miércoles, 31 de octubre de 2018

Jorge G.


No llevo mucho tiempo viviendo con Filippo. Quizá un par de años. Aunque si sumo las noches que compartimos en nuestra esquina de Huertas, con un somier hecho a base de cajas de cartón y mantas de la Cruz Roja como abrigo, quizá sea alguno más.
En cuanto nos hicimos un hueco en Sol, entre mimos, malabaristas y manteros, y el dinero comenzó a permitirnos hacer las tres comidas, nos pusimos a buscar un sitio donde las noches dejaran de ser un suplicio. El barrio de Carabanchel no está mal. Vale que viviéramos en la peor zona y que tardáramos casi tres cuartos de hora en llegar a sendas esquinas de Sol, pero la gente chunga ya nos saluda cuando nos ve salir de nuestro portal, cargados con caballetes, lienzos y demás enseres bajo las axilas. Nuestra calidad de vida había mejorado bastante, y los visitantes a Sol no se iban de Madrid sin inmortalizarse caricaturizados por unos de nosotros, con el oso y el madroño como telón de fondo.
Comenzamos a trasnochar. Todo el mundo conocía nuestros respectivos sitios en la plaza. Pese a eso, si se hacían más de las diez de la mañana y todavía no habíamos aparecido por allí, Tony y su perrita Edna, que se ganaban el pan y el pienso dando vueltas sobre sus narices a una pelota, una maza, o a cualquier cosa que su público les pidiera, se encargaban de guardar nuestro sitio, ocupando el mayor ancho posible de nuestras esquinas con sus pintorescos bártulos. No teníamos nada que hacer por las noches. No teníamos televisión. Íbamos a los bares. Luego a los pubs. Terminamos pisando asiduamente un Club de Striptease. El Gaslight. En pleno centro, no muy lejos de Sol.
El Gaslight es un antro. Pero sus mujeres son explosivas. Van y vienen como si tuvieran prisa por algo. Si preguntabas a Ray por alguna de sus chicas que aquella noche echabas en falta, lo más normal es que te contestara que ha dejado el club. Es un trabajo pasajero el de bailar en tanga de hilo. Por norma general, la salida más habitual para ellas es enganchar a un viejo separado y hacerle perder el sentido con sus salvajes curvas. Enamorarlos hasta las trancas y voilà, vivir a su costa, casarse con ellos y asegurarse así un porvenir fuera de tugurios como aquel.
Aquella noche estábamos tomando unas copas. El Gaslight estaba medio vacío. Era ya tarde. Y decir tarde en un lugar como aquel es muy tarde. Llevábamos toda la noche viendo a la chica nueva. Hacia algunas semanas que no veníamos aquí, así que calculamos que no llevaría más de un par de semanas bailando. No era ninguna experta. No miraba a su público. Se notaba cierto pudor en sus descuelgues por la barra. Era nueva en esto. Yo me preguntaba, mientras daba pequeños sorbos a mi copa y retorcía mi cuello en dirección a ella, qué circunstancias vitales habrían llevado a una mujerona así a terminar bailando semidesnuda para tipos como nosotros.
-        Daría cualquier cosa por tirarme a la nueva. Que tetas más bien puestas –dijo Filippo. Comenzaba a desestabilizarse en el taburete. Era el tipo de mujer por el que Filippo se pirraba.
Sabía que tarde o temprano iba a proponerme que la conociéramos con mayor profundidad. El siguiente paso era, como no, hablar con Ray. Ray es el dueño del Gaslight. Fillipo y Ray no se llevan muy bien. En alguna ocasión, Ray ha tenido que echar mano del responsable de seguridad del local para sacar a Filippo del mismo. Ray no es santo de mi devoción, pero es un caballero, y nunca ha entrado en las provocaciones de Filippo. Sin embargo, por una mujer así, estaba convencido que mi amigo se tragaría su estúpido orgullo y acabaría suplicando a Ray un baile privado a cargo de esa chica, a cambio de algunos billetes.
-        Deberíamos volver para casa. Mañana es sábado y deberíamos estar frescos –dije dando un pequeño sorbo más. Comenzaba a arrastrar las palabras. No quería que se nos fuera de madre la noche y tuve sensaciones contrapuestas al observar a aquella chica. ¿Conocía aquel rostro? Veo mucha gente diferente a diario y es imposible saberlo con exactitud. Su aspecto desprendía cercanía.
Se llamaba Lola. Nos lo dijo justo antes de empezar nuestro espectáculo. Seguía sin mirar demasiado nuestros rostros. De vez en cuando cruzaba una mirada conmigo. Nuestros ojos se conectaban durante unos segundos para evitarse después, mientras ella se contoneaba y yo daba sorbos ahora más grandes a mi copa. Filippo no perdía ojo a la actuación. De vez en cuando soltaba algún sonido gutural obsceno, ahogado por el elevado sonido ambiente del local.
-        ¡Vamos Lola, demuestra lo que sabes hacer con ese cuerpo! –decía, al mismo tiempo que su cabeza iba de arriba abajo, tratando de abarcar el cuerpo completo de aquella chica.
Siempre decía lo que pensaba. Filippo hacía cualquier cosa por llamar la atención de una bella mujer, aunque, por regla general, no conseguía su propósito, sino más bien el contrario.
Filippo va por la ciudad sin dientes. Nadie se da cuenta, ya que consiguió una dentadura postiza en el mercado negro. Yo pensaba que había mercado negro de casi todo, pero cuando apareció por el apartamento con esa cosa en la boca y me contó cómo se había hecho con una de estas, me sorprendió bastante. Había perdido los dientes a causa del bruxismo. El suyo es nervioso, dice que a causa de quedar abandonado por su madre a la “corta” edad de 12 años. Desde mi habitación escucho cada noche el rechinar de sus dientes. Ya me he acostumbrado, pero al principio, cuando compartíamos catre en las frías calles, nadie quería dormir cerca de él. Su madre es italiana y su padre español. Vino al poco de quedarse sólo en su Italia natal, en una infructuosa búsqueda de su padre. Pese a su nombre y su marcado acento italiano, que podría llevar a engaño, es un hombre enjuto, de aspecto desaliñado y pobladas cejas, con poca habilidad en lo que respecta al trato con las mujeres.
-        Lola, cuéntanos tu historia –dijo Filippo, cuando Lola terminó su espectáculo.
-        Porque os iba a contar ninguna historia. No sois más que dos salidos.
-        Todas lo hacen. Sabemos la historia de todas las chicas.
Un camarero acababa de entrar en la sala. Traía las tres copas que habíamos pedido. Bueno, que había pedido mi amigo. Quería alargar aquella agradable reunión.
-        No me pagan para contar historias. Si queréis escuchar historias os habéis confundido de lugar. Además, termino mi turno justo ahora. Solo quiero descansar –dijo Lola. Se mostraba enfadada por nuestro descaro, pero tuve la impresión que sus movimientos relajados, como si se encontrara en una reunión familiar, pedían alargar la noche. Quizá no quisiera volver a la pequeña habitación que tiene alquilada, donde se siente sola, o volver a la cama junto al desalmado que la maltrata y le buscó aquel trabajo. Nunca se sabe.
-        Pero a nosotros sólo nos interesan reales. Las historias de aquí, con nombre y apellidos – dije yo.
Lola era una mujer guapa. Tras decir aquellas palabras se quedó unos instantes mirándome. Su mirada era fría. Se palpaba el infortunio en el iris de sus ojos. Pero estaba relajada. Esbozó una ligera sonrisa y volvió a dirigirse a Filippo.
-        -¿Qué queréis saber que ya no conozcáis? Todas las chicas de aquí os habrán contado historias similares –dijo mientras aceptaba el gin tonic que Filippo le acercaba.
-        Cada historia es única. Cada chica tiene la suya y no se parecen demasiado –dijo Filippo. Esto era totalmente cierto. Cada chica nos había contado su historia, y todas diferentes.
Filippo estaba creciéndose. Su aspecto había mejorado. No parecía llevar en el cuerpo la suma considerable de alcohol que sí llevaba. Los dos íbamos borrachos y queríamos que ella se nos uniera. Conseguimos que se sentase con nosotros en aquella sala. Se cambió de ropa, aunque en realidad sólo tuvo que ponerse unos vaqueros rotos, un sujetador y una blusa granate. Llevaba el chaquetón azul eléctrico en la mano, que dejo apoyado sobre los asientos rojos de cuero, que sitian la pequeña tarima, donde instantes antes bailaba desnuda para nosotros.
-        ¿Qué quieren saber los caballeros? –dijo ella con tono socarrón. Se miró en una de las paredes de la habitación, que está toda acristalada. Hizo una mueca con los ojos y se atuso el pelo.
-        ¿Por qué una mujer como tú termina trabajando en un lugar como este?
-        ¿y por qué no? Necesito dinero. Eso es todo. Es temporal –su mirada bajo unos segundos hacía su copa.
-        ¿Por qué necesitas dinero? Nosotros podríamos ayudarte – dijo de nuevo Filippo. Estaba ebrio y podía salir cualquier cosa de su boca.
-        ¿Por qué ibais a hacerlo? No me conocéis– dijo Lola -. No aceptaría vuestro dinero. Tampoco parecéis ningún par de empresarios forrados.
-        Somos un par empresarios –dijo Filippo excitado-. somos pintores de mucho éxito.
-        ¿Qué tipo de pintura hacéis?
-        Expresionista. Hacemos pintura expresionista –mintió Filippo-. Hemos recorrido media Europa.
Filippo había terminado con su copa. Seguía entusiasmado por llevar la conversación adelante. Ella, de vez en cuando, lanzaba alguna mirada hacía mí. Ahora de una forma más dulce que al principio, o eso me pareció. Parecía querer asegurarse que seguía atento a todo aquello. Era una mujer inteligente, y así, vestida, me dio la impresión de ser una persona de total confianza. Si mi vida hubiese corrido peligro aquella noche, y mi supervivencia supusiese tomar una decisión entre mi amigo y Lola, no hubiera tenido ningún tipo de duda en dejarla en las manos de ella.
-        Voy al baño chicos–dijo Filippo-, esto todavía no ha terminado. Voy por más copas.
Antes de abandonar la sala, Filippo se tambaleó y sólo la moldura de la puerta freno una caída. Lola y yo nos habíamos quedado a solas. Ahora ella me miraba directamente. Una fina capa acuosa envolvía sus ojos. Sonreía mostrando sus dientes. El gin tonic había relajado sus músculos de la frente y le había dado un tono rosado a sus mejillas. Estaba preciosa.
-        Cuando vuelva, pídele que te haga su truco especial. Su truco de los dientes. Él lo entenderá -dije yo. Me había acercado un poco de manera inconsciente.
-        ¿Qué nombre tiene un pintor expresionista como tú? –preguntó Lola de manera directa.
-        No soy pintor expresionista. Ni siquiera sé que es eso. Ambos somos pintores, pero hacemos otro tipo de pintura –di un sorbo a mi copa y miré sus manos. Eran unas manos pequeñas y delicadas-. Digamos, más callejera.
-        Cuéntame más acerca de ti y ese truco de tu amigo italiano–dijo acercándose ella también. Pegó su pierna a la mía.
-        No –dije jocosamente-. Somos nosotros quien preguntamos y tú quien responde. Son las reglas del juego.
Filippo no volvió. Para cuando alguien entro en la sala, Lola y yo habíamos dejado cualquier tipo de dialogo oral. Nuestras lenguas ya no ayudaban a emitir ningún sonido reconocible por el ser humano, sino que se chocaban y se entremezclaban entre sí. Sabía que podía llegar hasta el final.
-        Tu amigo el italiano está en el baño –informó Ray, de malas maneras-. Sácalo de aquí o lo sacaremos nosotros.
No era una sugerencia. Fue una advertencia. No era la primera vez que Filippo acababa vomitando en el baño, o peleando la mejor posición con algún cliente, en la que poder ver de una forma más clara y sin obstáculos, el espectáculo central de la noche. De hecho, creo que aquel tipo con traje asiduo al local, no ha vuelto desde que la copa de vodka con limón de Filippo terminó estrellándose de forma estentórea contra su cráneo.
La imagen era desoladora, aunque nada nueva para mí. Hasta donde recuerdo, Filippo estaba tirado sobre el sucio suelo, abrazado a la taza del váter. Esta vez no le había dado tiempo, o simplemente no recordó que tenía que quitarse la dentadura postiza antes de vomitar, con lo que tuve que rescatarla del retrete, mientras ayudaba a mi amigo a ponerse en pie. Ya no habría truco con el que Filippo sorprendería a Lola. Supe de inmediato, tras levantar a mi amigo del suelo y apoyarlo sobre la pila, que la noche había terminado para nosotros.
Lola no se había ido todavía. Estaba apoyada sobre la barra central, despidiéndose del barman. Por lo que a mí respecta, había conseguido recomponer a Filippo como mejor pude, limpiar sus vestimentas y ponerle de nuevo su dentadura postiza, una vez la hube limpiado en la pila.
-        Me debes un truco especial –dijo Lola. Se dirigía a Filippo, pero me miraba a mí, y tuve la sensación que esperaba a que yo dijera algo primero-. Tu amigo me ha contado que haces algo muy especial con tus dientes. Espero verlo algún día.
Mi amigo ya no escuchaba. Su consciencia se había marchado a otro lugar. Quizá a su Italia natal, o a la imagen del rostro de su desaparecido padre, que lleva en su cartera, por si ve algún rostro masculino en Sol que coincida. Iba apoyado en mi hombro para no caerse y apenas dirigió su mirada hacia Lola. Yo no supe que decir y sus palabras me pillaron por sorpresa.
-        Espero que nos volvamos a ver, me debes una buena historia –acerté a contestar a sus palabras-. Una historia real.
Salimos de nuevo al frio de Madrid. Todo era mucho más tranquilo que cuando habíamos llegado a la puerta del Gaslight. Anduvimos como dos borrachos, abrazados el uno al otro para mantener el equilibrio. Filippo se puso a silbar, aunque la melodía era indescifrable. El aumento de la temperatura corporal que había experimentado con Lola me mantuvo caliente hasta llegar a mí cama. Allí pensé en ella. Había sonreído al escuchar mis últimas palabras, antes de salir de forma precipitada del local. Estaba deseando escucharla de nuevo, aunque no en el mismo sitio. Seguro que tenía una historia interesante que contar.





