debido estar jugando con Kitty.
La estudió, y ella desvió la mirada, su mano estaba apoyada en el pomo de la puerta.
—Es divertido — dijo ella — Sabes, ir a la casa de alguien más así. — Asintió con la cabeza, tomó su mano del pomo y la guió a su propia puerta. Abrió la puerta de su propio apartamento.
—Es divertido — dijo él.
Notó hilachas blancas pegadas a la espalda del suéter y el color subido de sus mejillas. Comenzó a besarla en el cuello y el cabello y ella se dio la vuelta y le besó también.
—¡Jolines! — dijo ella — Jooliines — cantó ella con voz de niña pequeña aplaudiendo con las manos — Me acabo de acordar que me olvidé real y verdaderamente de lo que había ido a hacer allí. No di de comer a Kitty ni regué las plantas. Le miró —¿No es eso tonto? — No lo creo — dijo él — Espera un momento. Recogeré mis cigarrillos e iré contigo.
Ella esperó hasta que él había cerrado con llave su puerta, y entonces se cogió de su brazo en su músculo y dijo:
—Me imagino que te lo debería decir. Encontré unas fotografías.
Él se paró en medio del vestíbulo.
—¿Qué clase de fotografías?
—Ya las verás tú mismo — dijo ella y le miró con atención.
—No estarás bromeando — sonrió él — ¿Dónde?
—En un cajón — dijo ella.
—No bromeas — dijo él.
Y entonces ella dijo:
—Tal vez no regresarán — e inmediatamente se sorprendió de sus palabras.
—Pudiera suceder — dijo él — Todo pudiera suceder.
—O tal vez regresarán y … — pero no terminó.
Se cogieron de la mano durante el corto camino por el vestíbulo, y cuando él habló casi no se podía oír su voz.
—La llave — dijo él — Dámela.
—¿Qué? — dijo ella — Miró fijamente a la puerta.
—La llave — dijo él — Tú tienes la llave.
—¡Dios mío! — dijo ella — Dejé la llave dentro.
—Él probó el pomo. Estaba cerrado con llave. A continuación intentó mover el pomo. No se movía. Sus labios estaban apartados, y su respiración era dificultosa. Él abrió sus brazos y ella se le echó en ellos.
—No te preocupes — le dijo al oído — Por Dios, no te preocupes.
Se quedaron allí. Se abrazaron. Se inclinaron sobre la puerta como si fuera contra el viento, y se prepararon.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

La danza de las hojas muertas


                                    Un amoniaco de intimida para mi cabeza y en seguida me descubro en otro acento, fuera la certidumbre de ser uno entre universos de postizos.
                                                                                                         
                                                                                   Milagros Valcárcel


La danza de las hojas muertas


Sólo me quedaban veinticuatro momentos de vida, por eso cuando la vi aparecer aquella tarde de otoño, soleada y fría, desde aquel banco solitario del parque en el que me encontraba, supe que ella sería la elegida.

Caminaba despacio y ensimismada, ajena a lo que acontecía a su alrededor; su mirada ausente se perdía sin destino fijo entre las hojas secas y las ramas muertas de los árboles. Muy delgada, sus ojos negros bajo la frente despejada y su pelo oscuro estirado y recogido tras la nuca le daban un aire muy personal y elegante. Un bolso de color azul colgado del hombro, que lucía, flirteando a juego, con el chaquetón claro del mismo tono y el llamativo detalle de un pañuelo de seda de floreados colores, llevaron su imagen, cada vez más perfilada, al punto en que me encontraba.

Apenas si me quedaba tiempo. Primero llegó, alargada y difusa, su sombra informe que me hizo sentir un repentino escalofrío. No era tiempo de dudas, debía actuar rápidamente, sólo necesitaba llamar su atención y conseguir que su mirada abstraída se fijara en mí, en mis ojos, directamente. Era cuestión de pocos segundos.

Agaché la cabeza calculando el avanzar de sus pasos: uno, dos, tres… No me atrevía a mirarla, la incertidumbre y el miedo me atenazaban. Estuve a punto de abandonar y salir corriendo. No quería seguir adelante y enfrentarme a aquella experiencia en la que no creía. Tan desconocida, tan misteriosa.

Cerré los ojos hasta sentir que sus pasos sonaron muy cercanos y entonces, lentamente, levanté la cabeza y la miré fijamente a los ojos. Ella notó mi presencia y los suyos, extrañados, me miraron desconcertados. Había llegado el momento: la brisa se detuvo, ensordeció el silencio.

