miércoles, 16 de octubre de 2019

ELIMINACIÓN


En primera ronda de eliminación me toco Rodrigo Granero. No era nuevo en el circuito pero para mí era un pardillo. Lo vi llegar desgarbado y con las greñas que casi le tapaban los ojos.

Tuve un mal día. En cuatro hoyos la bola estuvo a punto de entrar pero no conseguí el birdie. Llegamos empatados al último cuando debería llevar tres o cuatro golpes de ventaja. Era un par cuatro, largo pero rectilíneo y con el green en alto. Le tocaba empezar a él. Me fije como agarraba el hierro equivocado para su golpe. Tenía el aspecto de un labrador que va a levantar terrones. Con el hierro demasiado ligero su golpe fue corto. Tuvo la fortuna que quedo sobre una loma desde donde podría apuntar bien a la bandera.

Bien concentrado di mi golpe que salió centrado en la calle. El viento lo desvió a la izquierda y mi bola pasó velozmente junto a la de Rodrigo y la perdí de vista por lo abrupto del terreno.
Se me agrió el gesto al ver que mi bola había perdido velocidad en una vaguada por la que acabó fuera de la calle. Otra vez tendría que golpear en la hierba para tratar de meterla en el green. Di un potente golpe. La bola frenada por la hierba no logro alcanzar su destino por muy poco y rodo hasta la arena. El bunker a la izquierda del green atrapó mi bola.

Vi a Rodrigo sonriente en la loma agarrando su palo como si llevara un bate de béisbol. Con una postura incorrecta lanzo un tiro algo desviado a la derecha. El cabrón afortunado consiguió evitar el bunker de aquel lado y la bola entro en el green a más de quince metros del hoyo.

Aún tenía posibilidades si daba un golpe perfecto para sacar la bola del bunker. Debía golpearla por debajo para hacerla rodar sobre sí misma y que rebotara en el Green cerca del hoyo. Lo conseguí.

Para ganar Rodrigo tenía que embocar desde lejos. Puso sus rodillas en horrible postura en la que parecía que iba a cagar en vez de golpear. Lo suyo más que un golpe fue una pedrada. La bola salió con tanta fuerza que parecía que saldría del green por el otro lado. Pero no fue así. Al pasar por encima de hoyo completamente centrada la bola penetró en vez de proseguir el recorrido que yo esperaba.

Ahora a aguantar a la prensa en tropel. A tener que felicitar al ganador para que no digan de mí que soy un engreído. Me rumiaré mi deseo que Rodrigo Granero, el gañan de la greña, pierda mañana como he perdido yo. Mereciendo ganar.

José Luis

lunes, 5 de agosto de 2019


VÍVIDA VIDA

-Con las ofertas que tuviste fuera de España ¿Por qué te quedaste?

-Era más seguro lo que conseguí aquí.

-Pero si tenías trabajo en Suiza. En una empresa distribuidora de gas.

-No hablaba alemán. Tampoco me apetecía aprenderlo.

-El trabajo era Lausanne y allí hablan francés.

-Era un cambio muy brusco. No sólo por cambiar de país. También tenía que adaptarme al clima, al carácter y las costumbres de los suizos. Preferí lo que tenía aquí.

- ¿Por qué no te fuiste a trabajar a Venezuela? Allí no tenías cambio de idioma. El clima era mucho más cálido. Las costumbres más similares a las españolas. Habrías tenido un trabajo seguro y bien pagado. Era una empresa pública. 

-No lo elegí e hice bien. La empresa fue privatizada y luego la cerraron. Además recuerda que el peso venezolano se devaluó muchísimo al año siguiente de la oferta de trabajo. Me habría encontrado sin trabajo y con muy poco dinero.

-Con la inflacción que teníamos en aquí ¿Como díces que era más seguro lo que tenías?

-Entré a trabajar en la Admistración Pública.

-Con un contrato de un año que no te podía prorrogar.

-Aún así prefería quedarme. Me dijeron que convocarían la plaza dentro del año.