miércoles, 24 de octubre de 2018

José Antonio Nogales-Chávez


3M, UN PINTOR DESENCANTADO, UN CLUB DE STRIPTEASE Y UNA DENTADURA POSTIZA
Estaba convencido que lo mío nunca sería un aprendizaje normalizadamente académico y que jamás llegaría el día en que cogería mi paleta y mis pinceles y enfrentaría ilusionadamente la pintura de un bello cuadro. No obstante, me dejé llevar por la ilusión, no la mía, sino de Manoli. Por la ilusión y el esfuerzo que había puesto 3M para que yo me apuntara en aquel Taller.
Nos conocimos en un viejo expreso de Valencia a Barcelona hace más de 30 años y ahora, peinando canas los dos y en la placidez de la vida, nos reencontrábamos en un taller de pintura. Bueno, estas son las cosas sorprendentes y positivas que a veces te da la vida.
A pesar de que todo estaba bien dispuesto y organizado: profesor, materiales, modelos, a pesar de ello, solo asistí a tres clases. Ya lo sabía, yo no estaba dispuesto a sacrificar mi tiempo. Que si aplicar capa de fondo, que si carboncillo suave previo, que si el pulverizador, que si continuamente a esperar que secara bien. En fin, la observación de tantos requisitos y la enorme paciencia que era necesaria para pintar una rosa roja en un florero de plástico no casaba con mi temperamento ni con la idea que yo tenía acerca de la creatividad.
Sin dudas ni pena dejé el taller y, a los pocos días, Manoli Montes Marín me dejó a mí. Debo reconocer que, en esta ocasión, fue algo menos sorprendente y positivo. Me quedé tocado.
Retomé mis dibujos y manualidades guiado como siempre por la impronta de la inspiración, la imaginación y el estado mental, positivo o negativo, de la ocasión. No obstante, se había instalado en mí un vacío y decidí explorar una modalidad del dibujo que siempre me inquietó: dibujar del natural. No lo pensé mucho y aquella misma noche me fui a un club de striptease como primera experiencia de observación.
Creo que me equivoqué en la elección del local. Ni era un club elegante, ni los personajes que al parecer lo frecuentaban eran muy distinguidos. A media luz, me senté en una mesa, pedí un gintonic a una camarera en topless, saqué mi pequeño cuaderno de notas y me dispuse a practicar una de las cosas que más me gustan: observar al ser humano y bosquejar.
Pasé revista a todos los asistentes. A las chicas y chicos de alterne que se exhibían en la pista central contorsionándose mientras, lentamente, se iban quitando las pocas prendas que cubrían sus rutilantes cuerpos; a las camareras que tanto en la barra como en las mesas se acercaban a los clientes insinuándose provocativamente para sacarles una invitación; a los que bailaban acaramelados obscena y descaradamente en la pista de baile. En fin, un panorama excitante que solo te permitía tomar nota mentalmente. Allí no había poses, proporciones, sombras, medidas. Allí solo se podía imaginar el deseo, la decadencia y, como mucho, los rincones del alma.
Pasadas las dos de la madrugada apenas si quedaban clientes en la sala. La luz había enmudecido y por los oscuros rincones solo se adivinan unos informes bultos que de vez en cuando se mueven con gestos convulsos. En la pista solo queda una pareja en la que el hombre, un anciano de aspecto descuidado, magrea groseramente a la mujer que perezosamente se pega a él. Finalmente se detiene la música y por un momento la sala queda en silencio. Es entonces cuando resuena una sonora bofetada y la bola disco que cuelga del techo, en su continuo giro, hace que se reflejen con fugaces destellos las piezas sueltas de una asquerosa dentadura postiza que se ha hecho añicos al rebotar sobre la pista de baile.
Fin del espectáculo. Pagué mis tres gintonic y salí en silencio del local con las pilas supercargadas. ¡¡Es la vida!!

martes, 23 de octubre de 2018

Miranda, una bailarina de streapteasse de unos veintitantos. Su casero había denunciado la desaparición, le debía varios meses. Era mi último caso en el departamento de desaparecidos, estaba deseando terminar y que me trasladasen. El jefe me pidió que reuniera unos cuantos datos y rellenase un informe.

Cuando entré en el "Venus in furs" me recibió una muchacha con unas botas hasta la rodilla que apenas habría cumplido la mayoría de edad, sonaba "Psycho Killer" de los Talking heads y había dos señores beodos sentados en la barra enzarzados en alguna discusión de borrachos. Me acompañó hasta su camerino, retiró un montón de ropa de encima de una silla y me indicó que me sentase. Saqué la grabadora del maletín y mi cuaderno de notas, ella encendió un cigarrillo y se quedó de pie, apoyada en el marco de la puerta mirándome.

—¿Quiere uno? —la chica me ofreció la caja y dio una calada llenando el pequeño habitáculo de humo.

—No fumo, gracias —puse en marcha la grabadora—. Quisiera que me hablases de Miranda.

—Aquí nadie la conocía mucho y en general nunca dio problemas— se sentó frente al tocador dándome la espalda.

—¿Erais amigas? ¿Sabes si podía tener algún conflicto con alguien? ­—la muchacha me miraba a través del espejo.

—Ya le he dicho que aquí nadie la conocía mucho, hacía su faena y se marchaba. Era la favorita del pintor, es probable que eso le causase algún conflicto.

—¿El pintor?

—Si, todas queríamos ganarnos a ese tipo —apagó el cigarrillo en el cenicero y se atusó el cabello—. Pero ella era su musa.

—Y eso le generó problemas, dice.

—Mire, yo no sé mucho. Tuvo una discusión hará un par de semanas. Todo empezó cuando apareció aquella dentadura postiza en el camerino de Gloria, entre sus bragas. Estaba convencida de que Miranda la dejó ahí para castigarle por ponerle la zancadilla cuando estaba bailando para el pintor. Quizá debería hablar con ella.

La chica me acompañó hasta el camerino de Gloria y toqué a la puerta. Me abrió una mujer muy corpulenta, no le hizo mucha gracia verme allí. Me presenté, puso los ojos en blanco y me invitó a pasar. Tomé asiento en una silla frente al tocador y saqué la grabadora y el cuaderno de nuevo.

— Y bien, señor agente, ¿soy sospechosa de algo?— se sentó frente a mí en un gran sofá de cuero con las piernas cruzadas y me miró con arrogancia.

—Tan solo estoy reuniendo unos cuantos datos, debo rellenar un informe sobre la desaparición de una compañera suya, Miranda —encendí la grabadora—. Me han contado que tuvieron una discusión hace un par de semanas.

—Esa zorra me dejó un regalito entre mis bragas. Se lo tenía muy creído con eso de ser la favorita del pintor así que fui a bajarle los humos. Me la encontré chutándose en el camerino, hasta sentí un poco de pena. Mire, yo apenas conocía a la chica, estará tirada en algún piso de yonquis. Si quiere información será mejor que hable con el jefe.

Me indicó que su jefe se encontraba en las oficinas, dos pisos más arriba, y me acompañó hasta el montacargas. El tipo me recibió en bata y calzoncillos, con un breve gesto de cabeza y un gruñido me invitó a pasar. Pulsé el "play" de la grabadora.

—Gloria tiene mucho carácter pero no haría daño a una mosca. Todo ese asunto de la dentadura postiza— hizo una pausa y se levantó para servirse un vaso de whisky— ¿Quiere uno? —negué con la cabeza— Gloria me debía pasta así que estuve rebuscándole en el camerino, todavía no me he acostumbrado a esta cosa así que a veces la llevo en el bolsillo, debió de caerse de ahí y para cuando me di cuenta Gloria ya estaba montándole un pollo a la chica. Todas estaban un poco nerviosas con el tema del pintor.

—¿Qué puede decirme del pintor?

—Ese tipo no era de aquí, había oído cosas, a veces se llevaba a alguna de las chicas y las sacaba de esto. Las convertía en modelos. Todas estaban locas por él. Quizá se la ha llevado fuera, a París, vete tú a saber dónde. Estas chicas no le importan a nadie.

Cuando salí del "Venus in furs" estaba atardeciendo y llovía a cántaros. El tipo tenía razón, estas chicas no le importan a nadie. La muchacha era drogadicta y tenía algo con ese pintor, llegaría a la oficina, redactaría el informe y todo habría acabado.