Tras aquel intercambio fugaz de nuestras miradas, pronuncié lentamente aquella desagradable y extraña palabra. Una palabra hueca, sin sentido. Al instante, una convulsa vibración me hizo estremecer y unos segundos después comencé a notar mi cerebro invadido y mi mente desbordada por un mundo de nuevas sensaciones totalmente desconocidas. Me sentía bien, Cerré los ojos y placenteramente empezaron a llegar hasta mi, nuevas voces, nuevos rostros, nuevos lugares y situaciones. Comencé a reconocer una nueva y fresca memoria que me brindaba recuerdos y sensaciones inesperadas, que se sucedían, unas a otras, a medida que mi mente empezaba a reconocerse e instalarse en una nueva dimensión, con nuevos pensamientos e ideas, con nuevos personajes y espacios hasta entonces ignorados. Con nuevas dudas y nuevas esperanzas.

Sentí que todo lo nuevo, la risa, los recuerdos, las nuevas miradas se iban recolocando dentro de mí, adecuada y serenamente hasta conformar una nueva identidad que a medida que pasaban los segundos iba reconociendo como propia con absoluta naturalidad.

Me quedé sentada un buen rato, aturdida por tanta emoción, acogiendo con serenidad y sumo placer la brisa blanca y helada que acariciaba mi rostro, mientras las hojas secas amarilleaban meciéndose en su caída final y un mirlo de negro y brillante plumaje correteaba, delante de mí, apresurado por llegar al seto que bordeaba el camino.   

Mientras tanto, a lo lejos, pude ver como una oscura imagen continuaba con su pausado caminar, cada vez más distante, cada vez más alejada de sí misma, a cada paso, más abandonada en una difusa silueta que ya no le pertenecía.




Joseantonio Nogales Chávez

Tercer relato del Taller de Escritura (diciembre 2018)  

