miércoles, 20 de febrero de 2019

ejercicio sobre personaje y odio de Susi


COBARDÍA
El día que entré a trabajar en ese colegio pensé, cuando la criticaban, que no eran justos. Debía de ser muy difícil dirigir un colegio, tanto padre exigiendo lo mejor para sus hijos, un montón de papeleo con el que lidiar, un problema, al menos, cada día. Qué fácil es criticar, cuando termina tu jornada, te vas a casa y al día siguiente más. Menuda panda de vagos deben de ser todos estos, me atreví a juzgar.
Aquel día, después de muchos días como ese, lo tuve claro. O conseguía escapar o jamás recuperaría mi dignidad, esa que había perdido al someterme a su osadía, su prepotencia y su hipocresía. De verdad que lo intenté, que traté de hacerle ver que ese no era el mejor camino, que había otras maneras. Juro que procuré darle cariño, pero sólo recibí golpes, cada vez más fuertes. Todo el mundo la criticaba, nadie parecía entenderla. Al principio me daba pena, al final asco.
Entré en su despacho para recibir de nuevo sus ofensas. Otra vez ese olor a pescado podrido mezclado con su perfume, y ver su cara brillante y coloreada con esa cicatriz rara y difuminada, no recuerdo muy bien en que parte de su cara. Allí estaban esperándome algunos de mis compañeros, su marido (una marioneta boba, que daba casi más asco que ella), y la bruja malvada. El ambiente iba caldeándose:
-        - Pero les dijimos a sus padres que le ayudaríamos en todo lo que hiciera falta.
-        - Tenemos más niños en el colegio.
-        - Ya, pero…
-        - Pero nada.
-       -  Les prometimos que…
-        - Yo no he prometido nada.
-        - Sin ayuda, Javi no puede seguir la clase, ni hacer los exámenes...
-        - Que se joda.
“¿Qué se joda?, ¿ha dicho que se joda?, ¿he oído bien?”. La frase retumbaba en mi cabeza y sentí como si me clavaran una flecha en el corazón. “Qué se joda”. Como si no fuera bastante jodido ya tener todas esas dificultades y esos problemas para relacionarse con los demás niños.
-       -  Entonces no puedo poner en su informe que…
-        - Tú pondrás en el informe lo que haga falta.
-        - No puedo hacer eso.
-        - Claro que puedes.
No sé cómo lo dije.
-        - No voy a hacer eso- dije con la boca pequeña.
Esa frase inmovilizó a los allí presentes, y su cara redonda y sudorosa me miró con rabia. “¿Cómo osaba a llevarle la contraria?”
-        - Pues tendrás que atenerte a las consecuencias.
No contesté. Entonces, dirigiéndose al resto de compañeros que había en el despacho, no recuerdo cuántos eran, dos, tres…, preguntó:
-       -  ¿Quién no está dispuesto a hacer lo que yo le diga, por el bien del colegio?
Nadie contestó.
-       -  El que no esté dispuesto a pelear por el colegio que lo diga ahora mismo.
No volví a abrir la boca. Un calor escalofriante se apoderó de mí. Mi corazón empezó a latir a gran velocidad. Quería salir de allí.
-        - ¿Algo que añadir?
Ni un suspiro. “Panda de cobardes”, pensé incluyéndome entre ellos.
-       -  Pues voy a seguir trabajando que tengo muchas cosas que hacer, cosa que, al parecer, vosotros no.
Y en procesión, con la cabeza gacha, empezamos a salir. Yo iba la última.
-       - Y que nadie tenga que darte las gracias por nada- añadió en tono amenazante cuando salíamos de aquel endemoniado despacho- En todo caso tendrían que dámelas a mí.
Al salir, todos la criticaban. Yo no quise participar. Me fui. Me llamaron, pero no me giré. Uno de mis compañeros me siguió y me dijo:
-        - Lo siento, pero ya sabes…
No le miré. Seguí andando.
En cuanto reuní el valor suficiente, dejé atrás aquel maldito lugar, y entonces recuperé mi libertad, aunque tardé algunos años. Me costó una operación de espalda, muchas horas de trabajo invisible, remordimiento, tiempo que no dediqué a quien quería, mucho sufrimiento. Todavía quedan secuelas de aquellos años secuestrada. Hace poco me enteré de que la mayoría de mis compañeros de entonces, ya no seguían allí. Me alegré por ellos y me sentí ganadora. Pero no consigo sentirme bien, todo lo bien que me gustaría.

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