Hada

DISFRUTAR CADA MOMENTO (SUSI)



DISFRUTAR CADA MOMENTO

Nunca antes había estado en un lugar similar, ni si quiera en una de las típicas despedidas de soltera de ninguna de sus amigas. Lo más parecido a ese lugar eran las discotecas a las que, de joven, había ido, tampoco tantas. No era una mujer de discotecas, no le gustaba la noche, ni beber, ni trasnochar. Lo que con más cariño y ternura recordaba, de sus noches de juventud, eran las noches de verano en aquel frontón, noches en las que, a pesar de la oscuridad, no había sitio para la soledad. Rodeada de amigos. Toda una vida por delante, segura, confiada, tranquila.
Ahora no se sentía sola, mucha gente le quería, pero una extraña sensación navegaba sin rumbo en su interior. Necesitaba aire puro, el sol rozando todas y cada una de las partes de su cuerpo, ese sol que tardaría en tener de nuevo, esa  paz que había desaparecido. Ahora más que nunca, le faltaba el aliento, el aire y el consuelo.
Toda la noche en aquel club de streaptease no había hecho más que empeorar las cosas. Buscaba la oscuridad para asesinarla, y una vez hecho, buscaría la luz, para casarse con ella.
Arrepentida, confundida, asustada, salió de aquel lugar en el que había pasado la noche ella sola. Quería desnudar su alma pero no sabía como. Quizás allí, donde desnudan su cuerpo, pensó, encontraré la clave para desnudarme, para despojarme de todo lo que me roza, me irrita y me atormenta. Caras extrañas, ojos viciosos, ruido, luces de colores y olor a ambientador barato. Rincones vacíos y aire acondicionado intenso. Era como si necesitara tocar fondo, para poder empezar de cero.
Salió de aquel horrible lugar y buscó un sitio tranquilo, soleado y fresco al mismo tiempo, donde poder encontrarse a sí misma y recuperar la paz. El fresco de la mañana consiguió despertarla. Ese sol que todavía no quemaba le reconfortaba. Había llovido esa noche, y el agua de la lluvia había permitido brillar al verde de los árboles. Tenían un color precioso, una mezcla de verdes intensos que incluso deslumbraban. Una brisa suave movía las hojas y las hacía cambiar de color, oro-verde, oro-verde, oro-verde. Volvió a esa placita donde años atrás había estado, esa plaza alegre, llena de gente, de música, de arte, de vida. Y allí estaba. Vislumbró su sonrisa desde lejos. Era alto, moreno, fuerte y tan guapo, que parecía sacado de una de esas pelis románticas en las que todo es perfecto, de esas historias que un día exisitieron pero que ahora ya no existían. Pero él sí existía, seguía estando ahí para alegrarle. Buscó una mesa próxima a donde él estaba y se sentó. Se quedó maravillada con uno de sus cuadros. Había decenas de ellos a su alrededor. Eran todos preciosos, pero había uno en concreto que le cautivó. Él la había retratado hacía ya algunos años, en la playa, recordando una tarde de verano. Ella estaba de pie en la arena. Era joven, alegre, divertida y tan bonita, que todos la miraban. De pié, con ese vestido largo, que dejaba ver su silueta, y su pelo al viento, que aunque tapaba su rostro, dejaba ver su maravillosa sonrisa, sus dientes perfectos. Ese pelo y esos dientes que tardaría en lucir de nuevo. Un grupo de niños y niñas, sentados en la arena la observaban con emoción y escuchaban un cuento que ella se había inventado. Algunas tardes, cuando veía que los niños se aburrían, se los llevaba a la playa y les contaba un cuento, luego jugaban y se bañaban toda la tarde hasta que él sol se retiraba. Cuanto disfrutaba haciendo esto.
-        ¿Qué es lo que más te gusta hacer? – le preguntó hace años
-        No sé, me gusta el verano.
-        Cuéntame algo con lo que disfrutes en esos veranos.
-        Me encanta llevarme a los niños a la playa, cuando veo que están aburridos, y contarles una historia con moraleja, y después bañarnos y jugar hasta cansarnos, hasta que el sol se aburre de nosostros y dedide retirarse a descansar, para reponer la energía que necesita para alegrarnos de nuevo.

Después de algunos años, todavía seguía allí, en el mismo lugar donde un día, hace años, él le dedicó su tiempo. No quiso venderle el cuadro, lo quiso para él. Jamás lo venderé, le dijo, tú serás mi musa, mi inspiración, mi aliento. Ella acababa de casarse, estaba en París por su luna de miel. Había salido a pasear por la mañana, pronto, cuando el fresquito de la mañana te despierta, y el sol no quema. La historia se repetía.
Ahora, ella seguía casada, y él seguía allí. Estaba hablando con un señor que parecía entrañable, comentaba acerca de uno de sus cuadros, la conversación terminó y se despidieron, y entonces él se giró y la vió. La reconoció desde el primer momento. Ya no era tan jóven, ni tan alegre, pero seguía siendo igual de bonita que entonces.
-        Hola.
-        Hola.
-        Sabía que algún día volvería a verte.
-        Sigues teniendo mi cuadro.
-        Y tú sigues siendo tan guapa como siempre.
-        ¿Me lo venderás esta vez?
-        Si lo hiciera, no volvería a verte.

Ella volvió a sonreir, y por un momento se olvidó de todo. Él le pidió permiso y se sentó con ella.
-        Buenos días, ¿qué desean tomar? - les preguntó  en francés el camarero.
-        Un curasán y un café con leche – dijo ella.
-        Yo tomaré lo mismo – dijo él.

El camarero se marchó y entonces él le preguntó.
-        ¿Qué te pasa?, ¿qué te inquieta?, ¿qué te preocupa?

Pasaron la mañana juntos, y como nunca antes había hecho con nadie, le contó su vida, su problema, su miedo.
-        No puedes seguir escondiéndote. Has de afrontar este reto. Por mucho que quieras que esto no te afecte, es imposible. No va ser fácil, ni rápido, pero tampoco eterno, y marcará tu vida sin tú quererlo. Has de tomar las riendas y domar la fiera, y sin darte cuenta, volverás a ser libre de nuevo, más libre que  nunca, todo lo libre que tú quieras. Ahora tienes tiempo para pensar y empezar de nuevo, o quizás simplemente continuar. No huyas, vence al miedo. Tú tienes, sin duda, más poder, más fuerza, y esa magia que el miedo nunca tendrá. Seguramente no es justo, pero a veces, así, se aprende a disfrutar de cada pequeño momento.

Como dentadura sin dientes se sentía ella. Antes sonreía, ahora no podía, y detrás de esa sonrisa, todo se escondía. Ahora, sin dientes, sin sonrisa, todo eran huecos en los que colar las penas y los miedos. Sólo perdería el pelo, del resto, de ella sólo dependía. Si ella se empeñaba, no tenía porqué perder esa sonrisa, esa magia que ella sólo tenía. Y el pelo saldría de nuevo.
-        Lucha. Lucha cada minuto, cada segundo. Ganarás seguro. Y una vez lo hayas conseguido, nunca más te escondas, nunca más permitas que nadie cambie una dentadura por tu maravillosa sonrisa.

No le hizo falta un beso, ni si quiera más tiempo a su lado. Volvió a marcharse de nuevo, más segura, más fuerte y convencida, de que estaba enferma pero no vencida.
Entonces, sonó la alarma de su móvil. Se había acostado la siesta. Esa siesta que ahora tanto necesitaba para recargar pilas y afrontar todo lo que tenía que hacer cada tarde. Sus hijos estaban a punto de volver del colegio. Cogió el teléfono y me llamó.
-        Soy yo, ¿puedes hablar?
-        Claro que puedo.

(Ahora más que nunca, era lo que más me apetecía, hablar con ella, escucharle, estar cerca)
-        He tenido un sueño muy extraño, pero ha sido fantástico. Ahora lo veo todo más claro.