lunes, 10 de diciembre de 2018




             VIDAS   TRUNCADAS



   Thomas no podía hacerse a la idea de que su final estaba cerca, le habían pronosticado unos
meses de vida tan sólo, su enfermedad había avanzado rápidamente. El tratamiento estaba siendo
muy agresivo y le dejaba sin fuerzas para seguir adelante.
  La melancolía le invadió y los recuerdos de los mejores momentos de su juventud le vinieron a la mente, cómo si el tiempo se hubiese detenido en esa etapa de su vida, y lo que le estaba sucediendo
ahora sólo fuera un mal sueño del que no lograba despertar.
  Recordó, cuando no tenía preocupaciones, cuándo sólo tenía qué acudir a estudiar la carrera de Medicina y disfrutar con sus amigos, jugar al tenis, la música y el cine. No había que pensar en las preocupaciones de la vida cotidiana de un adulto con hijos y esposa, de los gastos mensuales, la hipoteca, los estudios de los niños. En esa etapa de su vida su única preocupación era aprobar las
asignaturas de cada curso y el tiempo que pasaba con su grupo de amigos. Le gustaría poder quedarse
en esa etapa de su vida, pero sabía que por mucho que se esforzase en querer volver eso era imposible, sabía que el retorno al pasado sólo se producía en las novelas o en el cine.
  Una voz le hizo volver al presente, era la voz de su esposa Judith preguntándole si se encontraba
bien y si quería recibir a una compañera que se interesaba por él, ambos realizaban juntos las operaciones de los pacientes que trataban en sus correspondientes consultas de cirugía en el hospital
donde trabajaban, Thomas le contestó que en ese momento no estaba con ánimos de hablar con nadie.
  Thomas cuando se licenció empezó su peregrinaje buscando una plaza en un hospital, tuvo que
presentarse a varias oposiciones hasta conseguir una plaza en un hospital de Boston, el Boston
Medical Center, allí empezó como médico residente hasta llegar al puesto de cirujano jefe. Su
trabajo le apasionaba, era un buen profesional, pero tal era su entrega en el trabajo que llegaba
a olvidar que tenía una una vida fuera del hospital, pues tenía una familia con dos hijos.
  A veces alargaba tanto su estancia en el hospital revisando las historias de los pacientes que
llegaba a casa cuando los niños ya estaban dormidos y no podían disfrutar de unos momentos con su padre.
  Judith a pesar de quererle y comprerder su pasión por su profesión, se quejaba de que no les dedicase el mismo tiempo que a sus pacientes.
—Los niños crecen deprisa y eso primeros años de su infancia no volverán y te los estás perdiendo
casi todos— le dijo.
   Thomas se justificó y le prometió que intentaría administrar mejor su tiempo y volver antes a casa
para estar con los niños.
    A pesar de las promesas su vida transcurría igual, no llegaba antes y si lo hacía el cansancio le impedía dedicar tiempo a sus hijos.
   El hospital tenía por norma realizar unas pruebas médicas a todo el personal cada cierto tiempo,
Thomas como los demás también estaba obligado a realizarlas, pidió fecha y hora, sé hizo las
pruebas y esperó a que le llegasen los resultados sin sospechar ningún imprevisto. Siguió con
su trabajo diario, sus operaciones y su vida familiar, no le dio importancia a las pruebas, nunca había
tenido problema con los resultados y estaba. No encido de que estos saldrían igual, se en contra a perfectamente.
   Una mañana le llamaron para que pasase  recoger los resultados y hablar con el médico correspondiente, Thomas se sorprendió pues habitualmente se los hacían llegar con un informe
a la consulta. Acudió el día que había sido citado sin pensar en lo que se iba a encontrar, estaba convencido que habría cambiado el protocolo. Entró en el despacho del compañero y este le indicó
que tomase asiento con tono grave, le mostró los resultados de la analítica y de las demás pruebas
sin mediar palabras, Thomas repasó los resultados y se sobresaltó, no daba crédito a lo que estaba
observando. Ambos coincidieron en qué había que realizar más pruebas a la mayor brevedad
para confirmar o descartar que hubiese una enfermedad grave.
    Thomas salió aturdido del despacho, pese a estar acostumbrado a estas situaciones en algunos
de sus pacientes, no estaba preparado para ser él a quién le sucediese. Tomó la decisión de no decirle
nada a Judith hasta saber los resultados de las pruebas, pues podría no ser nada.
   El resultado confirmaron que había un tumoracion y que parecía maligna pues se apreciaban
varios órganos afectados probablemente por metástasis. Se decidió extirpar el tumor maligno y seguir con sesiones de quimioterapia para frenar la enfermedad.
   Thomas comprendió que no podía ocultárselo por más tiempo a Judith, aprovechó que los niños estaban con sus abuelos para hablar tranquilamente y exponerle el problema.
    Judith primero se alarmó, luego se enfadó por habérselo ocultado, cuando se tranquilizó le dijo que afrontarían juntos la enfermedad, ella estaría a su lado y seguro que saldría y adelante.
   Los días seguían pasando sin que su estado de ánimo mejorase, él sabía como profesional lo que
sucede cuando van fallando órganos tan importantes para el funcionamiento del organismo.
   Tan sólo habían pasado diez meses desde que le diagnosticaron el tumor pero fue muy tarde, las
células cancerígenas ya habían pasado a la cadena linfática alcanzando poco a distintos órganos.
Se le extirpó el tumor y se le dieron sesiones de quimioterapia, pero la quimioterapia no había estado dando los resultados esperados.
   Sus hijos eran todavía peque, Judith había dejado momentáneamente su trabajo para atenderle, ella preferían no delegar en una persona extraña, ellos dos estaban muy unidos y se habian apoyado
siempre uno al otro desde que se conocieron y formaron una familia. Una de las preocupaciones de Thomas era como lo superarían sus hijos, pues él sabia que Judith lo iba a pasar muy mal cuando
 llegase ese día, pero también sabía que tenía una gran fortaleza y que se crecía ante las adversidades
como había demostrado en diferentes ocasiones.
    Una tarde su hijo pequeño de cinco años le trajo un dibujo que había realizado par el, Thomas
sonrió y una lágrima se deslizó por su mejilla, supo en ese momento qué debía hacer un último
esfuerzo para disfrutar de los últimos días junto a su familia y darles lo mejor de él.
    Ahor comprendía que el tiempo se le habían ido de un plumazo, ya no tendría que plantearse
dedicar más tiempo a su familia, su vida estaba llegando a su fin y no podía remediarlo, así como tampoco sus errores.
     Sólo con la hibernación para que lo despertasen cuando hubiese un tratamiento eficaz al cien por cien, pero su familia, amigos y compañeros no estarían, estaría él sólo con desconocidos en otra época, era pura utopía.
   A partir de ese momento dejó de pensar en su final y dedicó su tiempo a jugar con sus hijo, a salir
al parque con su familia cuando sus fuerzas se lo permitían. Volvió a apreciar los pequeños momentos
junto a los suyos y poco a poco comprendió que la vida le había dado una última oportunidad de ser feliz, en ese momento se sintió preparado par afrontar su final.
   La enfermedad seguía su curso y las molestias eran cada vez más difíciles de soportar, a pesar
de sus esfuerzos por mantenerse fuerte delante de sus hijos llegó el momento en qué tuvo que
pedir sedación para poder soportar los fuertes dolores que le aquejaban. Primero fueron pequeñas dosis que aún le permitía estar un poco despierto, pero poco a poco fue necesitando mayor sedación .
El final estaba cerca y él ya estaba preparado para ello.
    La sedación llegó a un grado en qué ya no sentía ningún dolor, pero tampoco podía mantenerse
despierto. Judith sé mantuvo junto a él hasta sus últimos momentos. Una mañana soleada del mes
de Enero su corazón dejó de latir, había dejado de sufrir, el final par él había llegado. Judith no pudo llorar, había llorado cuando nadie estaba presente y habia intentado qué ni Thomas ni los niños se
dieran cuenta de su sufrimiento, sabía que siempre viviría en su corazón. Empezaba par ella una
etapa muy dolorosa pero la tenía que afrontar con mucha entereza y serenidad, le correspondía a
ella sola ocuparse de los niños sin la ayuda de Thomas, sería un gran vacío en su vida pero debiay hacerlo por sus hijos.