-Con el paro tan alto que había sabrías que tendrías mucha competencia. Era muy dificil que ganaras tú la oposición. La convocatoria era sólo un puesto de trabajo.

-Confié en mí mismo.

-Imagina si te hubieras ido a Suiza. No habrías tenido que opositar. Tendrías un trabajo mejor pagado y allí habrías estado mejor considerado que en España.

-No puedo imaginar cómo habría sido mi vida en Suiza. No tomé en consideración esa posibilidad porque acababa de entrar a trabajar aquí. Sólo tenía en mente consolidar mi trabajo en la Administración.

-Tu vida habría sido mucho más interesante viviendo en los valles de los Alpes. Imagina vivir con esa calidad de vida en un país de los más ricos del mundo.

-No me lo planteo ni entiendo como eres tú quién hace esos planteamientos

-¿Por qué dices eso? Quiero comprender tu decisión.

-Te responderé con una pregunta ¿Por qué no lo elegiste tú mismo?

Desperté con la respiración entrecortada. No era la primera vez que me pasaba. Había tenido este tipo de sueños de forma reiterada. Soñaba con esta conversación donde cambiaban los destinos en el mundo, pero siempre se repetía la elección de quedar en el puesto de trabajo de la Administración Pública en España. En la conversación, que no era acalorada, yo era la persona que ahora soy recién jubilado con mis bien llevados 65 años y la persona con la que hablaba era un joven de unos 25 años de edad. Despertaba sobresaltado cuando me daba cuenta que el joven era yo mismo a esa edad. 

Me puse a escribir inmediatamente el sueño. Era lo que me pidió Juan mi psicólogo. Me había dicho que analizaríamos con detenimiento lo que soñaba si conseguía escribirlo. Que sacaríamos conclusiones importantes.

Cuando acabé de escribir tuve la sensación que en el texto habían muchas cosas que hasta ese momento no me había dado cuenta. Juan me explicó que las respuestas a los problemas que nos pasan están en los sueños. Estos se producen para que los veamos con claridad. Como me encontraba muy a gusto con mi recién empezada jubilación no le hice demasiado caso en la primera sesión. Pero el sueño se repetía noche tras noche y tuve que volver a verle.

Aunque tuviera estos sueños que me despertaban con sobresalto, durante el día me sentía bien. Viendo la vida que había llevado no me podía quejar. No tuve apreturas económicas nunca. Tenía una buena paga de jubilación. Una salud buena que me permitía hacer bastante deporte. No eran los que había practicado de joven, pero ahora caminar, nadar e ir en bicicleta me hacían sentirme fuerte. 

Aún así había algo detrás de todo esto que no me terminaba de satisfacer. Decidí pensar en lo que no me había dado la vida y empecé a anotar los temas que iba revisando. 

Lo primero que me vino en mente fueron los hijos. Me habría gustado tener alguno. Quizá de haberlo tenido ahora no tendría una economía tan boyante. Pero el deseo siempre ha estado ahí. Con el paso de los años el deseo perdió intensidad. Comprendí que la labor de padre hay que empezarla joven. De mayor se hace muy cuesta arriba dormir sólo cuando tu hijo duerme, tener que jugar con él todo el día y acabar reventado o tener que implicarse de lleno en su educación. Me convencí que los hombres quiza no tengamos como las mujeres un reloj biológico para la paternidad, pero con la edad sí lo tenemos físico. Con esa idea dejé de pensar en tener hijos.

Traté de pensar si el joven con el que me encontraba en los sueños era una especie de hijo no tenido. Pero no era así. Me despertaba bruscamente al darme cuenta que era yo mismo quien estaba delante de mí.

Pensé en otra cosa que no me hubiese dado la vida. Me planteé si fue el hecho de no haber consolidado una relación estable con ninguna mujer fuera la causa de estos sueños. No encontré relación con los sueños. Era al revés. No había tenido hijos porque no había tenido una relación estable. Ninguna de las mujeres con las que conviví quiso tener hijos conmigo excepto la primera. En ese caso yo veía el final de la relación inminente y fui yo quien no quiso.