Me contó el sueño, era realmente fantástico, como si alguien, desde un lugar sobrenatural lo hubiera ideado simplemente para ayudarle, para darle fuerza, para abrirle paso, para enseñarle el camino.
-        La verdad es que sí que es extraño, pero tan mágico, y tan real al mismo tiempo. Es como si alguien lo hubiera pensado para tí.
-        No sé muy bien que significan ese club, ese pintor y esa dentadura, pero me han ayudado a pensar. Me he despertado como con más ganas de hacer, sentir y disfrutar.
-        Quizás el club sea el reflejo de lo que puedes ver si te dejas vencer, si te desanimas, si te rindes. El pintor...
-        El pintor sois tú y mis amigas, mi familia, mi marido, mis hijos, toda la gente que me quiere – me interrumpió ella.
-        ¿Y la dentadura? – le pregunté.
-        La dentadura nos recuerda que sonreír es lo más importante – me contestó casi sin pensarlo - que pase lo que pase, nunca debemos perder la sonrisa, y si en algún momento flaqueamos, que es humano, es lo primero que debemos recuperar.
-        Sí, sonreír es tan importante. Es imposible sonreír y estar triste. Aunque sólo sea por un isntante, la sonrisa te devuelve la alegría. Qué fácil es sonreír y cuanto parece que cuesta. Cuanto cambiaría todo si la gente fuera más amable y sonriera más.
Tuvieron una larga conversación acerca del sueño y de su significado. La interrumpieron cuando sonó el timbre. Los niños acababan de llegar.
-        Bueno, tengo que dejarte, acaban de llegar tus sobrinos.
-        Me ha encantado compartir contigo tu sueño – le dije.
-        Gracias. Acabo de decidir que esto no es una enfermedad, sino una oportunidad que me da la vida para..., no se muy bien para qué, pero lo iremos descubriendo.
-        Eres genial.
-        Te quiero – me dijo como de costumbre
-        Y yo a ti mucho más.
Y como casi cada día, se acabó la conversación. Un largo aprendizaje nos esperaba. Sería duro, de eso no teníamos duda, pero íbamos a ser unas alumnas excelentes. Nuestro grupo de trabajo (familia y amigos) era fantástico, el mejor de todos, y juntos teníamos que sacar muy buena nota. Una nota que nos permitiera entrar en la carrera de la valentía, de la ilusión, de la energía, del disfrutar cada momento en la vida. A veces, dudábamos, flaqueábamos, nos dejábamos llevar por la apatía, la desgana y la tristeza, pero teníamos suerte, mucha suerte, y a pesar de que era difícil sonreir y divertirse, sabiendo que mucha gente sufría, encontraríamos la manera de disfrutar y hacer que mucha gente también lo hiciera.