                                Ofelia  V.  F.

Tercer relato del Taller de narrarativa
JOSE LUIS ROMERO


JESÚS HA MUERTO
Vinieron a decirme que Jesús ha muerto. Aún quedaban clientes en el McDonald´s y uno de ellos se santiguó al oírlo. Me quedé petrificado, no quería creerlo, no podía aceptar que se hubiese ido para siempre.

Cuando pude reaccionar me fui al jefe de turno, le explique lo sucedido y me permitió marchar antes de tiempo. Me subí en el coche de los colegas de Jesús y salimos a la avenida Insurgentes que, como de costumbre a aquella hora, estaba embotellada. No tenía ganas de ir con aquella gente y menos aún subir a un coche con ellos. No me parecía nada seguro. Pero no tenía otra alternativa si quería ir donde estaba el cadáver de mi hermano mayor.

Me dicen que soy yo quien ha de decirlo a mis padres. Ahora no podemos enterrarlo ni declarar su muerte para que la policía no sepa que preparan la venganza. Saben que banda ha sido. Pensaron que habían matado a los dos y el compañero de Jesús estaba solo malherido. Ahora lo tienen todo montado. Será esta noche.  

Mientras íbamos dentro de un denso tráfico al lugar donde habían escondido el cadáver de mi hermano recordaba a Jesús. Él y yo casi nunca nos habíamos llevado bien, quizá por lo distintos que eramos. Pero ambos nos reconocíamos como hermanos, era una especie de respecto cuando los dos condenábamos la forma de vida elegida por el otro.

Ya empezamos a enfrentarnos en la escuela. Le sentó muy mal que él repitiera curso y yo lo alcanzara. Ese año no soportaba que yo sacara mejores notas que él.  Imagino que eso ayudó a su abandono escolar, pero estoy convencido que lo habría dejado de todas formas. Nunca fue capaz de concentrarse en los estudios. En cambio yo seguí hasta acabar la secundaria, siempre con buenas notas.

Cuando acabé la secundaria mi padre perdió su trabajo y su afición al tequila no le ayudó a encontrar otro, sólo ayudó a gastar lo poco que había en casa. De pronto me vi con la necesidad de encontrar trabajo y con un hermano mayor que de vez en cuando le daba a escondidas dinero a mi madre para ir tirando. Él, el delincuente que se había convertido en vendedor de drogas, era el que aportaba dinero de familia. El Jefe.

Jesús me invitó a trabajar con él, a que obtuviese dinero del trapicheo con drogas. No quería hacerlo, antes prefería pasar hambre. Tanto insistió que me hizo probar la marihuana. Como no había fumado tabaco en mi vida me mareé, vomité y decidí que jamás volvería a probar ninguna droga.

Tuve un período de búsqueda de trabajo sin ninguna suerte y encima teniendo que soportar burlas de Jesús incluidas sus demostraciones de ser el adinerado de la familia.

Un día que estaba especialmente desanimado Jesús vino con los ojos muy brillantes a contarme que había cambiado la venta de marihuana por la de coca. Me dijo: Ahora tengo nuevos clientes que tienen mucho dinero y yo también gano mucho más. 

Lo notaba eufórico y me propuso sustituirle en la venta de marihuana. Tras otra negativa mía recibí un montón de improperios relativos a mi cabezonería, pero al verme abatido me rodeó los hombros con uno de sus potentes brazos y me dijo que, si seguía ganando tanto, me pagaría los estudios para que aprendiera de economía, de impuestos y todas esas zarandajas para que nos pasáramos al bando legal y lleváramos una empresa digna.

Sabía que estaba montando castillos en el aire, no pude convencerle que eso no sería posible, lo que sí le saqué en su extraño estado de excitación fue la promesa de que, entre tanto, me ayudase a encontrar un trabajo legal. Poco después me di cuenta que todas sus promesas las hizo bajo el efecto de la coca y olvidé esa conversación.

Los nuevos trapicheos generaron nuevas competencias por el mercado de la droga. La lucha entre bandas paso de ser a palos y navajas a ser con pistolas. Las pistolas se consiguen con mucha facilidad. Es lo que tiene ser el vecino del sur del país de las armas. Jesús me contó que en Distrito Federal los carteles de droga trabajan de forma diferente. Se dedican a vender droga a las bandas juveniles para que ellas las distribuyan. Solo venden, no bajan a la calle donde podrían detenerlos.

Me enteré de la presencia de pistolas el día que Jesús llego a casa con el pantalón roto y una quemadura en la piel producida por el roce de una bala. Me contó que a partir del día siguiente el llevaría también una y que nunca más saldría huyendo. Ya se sabe las bandas están compuestas de machos muy machos.