Revisé si tenía alguna sensación negativa por los viajes que no hice y que deseaba hacer. Lo único que conseguí fueron ganas de iniciar los preparativos para ir a Vietnam. Me habían dado muy buenas referencias para recorrer el norte de ese país. 

Recordé mis malas relaciones con algunas personas que conocí a través de mi trabajo y me dí cuenta que todas ellas habían quedado atrás con la jubilación. No había vuelto a entrar en el edificio en el que trabaje en mis últimos 20 años de funcionario. Si que había quedado para comer con excompañeros pero ni una sola visita al trabajo.

De mis amigos tampoco encontraba motivos de queja. Estaba por dejar mi búsqueda alrededor de mis carencias cuando me di cuenta de algo verdaderamente importante. Me pregunté si la vida que había llevado había sido satisfactoria para mí y la respuesta que me llegaba en la mente era que sí, pero algo dentro de mi me decía que no.

Traté de ver la insatisfacción y descubrí algo que me hizo ver lo que Juan quería que encontrara. Todo el tiempo había considerado que mi vida había sido satisfactoria por la ausencia de problemas serios y por lo que me decían todos aquellos que me rodeaban. Ellos hablaban de la suerte que había tenido, de la de lios que me había librado por no tener mujer e hijos, de los viajes que había podido hacer, del cochazo que tengo... todo externo, pero nada interno.

Me había sido mucho más fácil creer a mi entorno que a mi mismo. En verdad no había conseguido en la vida aquello que quería. En mi mente surgió una imagen que me erizó el vello del cuerpo. Me acababa de dar cuenta que lo que siempre había desado era tener mi propia familia.

Enseguida comprendí el mensaje de los sueños. En ellos me estaba reclamando a mi mismo haber tomado otras decisiones laborables que me hubiesen llevado a otras partes del mundo. Quiza en otro sitio podría haber encontrado la persona adecuada con la cual tener una familia. 

En ese momento me imaginé a mi mismo con un nieto en mis brazos y empecé a llorar. Estuve así más de una hora. Al final ya no sabía si lloraba por la imagen tan intensa de un bebé en mis brazos, si era por haber dejado pasar la opción de ser padre, o si era por no haber tomado la decisión de haberme ido hacer mi vida a otra parte. 

Cuando dejé de llorar me descubrí a mi mismo con ganas de vivir lo que aún no había vivido. Quizá nunca tendría una familia pero al menos trataría de hacer sólo lo que yo quisiera. Me prometí que nunca más haría caso a lo que opinasen los demás con respecto a mi vida.

José Luis Romero

sábado, 27 de julio de 2019

De entre las cenizas resurges como el ave fénix. Y en tu reflejo me veo a mí misma en mil pedazos dispersados por el aire hasta un cielo oscuro y silencioso. El universo me pertenece, soy firmamento azulado.
Vivo anclada entre arenas movedizas mientras tú surges de entre las aguas cristalinas del océano más puro y manso. No tengo miedo, estoy atrapada en tu orilla mientras me tiendes la mano. Puedo ver tus ojos escudriñándome. Clavados en mí como el aguijón de una abeja. Como espuelas en los lomos de un caballo. Como agujas en un costurero.
Dejó caer mis párpados. En la oscuridad de este momento puedo verte brillar centelleante. Eres una supernova a millones de años luz, el relámpago antes de la tormenta, la llama del mechero cuando me enciendo un cigarro a oscuras, la chispa de una trampa para mosquitos cada vez que atrapa un mosquito.
Y no quiero pensar, cuando ya no estés a mi lado, más allá de nada. No quiero pensar qué haré para entonces, o dónde estaré. Posiblemente en ningún sitio y en todos. Seré una mosca, o un volcán, o el eco en un acantilado. Eco, eco, eco... Porque tú vives allí donde las colinas se funden con el horizonte, en la última cabaña al fondo a la izquierda antes de llegar al río. Vives donde sea que miro. Eres aurora boreal, la tormenta perfecta, la semilla de un olivo, el sonido del agua cuando abro el grifo por las mañanas para lavarme la cara. Porque te amo. Lo sé. Lo sabes. Porque maldito sea el tiempo con sus días, horas, minutos y segundos. Me alejará de ti y me quedaré vacía y hueca. Seré un alcornoque. Seré el cuenco de las llaves cuando no hay nadie en casa. Seré un lápiz sin punta al lado de una libreta para tomar notas. Seré un grito en el desierto.
¿Suena un árbol al caer cuando no hay nadie para escucharlo? ¿Cómo sonaré yo cuando tú no estés? ¿Habrá alguien capaz de verme? ¿De sentirme? ¿De escucharme? ¿Alguien más aparte de yo misma? ¿Será eso acaso suficiente?
Al final de aquel camino pedregoso, entre aquellos dos árboles que han crecido torcidos por el viento, te estaré esperando. Y si no me reconoces, quizá porque yo ya no sea yo, sino tan solo la hierba creciendo entre los pastos, túmbate y espérame. Espera al alba y a los pájaros, al rocío entre las hojas de los árboles, a la primera brisa de la mañana, a las hormigas serpenteando por entre los dedos de tus pies, al sol y a la sombra, al calor y al frío.
Allí, al final de aquel camino pedregoso, te esperaré. Me reconocerás. Sé que lo harás.