domingo, 21 de octubre de 2018

RELATO DE JOSE LUIS

Me quedé mirándola. Me atrajo como si fuera la reina de la habitación. Me costó descubrir lo que no cuadraba y ella era. Un objeto pequeño me indicaba que lo sucedido no era la imagen mostrada. Nos habían llamado para el levantamiento del cadáver de un hombre anciano. Todo apuntaba a una pacífica muerte en la cama. Algo en aquella habitación no cuadraba y era la dentadura postiza en la mesilla de noche. El forense era nuevo y le señalé la dentadura. Me miró con cara de no entender el mensaje. - ¿No le parece extraña? - ¿La dentadura? ¿Por qué me lo iba a parecer? Imagino que la mesilla y el baño son los sitios lógicos ¿no?. Sonreí y le dije: - Póngase en el lugar del muerto, ¿dejaría usted la dentadura en la mesilla sin ponerla en un vaso con agua? Pensé que forense era bastante joven y no debía tener a nadie en su familia que usase dentadura postiza. Vi su cara de sorpresa. Habíamos visto una casa aseada, incluso demasiado aseada para un hombre que vive sólo. Era difícil de encajar que una persona tan cuidadosa con la casa olvidara llevar un vaso con agua a la hora de acostarse. Había hablado con el sobrino del finado mientras esperábamos la llegada del forense y del secretario judicial. Fue él quien había descubierto el cadáver. Me contó que todas las mañanas que libraba iba a verle y a pintar con él. Esta vez lo encontró muerto en la cama. Ahora se encontraba en la cocina hundido en sus pensamientos. Tenía una relación especial con su tío, desde que este enviudó relativamente joven su sobrino fue casi un hijo para él. En especial porque era el único sobrino que amaba la pintura como su tío. En la puerta de la vivienda se encontraban varios vecinos. No se habían perdido detalle desde la llegada de tantas personas extrañas a la finca. Les pregunté si alguno había notado algo extraño en las últimas 24 horas. Ninguno había notado nada especial, pero todos corroboraron lo que dijo el primero: Su vecino era una persona muy afable y tenía buena relación con todo el vecindario. De hecho algunos de ellos tenían cuadros pintados por él. En todos los casos los había regalado y, debido al valor de su firma lo consideraban un regalo muy valioso. Estando en esa conversación me llamó el forense y me dijo que tenía razón, la posición del cuerpo en la cama no era natural, lo debían de haber movido o puesto sobre ella una vez muerto, se veían marcas en el cuello que podían ser de estrangulamiento y calculaba que habría fallecido unas 12 ó 14 horas antes. Volví a hablar con el sobrino. Le pedí que me contara más sobre el trabajo de su tío y que es lo que estaba pintando últimamente. Pasamos a la habitación donde pintaban ambos y al Vi su cara de rabia. Acaba de darse cuenta que a su tío lo habían asesinado y robado. Se puso a insultar, a blasfemar y amenazar de muerte a quien lo hubiese matado. Le dejé que se explayara. Comprendía su estado era como si le acababan de quitar, no sólo a su tío, sino también aquellos tres cuadros. Le habían robado una parte de su vida. Cuando se tranquilizó un poco le pedí que me los describiera o si tenía alguna foto de ellos. Las llevaba en el móvil y me las pasó. Inmediatamente llamé al Comisario para decirle que se trataba de un asesinato con robo y que viniera la científica con todo su arsenal. Luego recorrí la casa con el sobrino para comprobar si faltaban más cosas. Comprobamos que no había nada de dinero ni en la casa ni en la cartera del tío. Tampoco estaba la cubertería de plata que tanto amaba su difunta tía y que su tío conservó sin utilizarla desde que ella murió. Había algo que no me cuadraba, al parecer la puerta estaba cerrada con llave cuando llego el sobrino. Por eso le pregunté quien tenía las llaves de la casa. - Hay cuatro copias de las llaves, las suyas, las que yo tengo, las de mi madre que viene a ayudar a mi tío a limpiar una vez al mes y las de reserva que se encuentran en el armario del recibidor. Fuimos a ver las llaves de repuesto y comprobamos que no estaban en su sitio. En eso llegaron los de la científica y nos salimos para dejarlos trabajar. Le dije que le llamaría por si necesitábamos algo y salí a la calle. Desde allí llamé al comisario para pedirle que tanteara con los contactos del mercado negro la puesta en circulación de tres obras del reconocido pintor que acabábamos de encontrar muerto y que preparara al equipo del mercadillo de los domingos para que siguiera la cubertería de plata. Cuando hay algo que no me termina de encajar me gusta salir a espacios abiertos para observar y repasar los detalles que me he dejado. La primera sensación que me vino fue que el espacio no era tan abierto. Enseguida supe por qué. La calle peatonal y estrecha en la que me encontraba era una zona bien conocida para la policía por el club de striptease que se encontraba enfrente del portal. A esas horas de la mañana se encontraba cerrado y la calle era muy tranquila, pero en la noche el ambiente y la actividad era bien diferente. Mirando la puerta del club me llamo el comisario. - Vicente has acertado. Esta misma mañana se han puesto en contacto con un perista para tratar de colocar los tres cuadros. Yo sólo dije el nombre del pintor, él mi habló de los tres. Se trataba de un perista con el que recibíamos mucha información a cambio de dejarlo trabajar. Lo llamé enseguida y me dijo que había quedado con la persona en cuestión para verlos ese mismo día a las 7 de la tarde. Acordamos que yo me haría pasar por él y me dio la dirección de la cita. No me lo podía creer cuando la oí, tuve que levantar la cabeza para mirarla, era en el club de striptease que tenía enfrente de mis narices. Con esa información me vino a la memoria lo que habían dicho los vecinos: El pintor se llevaba bien con todo el vecindario. En ese momento se armó en mi mente la escena de todo lo sucedido. Me fui hacia la oficina con una sonrisa pensando en lo que me pondría para la cita. Iba a batir mi record: ¡En un solo día resolver un caso considerado muy grave! Supe en ese momento que recordaría toda mi vida este caso gracias a una dentadura postiza. II Cuando llegué a la central me llamó el comisario y me indicó que fuera hablar con los de servicios jurídicos. Cuando estuve con ellos me pidieron que les explicara mis planes para esa tarde. No me sentó nada bien pero se los conté con todo detalle. La contestación que me dieron me dejó totalmente descolocado. - No puedes detener a nadie en un lugar privado sin un permiso de un juez para entrar en él. Además el propietario de la vivienda o quien te reciba no sabrá que eres policía. Es tu obligación identificarte para entrar. - Sabemos que un asesino y ladrón estará en un sitio a una hora determinada y con material robado ¿no podemos detenerlo? - Así no, si lo haces así al día siguiente estará en la calle y tendrás un expediente abierto por detención ilegal. Salí de allí con el ánimo por los suelos, me sentía como un niño al que le habían quitado un caramelo. Estaba caminando por el pasillo de la central recordando una imagen de mi infancia en la que aprendí el significado la frase “mi gozo en un pozo” cuando me crucé con un viejo policía que me conocía desde que entré en el Cuerpo. Me vio tan abatido que me preguntó lo que me pasaba. Como tengo mucha confianza con él se lo conté. - Por lo que me dices nadie te ha contado el caso del Goya robado hace unos 35 años. - Pues no En menos de 5 minutos me contó cómo se montó la operación para recuperar el cuadro. No me