Hace seis meses llegó un día a  casa y me hizo salir a la calle para contarme una cosa.
- Tengo un trabajo para ti.
- Ya sabes que no estoy interesando en tu tipo de trabajo.
- No es eso huevón, te he conseguido un trabajo digno de tu realeza, tienes que ir a limpiar mierda de los aseos y mesas de un McDonald´s.
- Cómo lo has conseguido? Exclamé con sorpresa
- Uno de los ricachones a los que suministro gestiona varios McDonald´s. Tenía un bajón muy fuerte y lo pille sin dinero en efectivo. Le dije que le pasaba lo que me pedía pero que me debía un favor. Tu trabajo es el favor.

Se lo agradecí muchísimo. Era el primer trabajo que tenía y no era el de vender droga. Me sentía feliz no sólo por el trabajo, ¡Era mi hermano me lo había conseguido! Fui enseguida a decírselo a mi madre que lloró de alegría.

Mi vida cambió. Empecé a trabajar en el turno de tarde. Cerrábamos a las 10 de la noche y tras limpiar salía muy tarde y llegaba a casa pasada la medianoche. Mi suerte era que el barrio más peligroso que debía de atravesar era el controlado por la banda de Jesús. Era una sensación extraña. Cuando llegaba a ese barrio me sentía a salvo. No solo porque me conocían los de la banda. Era por mi hermano, para mí él había pasado de ser un delincuente a ser mi salvador y en ese momento entraba en su territorio.

La que lo llevaba mal era mi madre. Ya tenía mucho miedo tanto por mi hermano mayor y su pistola como por que yo llegara tan tarde a casa. Siempre me esperaba y cuando me veía entrar siempre me decía lo mal que lo había pasado esperándome y a continuación se ponía a hablar mal de la vida de Jesús. Yo le defendía y ella no entendía mi defensa cuando siempre había reprochado su forma de vida. 

Lo que ella no sabía era como había conseguido yo el trabajo. Nunca se lo contamos ni mi hermano -porque no quería delatar a un cliente- ni yo -porque a mi madre le hubiera preocupado mucho que yo trabajara para un drogadicto-. Al final de la discusión me iba a dormir con la sensación que mi madre tenía razón aunque yo no quería reconocerlo. 

Lo veía venir pero no quería aceptarlo. Siempre pensé que sería más tarde, o que no lo matarían. Pero ahora ya estaba muerto. 

Mientras bajaba del coche y entrabamos en un barracón que usaban los drogadictos para pincharse me dijeron que esperase con el cadáver hasta que ellos regresasen. Que después ya podría revelar la muerte de mi hermano.

Lo vi allí. Lo habían dejado en aquel sucio suelo, rodeado de basura y de un olor insoportable. Su piel se había vuelto extrañamente blanca. Estaba semi tapado con un plástico. Lo levante y comprobé que tenia el pecho destrozado con dos grandes boquetes. No me pareció que fueran disparos de bala. Junto a su mano habían dejado su pistola. Me pareció un acto de honor de los de su propia banda donde Jesús se había ganado el respeto con el manejo de esa pistola. 

Me había contado como se había cargado a un par de tipos de una banda rival que venían a trapichear a nuestro barrio. También recordé la vez que me lo encontré en la calle de vuelta a casa. Estaba con unos colegas y pude comprobar el respeto que le tenían. Uno de sus colegas dijo que ya le gustaría a él ser el hermano de Jesús, que se sentiría orgulloso de serlo.  

Con este recuerdo fui yo el que empezó a sentirse orgulloso de ser el hermano de Jesús. Empecé a comprender su valor, su rebeldía en un país donde nada funcionaba, donde los carteles de la droga tenían más poder que el ejército y que el Estado. Comprendí que había decidido hacer su vida sin seguir los modelos que representaban un padre alcohólico o unos profesores desencantados y mal pagados. Yo hubiese preferido otro tipo de rebeldía, pero entendía que él no tenía ninguna otra a mano. Además yo no era capaz de ser rebelde como él.

Me senté junto a él en el suelo y empezaron a brotar las lágrimas de mis ojos. No sabía por qué brotaban hasta que comprendí que lo echaba de menos. A él y a sus brabuconadas, a su sinceridad, a su valor, a su atrevimiento, a su forma de entender la vida y a su forma de tratar con las chicas. En esto último eramos especialmente diferentes. Yo ocupaba el lado tímido de la balanza. Se decía en el barrio que tenía varias novias y que una vez dos de ellas se habían peleado en la calle por él.