María F.

lunes, 1 de julio de 2019

Leitmotiv

Hace unos días leí que los agujeros negros se evaporan. Pienso en ello todos los días, hasta lo más grande y poderoso del universo se desvanece algún día. Pienso en ello nada más abrir los ojos, y me doy la vuelta en la cama y puedo sentir que el hueco que ha dejado Matteo a mi lado está todavía caliente. Anoche tuve un sueño, me despertaba y cada reloj marcaba una hora distinta, y en todos los relojes llegaba tarde al trabajo. Llego tarde al trabajo. Salgo corriendo, Matteo está en la cocina desayunando y leyendo algo en su teléfono. 

 —¿Sabías que los agujeros negros se evaporan? —Me dice y le brillan los ojos. Yo le robo una tostada, él me da un beso en la frente y cruzo el umbral de la puerta sabiendo que eso es lo último que me habrá dicho antes de desaparecer durante los próximos tres meses. 


Matteo es un maestro del "ghosting". Lo que viene siendo un jeta de toda la vida, pero se me erizan los pelitos de la nuca cuando me acuerdo de él. No he podido ni mear antes de salir de casa, así que es lo primero que hago al llegar a la oficina. Llevo un par de semanas con una infección y es como cruzar el infierno sin bragas. Cuando era pequeña estuve muy enferma de los riñones y me prohibieron sentarme en el suelo frío y abusar del tomate de brick.  No debería haberme sentado en la taza de aquel pub tan sucio, no debería abusar del tomate de brick. Me pongo el termómetro y tengo mucha fiebre. Maribel me dice que tengo mala cara, que me vaya a casa. Cuando llego huele a serrín, a piso piloto, como si nada provisto de vida habitase este lugar. La cama está perfectamente hecha, ni un pelo, Matteo no ha estado nunca aquí; es un espectro. Me acuesto un rato, sin abrir la cama, sobre las sábanas lisas. Cuando me despierto todo me da vueltas y cada reloj marca una hora distinta. Creo que ha llegado el momento de ir al médico. En Yahoo respuestas pone que me voy a morir. Llego al hospital y abandono mi cuerpo, que se encarguen ellos que han estudiado. Me hago pequeñita y puedo sentir la mano de mamá acariciándome el pelo mientras me canta una canción de Chavela Vargas. Recuerdo que la última vez que estuve aquí dejaron pasar a Gabriel para que me hiciera compañía, pero Gabriel ya no está. Encuentro la soledad acogedora pero ahora me siento vulnerable y arranco a llorar. Una mujer al otro lado de la cortina me pregunta si estoy bien, su voz me atraviesa y tengo la extraña sensación de que ya le conozco.


—¿Sabías que los agujeros negros se evaporan?


Yo no contesto, un escalofrío ha recorrido mi cuerpo. Siento como si hubiera escuchado hablar a un muerto. Los muertos no hablan. 