lo podía creer. Le di un abrazo y eso que los policías sólo nos los damos cuando nos despedimos a algún compañero muerto. Me fui a hablar con el Comisario y le conté el plan. Aquella tarde a las 7 horas y 2 minutos llamé a la puerta del club de striptease. Inmediatamente me abrió un hombre joven bastante corpulento y me identifiqué como un tasador enviado por el perista. Tras dudar un poco miró en la calle a un lado y al otro. No vio nada sospechoso, gente caminando, un barrendero en un lado de la calle y uno hombre limpiando los cristales de la pastelería. Me invitó a pasar. Nada más entrar en mitad de la penumbra nos cruzamos con una joven esbelta y el hombre que me atendió en la puerta le dijo: - Cuqui. Aprétale a la de la limpieza que se nos hecha el tiempo encima y tenemos que abrir a las 8 en punto. Cuqui se fue sin decir nada pero me miró de arriba abajo con cara de preocupación. Tal y como imaginaba entramos en una sala privada con una gran cama y con escasa iluminación. Encima de la cama se encontraban los tres cuadros. Tras pedirle con un gesto permiso cogí uno de ellos y me quedé mirándolo con detenimiento. Luego miré los otros dos. En todos los casos acerque mi mirada a la firma y le dije: - Parecen auténticos, pero necesito luz natural para verificar que no sea una buena copia. - ¿Cuánto puedo conseguir por ellos? - Si son buenas copias podrían valer unos mil euros los tres. Pero si son originales podrían valer más de cien mil cada uno. No se lo pensó. Se había tragado el anzuelo y salimos a la calle con uno de los cuadros. Nos cruzamos con la tal Cuqui cerca de la sala privada y salimos al exterior. Allí con el cuadro en la mano me dirigí a la esquina donde aún daba el sol y me acerqué el cuadro a la cara mirando la firma. En ese momento el barrendero y el limpiador de cristales agarraron cada uno de un brazo al joven y lo esposaron con las manos a la espalda. Inmediatamente le leí sus derechos. Cuando lo miraba observé como se terminaba de cerrar la puerta del club deltrás de él. Mientras le decía al joven de qué se le acusaba este solo decía repetidas veces: “Yo no lo maté”. Me di cuenta que había alguien más en lo ocurrido y aprovechando que el club estaba justo enfrente del patio del edificio donde vivió el pintor me dirigí allí con el cuadro en la mano y llamé a la puerta del único vecino que vi asomado a la ventana viendo la detención. Imaginé que tras la mirilla de la puerta del club alguien me estaría mirando y quería que me vieran entrando con el cuadro. En ese momento llegó el furgón de la policía a llevarse detenido al joven que según la documentación que llevaba encima se llamaba Mario. III A las 2 de la mañana fui a relevar al compañero. Había elegido ese horario porque - Fuí la primera en salir al escenario y me encontré con un anciano con la boca abierta como si no hubiese visto nunca a una mujer semidesnuda. Lo vio recolocándose la dentadura postiza que casi se le cae de tanto abrir la boca. En aquel momento no pude reprimir una risa. Después todo fue diferente lo vio hablando acaloradamente con Mario. Me acerqué a ellos. El pintor quería que posara pare él, no le interesaba ver otras chicas, quería que fuera yo. Me prometió 300 euros por sesión. Esto ablandó a Mario. - ¿Mario decide por tí? - Es mi novio. Como vivimos por encima de nuestras posibilidades y acumulamos deudas en vez de dinero Mario preparó un plan para robarle al viejo. Yo iría a su casa, cuando me cambiara de ropa abriría la puerta para que él pudiera entrar, así cuando él me llevase a la cama Mario se llevaría todos los cuadros. Me imaginaba en la cama con el viejo y me sentía fatal, pero él me convenció que con el robo seríamos millonarios. - ¿Qué sucedió en esta casa cuando viniste? - Al principio fue todo perfecto, el pintor me dio una bata blanca. Quería que estuviere completamente desnuda debajo de la bata. Lista para entrar en la sala de pintura abrí la puerta de la calle y al entrar en la sala me quedé sorprendida al ver los cuadros colgados. Sentí que aquella mujer podría ser yo misma en el futuro. Mi parecido con ella era espectacular. Me quedé mirándolo sin saber que decir y comprendiendo porqué me quería a mí como modelo. Él sonrió y me explicó que su mujer había muerto hacía tiempo. Que ya tenía retratada a la mujer que amaba. Que lo que quería conmigo era obtener el retrato de la mujer de la que se enamoró y que esa era una oportunidad única para él. Paró un momento de hablar. El recuerdo de aquella frase y la emoción que le producía la enmudecieron. Luego siguió con su narración me dijo que en aquel momento deseó no haber abierto la puerta a Mario. Que sintió asco de aquel novio que la utilizaba y una ternura inmensa por aquel anciano y que sucedió lo peor que podía pasar. - ¿Qué paso? - Mario hizo ruido al pisar la única tabla de madera del suelo que crujía y el anciano entendió que alguien había entrado en la casa, dejó el lápiz y se fue hacia el recibidor. Se encontró de golpe con Mario. Sólo le dio tiempo a exclamar ¡Tú!. Mario le tapó la boca con una mano enguantada y con la otra le agarró del cuello diciéndole ¡Calla y no te pasará nada! - Yo salí de la habitación y llegué a ver como el viejo perdía en conocimiento. Mario trató de sujetarle para que no se cayera. Pero estaba tan sorprendido que seguía agarrándole del cuello. Me quedé paralizada, no sabía que hacer. Unos instantes después Mario me dijo que lo llevásemos a la cama y me ordenó cogerlo por los pies. Sólo entonces se dio cuenta Mario que estaba sujetando al anciano por el cuello. Lo llevábamos a la habitación. Abrí la cama, lo desnudamos y lo metimos dentro. El viejo no respiraba. Entonces fue cuando limpie con la bata blanca y con los productos de limpieza que encontramos todo lo que había tocado, cogimos el dinero que había en casa, la cubertería de plata y los cuadros y nos largamos. - ¿Por qué os dísteis tanta prisa en tratar de colocar los cuadros? - Estábamos asustados con la muerte del viejo y tratamos de colocar los cuadros antes que se supiera su muerte. Así en cuanto pillásemos el dinero largarnos lo más lejos posible. No pensamos que se descubriese el cadáver tan pronto. - ¿Pensabas esta noche irte tu sola con los cuadros? Tras quedarse un poco de tiempo callada me contestó con cara de vergüenza - Sí. Pensaba dar el golpe yo sola. Después de la muerte del anciano no quiero volver a ver en mi vida de Mario. Necesitaba tener algo para irme, ya no podía volver a casa de Mario a por mis cosas y allí no tenía nada de valor. Tampoco sabía cuanto tiempo tradaríais en venir a por mí. - ¿Cómo fue lo de dejar la casa cerrada con llave? - Cuando nos íbamos Mario pensó que era mejor que la puerta estuviera cerrada para que pareciera una muerte natural y buscamos unas llaves. Estaban en el lugar más lógico. - Y una curiosidad, ¿Por qué dejasteis la dentadura en la mesilla? - La dentadura se cayó al suelo cuando lo metíamos en la cama y yo misma la dejé allí. IV Al día siguiente nos llegó el resultado de la autopsia. Esta confirmó tanto las marcas de estrangulamiento como un infarto de miocardio. Mientras acababa el informe para el Juez pensé que tendrían muy complicado demostrar que fue el infarto y no el estrangulamiento lo que lo mató. Pero ese era un problema que yo no tenía que resolver. Tenía ese caso cerrado y un nuevo expediente que leer. El de una denuncia por robo que me habían dejado encima de la mesa.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Relato de Jorge B.