Pero eso no importaba. Solo importaba que ya no estaba. Además tenía que ir armándome de un valor del que era bien escaso para contarle a mi madre que ya sólo le quedaba un hijo. Me atreví a tocarlo en ese momento en el hombro, sin querer toque su cuello y me llego una sensación de frío que me recorrió todo el cuerpo . Algo pasó en mí cuando lo rocé. Sentí dentro una determinación que nunca había tenido. Dejé de llorar y ya no volví hacerlo.  Mis lágrimas no le servirían de nada a mi hermano. Le quité totalmente el plástico de encima de su cuerpo y me puse en pie frente a él.

Mirando fijamente a su cara me dije que no había muerto para nada. Al morir de esta forma me había dado la lección más grande de mi vida y me hizo ver que no era ni admiración, ni afecto, ni sensación de protección ni ninguna otra tontería lo que sentía por él. Le estaba mirando sintiendo un profundo amor. Sentía que lo podía llamar hermano, pero también podía llamarlo padre.

En mitad de aquella sensación oí que llegaba un coche y que frenaba bruscamente. Bajaron dos de sus colegas y me dijeron que podía estar tranquilo que mi hermano tendría compañía con la cual entretenerse en el otro barrio. Entre ellos los que le dispararon a Jesús por la espalda.

Fue entonces cuando, sin saber porqué, me agaché cogí la pistola de mi hermano y les dije:
- Cuando necesitéis que apriete el gatillo llamadme.
                                                                                                        

ESTAR MUERTO O ESTAR VIVO (Susi)

ESTAR MUERTO O ESTAR VIVO

No estaba resultando nada fácil. Cada día era un interrogante. Cuando suena el
teléfono a las doce y media de la noche, o alguien se ha equivocado, o te están
gastando una broma, o algo que no estaba previsto te va a hacer salir de la cama. Yo
no estaba en la cama. Estaba en el salón con mi nuevo amigo, el sacaleches. Mi
madre me acompañaba en el sofá de al lado.
- Hola, buenas noches. Los padres de Alejandra, por favor.
- Soy su madre.
- Siento llamar a estas horas, pero Alejandra no está bien. Deberíaias venir
cuanto antes.
- Ahora mismo vamos.
Por un momento pensé que se habían equivocado, pues de las dos, Alejandra
estaba más sonrosadita y pesaba un poquito más. En todo caso, algo no iba bien con
alguna de ellas. Nunca he tardado tan poco tiempo en vestirme y llegar a un sitio.
Antes de la una estábamos todos en el hospital. No recuerdo si todavía seguía con
vida, creo que sí. Sólo recuerdo su tez pálida, su cuerpecito desnudo, todos esos
cables y esa cajita de cristal donde había pasado su única semana de vida. No podía
creerlo. De todos los bebés que había en el hospital tenía que ser ella. Nosotros
teníamos más papeletas que otros, pues su hermana Carla también compartía aquella
sala llena de cajitas de cristal. Y la lotería a veces toca.
Recuerdo ese momento como si fuera anoche. Cuando llegamos al hospital,
algunos familiares nos esperaban para acompañarnos. Y ahí estábamos de nuevo, en
la U.C.I, pero esta vez, la noticia no sería sólo un poco mala.
- ¿Quieres cogerla? Me preguntó una de las enfermeras de la U.C.I.
Yo, como de costumbre, miré a mi madre. Ella era enfemera en urgencias de
pediatría.
- Mejor si no la coges. Podría contagiarte y no sería bueno para Ángela.
Ángela es mi otra hija. Entonces tenía tres años. Todavía me arrepiento de no
haberla cogido. Mi madre es maravillosa y aquello fue decisión mía, de eso no tengo
duda, pero dicen que es mejor arrepentirse de lo que uno hace que de lo que nunca
llega a hacer. Creo que hoy la habría estrechado entre mis brazos. Y digo creo porque,
a pesar de sentirme algo más valiente que entonces, no estoy segura de serlo. Esa fue
la última vez que la vi y nunca la abracé.
Al salir de la sala nos esperaban todos. Mi familia al completo estaba allí. Tanto en
los momentos bonitos como en los difíciles nos gusta estar todos juntos. Me envolvía
una sensación extraña. Me invadía la desilusión, la rabia, la tristeza, la impotencia,
pero me rodeaba el cariño y el calor de mi familia. A pesar de ser la una de la
madrugada, el pasillo estaba lleno: hermanos, primos, abuelos... Durante días, dejé de
tener ganas de hablar, no me apetecía estar con nadie, aunque para bien o para mal
te obligan a hacerlo. De todos modos, me reconfortaba sentirles cerca.