—¿No te parece bello? hasta lo más grande y poderoso del universo se desvanece algún día.


Una vez, cuando era pequeña tuve mucha fiebre, había visto "La vida de Brian" con papá y en uno de mis delirios un montón de romanos empezaron a entrar en mi habitación en una interminable fila india. A través de la cortina solo puedo ver su figura tumbada y la de una enfermera que acaba de entrar a revisarle el gotero.


—No importa niña, entiendo que ahora mismo los agujeros negros te importarán más bien poco. 


La enfermera corre la cortina para pasar a mi lado, por un instante puedo verle la cara a la mujer de enfrente y es como mirarse en un espejo de tiempo. Tiene el mismo rostro que mi abuela, que es el mío. La mirada triste y cansada, la naricilla respingona, la sonrisa torcida. Me guiña un ojo, parece poseer una verdad que se me escapa. La enfermera me pone un calmante a través de la vía y empiezo a sentir un hormigueo en los dedos de los pies que poco a poco me recorre todo el cuerpo. Los muertos no hablan.


Despierto y los relojes marcan todos la misma hora, me siento mejor. Al otro lado de la cortina escucho el llanto de lo que me parece una jovencita asustada. Me invade un profundo sentimiento de compasión.


—¿Sabes que los agujeros negros se evaporan? —le digo, y siento que poseo una verdad que a ella se le escapa.




Lo siento mucho por esto, es un desastre
Hada

relatito de fin de curso..


La mirada de Borges 


Levanto la vista del papel, por encima de los pelos rizados de mis rodillas. Mis hijos y mi mujer chapotean en las aguas transparentes de la piscina. Ana se agarra obstinada a un corcho rojo mientras bate las piernas imberbes y Rodrigo, ataviado de manguitos con dibujos de un superhéroe, que tiene la cara verde y está en plena acción destructora, se desgañita al cuello de su madre. Parece poseído por algún espíritu invisible que quiere comunicarse con el exterior, pero no encuentra el modo. Debe de ser la excitación de los tres años de vida y el encuentro con una piscina en el albor del verano. Algunas flores moradas de la buganvilla flotan en el agua, junto a un falso cocodrilo de piel de goma. Más que pánico infunde misericordia. Detrás de la barandilla roída por el tiempo, se inclinan verdes ramas de palmera, mecidas por la brisa. Y al fondo el azul intenso del mar. Parece todo un cuadro de Sorolla. Vuelvo la vista al papel. “Yo también soy José Luís Borges”, se dice en un momento del relato. Resulta que Borges se encuentra a sí mismo, a “otro yo”, en un banco de un parque. Pero ese “otro yo” tiene cuarenta años menos. Ambos conversan sobre sus propias vidas, que es la misma, como dos viejos amigos. La historia me resulta muy extraña, pero al mismo tiempo muy sugerente y me activa algún engranaje hasta ahora inactivo del cerebro ¿Qué ocurriría si me pasara como al señor Borges y me encontrara con “otros yoes” mucho más jóvenes, y pudiera hablarles o sugerirles? ¿Qué podría decirles que hicieran a esos “otros yoes” que yo no hice para que les fuera diferente (o mejor), y de paso me fuera diferente (o mejor) también a mí? ¿Qué otros caminos podrían emprender “mis otros yoes” más jóvenes que yo no he tenido el placer de transitar?

Rodrigo sale por la plateada escalera. Su cuerpo es compacto, fuerte. Me recuerda a los enanos guerreros de Tolkien en la Tierra Media. Se mueve en diminutos pasos y se detiene a unos cinco metros del borde de la piscina. Elena grita: “No corras Rodrigo”. Pero Rodrigo está en otra cosa. “! ¡Mira papá! ¡Soy Hulk, el más fuerteeeee!”, me dice. Corre desalmado hacia el agua. Contengo la respiración, tensando los músculos abdominales y maseteros. Salta y se sumerge en el agua hasta donde le dejan los manguitos. Vuelvo a respirar. Ana se muere de risa.