Castro bajó nervioso del taxi, dejando caer torpemente sus utensilios en el suelo mojado. Recogió sus cosas del suelo, sacó el lienzo del coche y corrió hacia el techo más cercano. El grito del taxista le apartó de sus nerviosos pensamientos. No había pagado el taxi.
La lluvia se desprendía con fuerza de un cielo oscuro, apagado, creando una densa cortina de agua entre el pintor y el visiblemente irritado taxista. Para cuando volvió junto a sus cosas ya estaba completamente empapado, con el agua calando por los pliegues más recónditos de su ropa, por lo que cargó con sus utensilios apoyados en sus antebrazos, evitando así el contacto con su ropa. No tardó en darse cuenta de que toda aquella escena, de principio a final, fue presenciada por dos corpulentos porteros que le miraban con curiosidad, cosa que acrecentó su nerviosismo. Aquel quizás fuese el club de striptease más sórdido de toda la periferia de París, y aunque aquellos dos gorilas estaban más que acostumbrados a ver pasar a tipos excéntricos y con el alma turbia, nunca habían visto a un hombre con un lienzo blanco intentado entrar en el club. Cuando se presentó ante ellos, se miraron confundidos.

     - ¿Qué llevas ahí en la mochila? Déjame ver- dijo el portero de la derecha, tomando la iniciativa. 

Tenían por norma no increpar a los clientes por sus excentricidades, al fin y al cabo los más raros eran los que mejor pagaban. Pero cuando se trabaja rodeado de locos, las mochilas cerradas no son buenas para el negocio. Comprobó el contenido de la mochila y se lo mostró a su compañero, con el ceño fruncido. Había dos pinceles, un lápiz, y unos pequeños botes de pintura. Castro, mientras tanto, miraba al suelo avergonzado, esperando el veredicto de los cerberos que estaban toqueteando algo tan íntimo como su pincel. 

     - ¿Para que es todo esto? ¿Qué planeas? - preguntó el portero de la izquierda, mucho menos delicado que su compañero.
      - Busco inspiración. Y quizás pintar algo.- dijo Castro envalentonado. Sacó de sus bolsillos un fajo de billetes - Me habían dicho que mientras hubiese dinero, aquí no se hacían preguntas.

Los porteros se miraron entre ellos. Castro se sorprendió por aquel vómito de valor, tan inesperado, tan visceral. Se dió cuenta de cuanto necesitaba aquello. Llevaba meses planeando esto, meses de sequía de ideas, de inspiración. Meses áridos, estériles que secaban sus ganas de seguir pintando, de seguir viviendo.
La vio uno de los primeros días de aquel caluroso verano. Cogida de la barra del tranvía, su piel sudada estaba recubierta por un vestido corto, ceñido y llevaba a su espalda una ridícula mochila de color rosa. Su figura era atractiva, pero no llamativa, era una pasajera más en aquel cajón de hierro. Sus miradas, ya perdidas, se encontraron y ella le sonrió. Castro se fundió en los ácidos de su estómago, epatado, inerte. Durante unos segundos, el tiempo se paró, y vio a su amada esposa, muerta en un bombardeo nueve años atrás, mirándole a los ojos, regalandole una sonrisa. El agridulce hechizo pareció romperse en el momento en el que el tranvía frenó haciéndole girar la cara. No, no era ella. No podía ser. Pero eso poco importaba; ella estaba abandonado el tranvía y él no pudo si no seguirle. Hipnotizado, siguió su rastro primero por las avenidas, luego por las calles y finalmente por los callejones. Sintió un punzante dolor al verle entrar en aquel oscuro club de striptease. Un oscuro sentimiento de celos y furia se apoderó de él. No era ella, se repitió. No era ella.
Cuando volvió a su casa se dió cuenta de que todo había cambiado. Necesitaba volver a ver aquel rostro o se ahogaría en aquella angustía. 
Desde aquel día hizo diariamente aquel trayecto de tranvía con la esperanza de volver a encontrarla, pero no volvió a aparecer. Se vió incapaz de pintar, comer y dormir. Tan solo pensar una y otra vez en aquel encuentro. Incapaz de empuñar su pincel, perdió tres encargos en sólo un mes. Desesperado, decidió ir directamente al club de striptease con el coche de su hermano para espiar la entrada, con la esperanza de volver a verla. Pasaron las horas, pasaron los clientes, pasaron las chicas, pero ninguna de ellas se asemejaba ni un ápice a su querida Margot. Cuando ya había perdido toda esperanza, un coche negro aparcó justo enfrente de la puerta. De ella salieron dos chicas de baja estatura, una de ellas desenvainó un paraguas rosa. Era ella.
La bocanada de oxígeno, fue breve e insatisfactoria. Estaba a una distancia demasiado grande como para sumergirse en los detalles de sus facciones, perderse en los pliegues de su sonrisa. No podía acercar más el coche, pues suponía entrar en aquel oscuro callejón, y sin duda aquello despertaría las sospechas de los gorilas apostados en la puerta. Si quería volver a verla tenía que hacerse pasar por un cliente y entrar en aquel antro.
Los siguientes meses fueron más llevaderos, pues estaba demasiado entretenido reuniendo el dinero. Acabó sus encargos, reclamó un par de deudas y vendió todas sus obras terminadas a un marchante de tres al cuarto por un puñado de francos. Al cabo de dos meses ya había reunido una suma considerable de dinero, todos sus ahorros, y estaba listo para el encuentro. No solo iba a volver a rencontrarse con su amada, iba a inmortalizarla para que estuviese siempre con él, hasta el final de los días.
El lugar no era mucho mejor de lo que se imaginaba. Una oscuridad rojiza inundaba el ambiente, con siluetas de súcubos moviéndose entre el humo que emanaba de los puros de los pecadores, derretidos en los sofás. Castro cogió sus cosas y se instaló en una pequeña mesa apartada al fondo del local, intermitentemente iluminada por tubos de neón, y desde allí, observó. Aquí y allá iban emergiendo rostros de entre las sombras. Rostros hermosos de tristes sonrisas, tentadores, impíos, se movían seguidos por sus cuerpos. Cuerpos que fundían a sus acaloradas presas, con movimientos enérgicos, acompasados. No necesitaba fijar la mirada para saber que ninguna de ellas correspondían a su amada. La pureza de su sonrisa no tenía cabida en aquel lugar tan corrupto. Aquello había sido un error. Puso la mano en su lienzo dispuesto a irse, pero una camarera se le acercó, cortándole el paso.