Hacía solamente veintinueve semanas que nos habíamos enterado de que íbamos
a ser familia numerosa. Siempre recordaré aquella tarde en la consulta del ginecólogo.
Quería darle una sorpresa a mi marido, y le pedí que me acompañara. Igual que con
Ángela, mi hija mayor, estaba siguiendo un tratamiento de fertilidad. Él creía que era
una visita rutinaria. Yo sabía que estaba embarazada. Aquella tarde nos sorprendieron
a los dos. Estaba embarazada de gemelos. Cuando nos lo dijo el ginecólogo, no me
hizo ninguna gracia. No me lo esperaba y, todavía no entiendo por qué, no me causó
demasiada ilusión. Sentí que aquello me venía grande. Cuando Alejandra murió llegué
a pensar que, en parte, ocurrió por aquel sentimiento mío al enterame. Que tonta.
Aquel susto duró poco tiempo. Cuando llegamos a casa ya era toda ilusión.
No dormí, literalmente, en toda la noche. Una fiesta de adolescentes se estaba
celebrando dentro de mí. Sin saber que el embarazo era doble, había organizado una
comida, al día siguiente, para dar la noticia. Me encantan las sopresas. Bueno, me
gusta darlas más que recibirlas. Estoy aprendiendo a dejarme llevar, pero me gusta
tenerlo todo bajo control, y con las sorpresas no controlas. Qué estupidez. Cuando las
das tampoco controlas lo que va a suceder.
Al día siguiente dimos la noticia. Nadie lo imaginaba, y menos por partida doble.
Fue un día muy bonito que tampoco olvidaré. Muchas sorpresas nos esperaban.
Demasiadas quizás.
Tras la muerte de Alejandra, desaparecieron la ilusión y la alegría, y durante un
tiempo nos aconpañó el miedo y la tristeza. Nuestro único foco de energía era Ángela,
nuestra hija mayor, que parecía entender todo lo que estaba ocurriendo y nos regalaba
su cariño, su simpatía y su gracia.
Estábamos agotados, había sido una semana muy dura, y Carla seguía en su
cajita de cristal. Era tan bonita. Íbamos a verla todos los días, varias veces cada día, y
le llevábamos la leche y la acariciábamos por esos agujeritos que tienen las cajitas,
con una especie de guantes, para evitar que cualquier bichito les moleste. Casi ningún
día las noticias eran buenas, pero tampoco tan malas como para perder la esperanza
en que todo saldría bien. Soñaba, no con el momento de tenerla en mis brazos, que
también, si no con el día en que pudiéramos hablar de todo esto con ella. Me la
imaginaba fuerte, risueña y especial, y así es Carla. Carla tiene ángel.
Cada día, al volver a casa, después de verla, me preguntaba por qué había
sucedido todo. Pensaba que habría una explicación. Recuerdo una de las tardes.
Volvía con mi padre en coche. Estábamos viviendo con mis padres. Toda una
aventura. Nos habíamos cambiado de casa y estábamos reformando la casa nueva.
La anterior era algo pequeña.
- Igual ha pasado porque Alejandra iba a estar malita y yo no iba a poder con
todo esto. Igual ella se ha ido para ayudarme. Quizás me eche una mano
desde donde esté. Yo sóla no puedo – pensé en voz alta.
Necesitaba encontrarle un sentido a todo lo que estaba pasando. Entonces mi
padre me sorprendió con uno de sus cuentos. Cuando mi hermana y yo éramos

pequeñas, venía a taparnos por las noches y nos contaba una historia que él se
inventaba.
- ¿Me dejas que te cuente una historia?
Ni si quiera respondí. Él empezó a relatar su cuento:
Un caluroso verano, una cigarra cantaba sin parar debajo de un árbol. No tenía
ganas de trabajar, sólo quería disfrutar de sol y cantar, cantar y cantar.
- Papá, ya me sé ese cuento, y no tiene nada que ver con lo que me está
sucediendo.
- Este no es el cuento que tú conoces, es el cuento de mi hormiga.
Le dejé continuar.
   Un día pasó por allí una hormiga que llevaba a cuestas un montón de miedos, de
dudas y de valorarse poco a sí misma. La hormiga no era especialmente guapa, pero
era interesante y dulce, tampoco era la más inteligente, pero era tan buena persona y
trabajadora, que superaba con creces a muchas de las hormigas de su colonia. La
cigarra se burló de ella:
-  ¿Adónde vas con tanto peso? ¡Con el buen día que hace. Se está mucho
mejor aquí, a la sombra, cantando y jugando. Estás haciendo el tonto, ji, ji, ji se
rió la cigarra -. No sabes divertirte...
Qué rabia le daba a la hormiga oír eso. Aunque simulaba no escucharla, ella
quería ser como la cigarra, pasar de todo y divertirse todo el día, en lugar de trabajar y
preocuparse por los demás. Eso era lo que realmente le resultaba difícil a la hormiga.
Cada vez que veía a la cigarra, ésta se reía y le cantaba alguna canción burlona.
Pero el tiempo pasó y la cigarra se hizo vieja y demacrada. De vez en cuando, alguna
cigarra igual de estropeada le acompañaba, pero la cigarra se sentía muy sola y ya ni
cantaba. La hormiga también se había hecho mayor, pero seguía siendo interesante y
tenía muchísimos amigos. La hormiga no se conformaba con ser mediocre, se
levantaba cada día con ilusión, tratando de mejorar y ser cada vez mejor hormiga.
Tenía muchos sueños y muchos de ellos se cumplían, y los obstáculos, con los que se
tropezaba, le ayudaban a ser más fuerte y a crecer como hormiga.
Un día, la hormiga vio a la cigarra malherida, le dio de comer y beber, la tapó y
llamó al médico. Cuando se recuperó fue a casa de la hormiga para darle las gracias.
No parecía tan vieja, estaba limpia y sonreía. Empezaron a ser amigas. La cigarra
enseñó a la hormiga a ser más desinhibida, y la hormiga a ganarse la vida.
A partir de entonces, la cigarra aprendió a no reírse de nadie y a trabajar un
poquito más, y la hormiga siguió aprendiendo y disfrutando de la vida.
- Gracias papá, procuraré recordarlo cada vez que dude de mí misma.
- Lo estás haciendo bien hija. Esto lo superaremos. Siempre la recordaremos, y
tú conseguirás todo lo que te propongas. La vida está llena de altibajos, giros
inesperados, amor y pérdida, felicidad y tristeza, y eso significa que estás vivo.