En estos momentos estoy en el ecuador de mi vida: sobrepaso los cuarenta, casado, dos hijos pequeños, un trabajo de oficina que dispone de calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, mis padres todavía vivos, gracias a Dios, aunque ya con incipientes síntomas de vejez, etc… En fin, una vida normal, plana, sin apenas sobresaltos, salvo los típicos riesgos laborales de esguince de muñeca por el escurridizo ratón del ordenador o un dolor lumbar agudo por cargar con el monstruito de mi hijo, que es un poco gandul. El encuentro con mis otros “yoes”, creo, debería de ser en los momentos más decisivos de la evolución humana, es decir, en   los que suponen una disrupción abrupta con el momento vivido, los que provocan que la hoja de la existencia se doble hacia un lado o hacia otro. En la infancia, no recuerdo ningún de esos, al menos yo: las cosas las hacía porque sí, sin pensar si las consecuencias serían positivas o negativas. Era como una hoja seca al antojo del viento. Luego, en la adolescencia y posteriores, con la conciencia en construcción y construida, sí que me vienen a la cabeza algunos momentos importantes..., qué sé yo, a ver…Por ejemplo, cuando escribí una de mis primeras cartas de amor adolescente a una chica que apenas habíamos intercambiado el saludo y al final no tuve el valor de enviarla. ¡El increíble amor de la escuela que carece de explicación lógica-racional! Si le dijera al “otro yo” que no fuera cobarde e introdujera la carta en el buzón… ¿qué demonios hubiera pasado? A lo mejor hubiera vivido una relación de las de toda la vida, de las que tu novia es de cuando ibas al colegio y luego te casas con ella, tienes hijos, nietos, artículos de prensa que dicen que sois la pareja del siglo, felicidad absoluta, el uno para el otro, etc,...  creo que es mejor pasar ya al segundo punto, por el principio de “prudencia conyugal”. Otro momento podría ser cuando estaba en el Instituto. Recuerdo que tuve que decidir que asignaturas cursar como extraescolares. Había música, teatro, informática, etc…Sí: si me hubiera matriculado en Informática, cosa que no hice y algo me gustaba (me parece que me dio pereza), a lo mejor, en un futuro, hubiera acabado montando una pequeñita empresa llamada “Facebook” y… Pues ya se sabe: ese “otro yo” estaría ahora ahogado en dólares e incluso saliendo como protagonista en algún largometraje. ¡Aahhh! También cuando tuve una temporada que leía biografías de bolsillo de aventureros y conquistadores. Había repetido COU y sólo iba a clase para recibir tres asignaturas. El resto del tiempo lo pasaba en la biblioteca leyendo. Me convertía en El Cid Campeador cabalgando por las llanuras de Castilla, o en Alejandro Magno en plena fundación de la ciudad de Alejandría; también en Hernán Cortés cuando quemó sus naves, en Magallanes al frente de la nao Victoria,… ¡Qué tiempos! Si mi “otro yo” hubiera seguido aquel instinto más salvaje que palpitaba en mí, el que buscaba aventuras, el temerario, quizás ahora estaría dando tumbos de un lugar a otro, desde los templos de Angkor Thom hasta las pirámides aztecas, y seguro que tendría en mis manos una bebida de leche de camello para no deshidratarme en el asfixiante desierto. Posiblemente llegaría a ser portada del National Geografic, diría algo así como “El investigador e historiador Rafael Mercé y su equipo descubre un grupo de momias de la época ptolemaica en el valle del Nilo”. Sí, me gusta. Y como momento disruptivo en mayúsculas, el sumun de la disrupción, estaría una tarde calurosa de un mes de julio por el centro de Valencia. Una tarde de lo más tierna, con unos novios cogidos de la mano, sin rumbo predeterminado (por lo menos, por mi parte), contemplando escaparates rellenos de zapatos, vestidos de lino y camisas de cuello mao. Elena que se detiene delante de una puerta enrejada de hierro grisáceo, con unas pequeñas columnas de piedra a los lados. La puerta abierta. Cruzamos y aparecemos en un patio. Tres escalones alargados conducen a otra puerta, también de hierro, pero ésta formando parte de una fachada neogótica con un rosetón de colores. Y aquellas palabras mágicas mirándome a los ojos: “Vamos, entremos a cotillear”. Como si no supiéramos lo que se esconde detrás de la fachada de una iglesia. Si mi “otro yo” hubiera respondido: “No, ahora no. Que es un poco tarde” o “Vamos al Corte Inglés, que mola más”, no sé si ahora estaría aquí en la piscina de mi suegro, leyendo a Borges en bañador rosa (espero que no se molestase si me viese con esta pinta) y viendo a mi familia dándose un chapuzón. O sí, quién sabe.