    - ¿Que vas a tomar, mon cheri? - dijo con una basta, aunque musical voz.

La luz cenital, blanca, fría, reveló perezosa e intermitentemente su rostro. Fotograma a fotograma, fué descubriendo el velo de oscuridad. Pelo, tinieblas, piel, tinieblas, labios, tinieblas, Margot, tinieblas. La luz volvió, y con ella, una camarera vestida de forma provocadora, ladrona del rostro de su esposa fallecida.

    - ¿Te gusta mirar, eh petit malin? El espectáculo no es gratis, tienes que consumir si quieres seguir disfrutando de las vistas.- dijo con un simpático desdén
  - No quiero beber, quiero un encuentro privado. - Dijo Castro balbuceando, con un evidente nerviosismo. Tras una breve pausa, retomó fuerzas para enfrentarse al espectro de su amor- Contigo.

Aquella respuesta impactó con fuerza en la sonrisa de aquella camarera. Una profunda tristeza le embargó y la ondulante similitud con su esposa empezó a desvanecerse.

     - Ya no hago esas cosas. ¿Que no entiendes de este disfraz de camarera? Tienes la sala llena de chicas, maldito pervertido.- giró su cara, dolida, en busca del seguridad más cercano.
      - ¡No! - dijo Castro entrando en pánico - ¡No me has entendido! Solo quiero pintarte, con ropa. Sin bailes. Soy pintor y... necesito modelos - dijo mientras levantaba el lienzo con su mano izquierda. - te pagaré el doble. Por favor, no te vayas.
         - ¿De todos los rincones de París, has elegido este sitio para buscar modelos? Estás loco.
   - Tienes una belleza especial, melancólica, rezagada. Quiero plasmarla en mi lienzo, inmortalizarla.- mintió Castro. Era una mentira a medias, pues aunque la chica era realmente hermosa, su mente divagaba por otros caminos.

La chica, visiblemente halagada, sonrió tímidamente ante aquella réplica, y los músculos de su cara se relajaron. La dulzura de su Margot volvió, y el ambiente se desvistió de toda tensión. Se acercó a la barra y habló con su chef. Este estuvo escudriñandole durante un buen rato, desde la distancia, hasta que por fin afirmó con la cabeza. Tras previo pago de casi un cuarto de sus ahorros, el manager les condujo a una de las salas más pequeñas que había. La sala era tan oscura que el pintor tuvo que solicitar que le trajeran una lámpara auxiliar, a lo que el gerente accedió complaciente.
La chica se sentó sonriente, coqueta, deslumbrante en un taburete en el centro de la sala, justo debajo de la luz. Sus pechos sobresalían, protagonistas, de una camisa desproporcionadamente pequeña, mientras sus delgadas piernas, posicionadas oblicuas a su cuerpo, le daban un aire de sirena reposando sobre una roca de mar . Todo aquello no eran más que distracciones que secuestraban su concentración, pues tan solo iba a pintar su rostro y quizás, si le quedaba tiempo, desarrollar algún detalle de su largo cuello. Primero los finos trazos del lápiz, después la mezcla y preparación de los colores, finalmente el húmedo contacto de la pintura con el lienzo; Castro estaba casi alcanzando el éxtasis. Sin duda, aquello era mejor que cualquier baile que hubiese podido pagar con ese dinero. No conseguía recordar la última vez que estuvo tan inspirado y concentrado. Sus manos cobraron vida y, traviesas, extendían color por voluntad propia, sin pedir permiso alguno a su cabeza.
Tras más de una hora inmóvil, la modelo pidió permiso para taparse. Castro se dio entonces cuenta de lo frío que en realidad era aquel cuartucho. La pobre muchacha llevaba todo aquel tiempo semidesnuda. Para cuando se volvió a sentar, los grandes rasgos del cuadro ya estaban definidos y faltaba tan sólo pulir ciertos detalles. Volvió a sumergirse en su lapsus creativo, ausente, inconsciente del desastre que se le venía encima.
Ella primero cerró sus ojos, luego movió la cabeza hacia atrás mientras abría la boca y aspiraba profundamente, como cogiendo carrerilla. Uno de los ojos de Castro, escondido tras el lienzo, captó furtivamente el momento, atraído por el movimiento. Con los pulmones henchidos y con la furia de mil dioses, devolvió la inercia hacia adelante expulsando de su cuerpo un sonoro y violento estornudo. Tan violento fué, que desprendió de su boca toda su dentadura, cayendo esta al suelo y deslizándose hacia sus pies.
Castro miró aquella dentadura postiza que descansaba justo debajo suyo. Aquellos dientes huérfanos, lucían espeluznantes, tristes y al mismo tiempo hermosos. En perfecta simetría y armonía, mantenían intactos aquella blancura casi deslumbrante. A continuación miró a la avergonzada modelo, que estaba comenzando a llorar.
Castro vio ante sí a una joven demasiado joven, destrozada, de ojos vidriosos, con la sonrisa amputada. Ya no vió a su esposa, ni vio a la camarera, ni a la antigua stripper retirada; todo aquello quedó atrás. Tan solo dos personas conectadas por la tragedia y el dolor. Roto el hechizo, pudo ver a través de un nuevo prisma a la actriz que interpretaba sus enfermas fantasías. También se vio a si mismo, espectador y actor de una grotesca tragedia griega. 
¿Donde estaba su esposa? Estaba tan viva hacía unos segundos… En el momento en el que la dentadura abandonó su boca, su esposa volvió a morir, de nuevo, en su cabeza. Volvió a mirar la dentadura.  El espíritu de su Margot se había dividido, desgarrado entre aquella pobre muchacha y aquel objeto inerte. Y ya no era ninguna de ellas. Ya no era nada. Como dos estrellas, alejadas por miles de años luz, que tan solo conectaron en la mente de un hombre, para formar la constelación que él quería ver.
Castro cogió la dentadura y se la acercó a la triste muchacha. Acto seguido le abrazó y le arropó con todo su cuerpo, como una manta. Ella explotó en lágrimas, y le contó sobre su terrible enfermedad, y como ya no podía seguir ganando dinero bailando. Con el poco dinero que ganaba de camarera, no podía pagarse una prótesis y tuvo que comprar una dentadura de segunda mano a los hijos de una vieja rica, ya muerta, del barrio de les Marais. Una dentadura demasiado grande, que bailaba crueles coreografías entre sus encías. Castro la abrazó con más fuerza, fundiendo sus escombros con los suyos. 
Finalmente, uno de los de seguridad apareció por la puerta alarmado por los sollozos. “Todo está bien, louie, todo está bien”. Sintió que era el momento de irse.
Guardándose un par de billetes para el taxi de vuelta, sacó de su bolsillo el resto de su dinero y lo dejó en el sofá. 

      - Con esto bastará para una dentadura. Todo saldrá bien- dijo Castro consternado

La chica, hizo un atisbo de rechazar el dinero, pero mientras Castro recogía sus cosas se incorporó y finalmente lo cogió, derrotada. Ya más calmada y con alguna lágrima en su mejilla,  se acercó al lienzo del pintor y lo observó con curiosidad.

       - Es un cuadro precioso. Parece una obra de algún pintor famoso.- dijo al cabo de un rato - Siento lo que ha pasado. Espero que puedas terminarlo.
       - Ya está terminado.- dijo Castro sonriendo- Lo voy a dejar así
      - No entiendo mucho de arte, ni quiero parecer grosera, pero… la chica del cuadro no se parece en nada a mí.
       - Lo sé - dijo de nuevo, con ojos cálidos y una triste sonrisa.

Tras aquellas palabras cogió el lienzo bajo su brazo, y salió por la puerta de aquella fría y oscura sala.