La vida es como una montaña rusa, a veces se mueve pausada y tranquila, y
otras veces va demasiado deprisa y asusta. Pero si la línea de vida es plana o
la montaña rusa no te excita, significa que estás muerto.

Dicen que de estas experiencias se aprende mucho. La verdad es que todavía hoy
me pregunto que he aprendido con todo lo que ocurrió. Quizás que la vida en sí es una
sorpresa, y que aunque no siempre esté envuelta en un lazo, sigue siendo un regalo.
A lo mejor me enseñó que no tiene demasiado sentido cuestionarse tanto las cosas, y
que es mejor vivir la vida al máximo y dejarse llevar. Quizás que hay que encender las
luces, utilizar las toallas bonitas, y arreglarse y ponerse la ropa nueva, porque hoy es
un día especial. La verdad es que sigo sin tener respuesta. De lo único que estoy
segura es de que Alejandra sigue conmigo y de que todavía hoy sigo aprendiendo y
disfrutando de la vida.

domingo, 9 de diciembre de 2018

La muerte es algo abstracto (Hada)

La muerte es algo abstracto, hasta que te mueres
1
Laura como en una especie de trance (quizá por el vino) se estaba preparando un baño caliente
cuando Frank, dos pisos más abajo, apretó el gatillo de su revólver haciendo caer a Annie con un
golpe sordo sobre la moqueta. Estaba sacando las sales aromáticas del armarito y se golpeó en
la cabeza al escuchar el disparo. Acudió al espectáculo junto al resto de vecinos, que se
reunieron en el rellano, para ver cómo se llevaban a Frank esposado y a Annie envuelta en un
plástico.
2
Tiene usted distrofia muscular. Era, posiblemente, la primera vez en quince años que Laura se
tomaba un instante y paraba. Lo único que escuchó fueron las palabras distrofia y muscular. El
resto del tiempo solo fue capaz de mirarle el bigote al doctor, o más allá del bigote, con la boca
entreabierta. Como aquella vez cuando le operaron de las muelas del juicio que no se sentía los
labios y un hilillo de saliva se le escapaba por la comisura, y su madre iba detrás de ella con un
pañuelito y le limpiaba. Pensaba en el momento en el que ese sería su estado permanente,
mientras observaba a una hormiga cargando con una miguita de pan muy grande, sentada en un
banco en del parque. Hacía frío pero ni siquiera se había puesto el abrigo, que le colgaba de un
brazo, inerte. Era, posiblemente, la primera vez en quince años que permanecía estática durante
más de diez segundos. Pensaba en aquel muchacho con el que salió en la universidad, que había
leído demasiado a Lovecraft y Schopenhauer, y que nunca usaba crema solar. Estamos aquí sin
ningún propósito, diminutos en un cosmos infinito. Laura siempre había dicho que a ella nadie le
había pedido permiso para traerla al mundo, así que quería tomarse la libertad de elegir cuándo
irse. Pero ahora se sentía frágil y pequeña y tenía miedo.
3
La escalera se vació rápidamente tras unos cuantos “Qué tragedia” y “Si siempre saludaba".
Laura, movida casi por la inercia, volvió al cuarto de baño. Empezaba a sentirse muy pesada
(quizá por las pastillas). Se encontró con el grifo de la bañera abierto, rebosando el agua, y se
dirigía a coger la fregona cuando resbaló, dando a parar su nuca contra el canto de la bañera.
Horas más tarde era a Laura a quién se llevaban envuelta en un plástico.