“¡Vamos cariño, vente al agua, que está muy buena!” me dice Elena. La miro. La verdad es que no me apetece bañarme. Llevamos todo el fin de semana en remojo y la piel, creo, se me ha quedado arrugada para siempre. “¡Vamos melón!”, y ahora está más cerca tirándome agua. Puedo ver ahora sus ojos. ¡Qué ojos! ¡Noooo! ¡Mierda! Reconozco aquellos ojos grandes y redondos, que son como unos polos magnéticos que anulan la capacidad de obrar de los individuos y te absorben. ¡Sí, son los mismos que me obnubilaron en la puerta de la Iglesia! El destino, dejémonos de monsergas, está escrito y reescrito, y no hay nada que hacer, salvo que dejarse arrastrar por sus aguas misteriosas. ¡Abajo las resistencias! Al menos, me queda el poder fantasear con mis “otros yoes”, que seguro que andan por ahí reptando por debajo de alguna pirámide o viviendo algún romance imposible.

Dejo al maestro Borges en la hamaca y me pongo en el lugar que ha estado Rodrigo hace unos instantes. “¡Rodrigo!” Lo llamo. Ana y Rodrigo me miran curiosos, salvo Elena que me conoce de sobra y puede anticipar mis pasos. “¿Sabes quién soy?” La cara del benjamín está para comérsela. “Sí, ¡eres el padre de Hulk!” me grita Ana, que también empieza a conocer a su padre. “¡Sííííííííí…!!!” Y tomando impulso doy un salto y caigo en forma de bomba atómica en medio de la piscina, expulsando más agua de la que me gustaría. “Papi, qué salto más grande… “oigo decir a Rodrigo entusiasmado.

                                        FIN

Rafael Mercé














miércoles, 19 de junio de 2019

El pescador de razones (by Guille)

Mi nombre es X y vivo cerca de todos ustedes. Normalmente paso desapercibido, me muevo entre la gente y me dedico a coleccionar sueños o experiencias extraordinarias. Trabajo en Nuboteca. Se preguntarán qué diablos es esto. Pues bien,  almaceno los sueños de la gente, aquellos que han sido vividos o los que no. En realidad almaceno agrupaciones de recuerdos o imaginaciones , los suficientes para evocar una situación de vida, con todos sus detalles; entorno, olores, sonidos, percepciones, afectos, simpatías  .... En concreto yo, estoy especializado en las sensaciones de máxima plenitud y satisfacción. A esa imperecedera sensación de intemporalidad, de felicidad. Otros compañeros se dedican a otras especialidades; secciones como: miedo, nostalgia, amor, sexo, lujuria, pasión, adrenalina, éxito, drogas, ...En estas situaciones de vida se generan un sin fin de emociones y eso es lo que vendemos. Son efímeras, sí, pero más allá del retrogusto amargo que se puedan generar a la vuelta del "viaje" son experiencias extrasensoriales. Auténticas y propiamente vividas.

Claro está, depende qué experiencia consumas, de su nivel de intensidad, y de dónde la consumas, esta puede ser más o menos placentera; podría ser incluso peligroso. Imagínen que sufre un trauma a su retorno a la vida real. Hay gente que se ha quedado marcada hasta el resto de sus días por experiencias concretas; lo mismo pasa con nuestras experiencias diferidas. Para ir con precaución, debemos seguir las instrucciones. Depende de los niveles, claro está. Distinguimos nivel de realismo y nivel terapéutico. A partir de los niveles  11 y 21 respectivamente se necesita atención terapeútica para evitar secuelas psicológicas.

Estás experiencias de vida consiguen contextualizar a cualquier cliente, en cuestión de segundos, en otra vida y sentirse dentro de ella. Reaccionar dentro de ella. Es una de las experiencias más intensas para cualquier ser humano. Piensenlo, podrían vivir cualquier momento de cualquier persona que haya sido vivido o podrían situarse en cualquier situación que quieran vivir. Por ejemplo, podrían ser la chica que vivió el romance de la película más bonita o ser la espía más inteligente en el momento más crítico que les parezca. Podrían ser un actor en plena actuación o su personaje, un alpinista coronando el Everest o cualquier otra persona. Esta es la cuestión. Podemos jugar a ser quienes queramos en la situación que queramos. Qué les parece?, Qué momento elegirían?, de quién?, de qué época?, Porqué?, Cómo creen que lo vivirían?...

Los sueños o las situaciones de vida estan siempre por el aire, en pequeños volúmenes y /o rincones. Son difíciles de localizar porque no son casi visibles. Es por esto que dónde más fácil es localizar estás masas de aire con experiencias es en las nubes. Porque se ven cuando estas adquieren una tonalidad y una textura diferentes y, además, porque en las nubes es donde más información se retiene sobre las experiencias.

Ayer pesqué tres nubes. Me parecieron interesantes y francamente rentables, claro está. Hoy  hace un día gris, con un viento horrible, y las nubes pasan muy rápido con lo que son difíciles de atrapar. Además vienen con mucha agua de lluvia y esto también dificulta su captura. Hoy las nubes son más tristes que otros días. Los sueños que evocan son más costoso, más trabajados. Otros días es como pescar, esperas a verlas venir y, simplemente, ellas simplemente  vienen hacia tí.

Ahora mismo estoy en el campo. Intento localizar una nube en concreto, la que se gestó el día que Rafael Nadal coronó la quinceaba Copa de los Mosqueteros justo en el momento de la consecución del último punto del partido.  Esta nube tendrá una de los mayores retornos de inversión que haya conseguido jamás y, además, hará disfrutar a millones de personas. No será fácil cazarla, hay que tener muchas cosas en cuenta, la velocidad, la dirección, el sentido, las rachas de viento, la humedad, el peso específico, la temperatura... Luego, una vez cazada ya vendrán los trámites operativos y  administrativos: almacenarla, darla de alta en el registro de la propiedad, asegurarla, negociar los derechos de privacidad del autor original, ... un lío...

Y ustedes se preguntarán, por qué tanto lío? Pues bien, en primer lugar porque hay que ganarse la vida con algo y, en segundo, porque este negocio plantea uno de los debates más interesantes de la actualidad social. Después de todas las evoluciones tecnológicas y las que se preveen para este año 2025, una vez más, el ser humano vuelve a mirarse el ombligo. El debate que se plantea en la calle es si el aprendizaje es suficiente para que nos adaptemos a los nuevos tiempos. Ante las incertidumbres y el desarraigo que nos provoca la evolución, lo que más nos afianza es el camino recorrido, un camino coherente, ordenado dentro de sus desórdenes, razonable y con sentido; lo que llamamos nuestra historia personal. Pues bien, si nuestras historias personales se basan en la razonabilidad, en la subjetividad del recuerdo, y si la razón, como bien dijo Emile Cioranes, es una puta que sobrevive mediante la simulación, la versatilidad y la desvergüenza  porqué no marcar ese camino como consecuencia de las más elevadas experiencias?.

Mira, mira... un segundo; ahí está... que la pillo, que la pillo... aaaahhh!...ups,... sí, si,...ya, ya.... la tengo, la tengo...oh, oh, oh, no, no no,...joder, joder...se fué...no me lo puedo creer! ... Si es que no tendría que haber estado hablando con ustedes, lo ven?...

Nada, otro día perdido. Tendré que esperar un año más, y a ver si gana el español otra vez, buff... y si conservo el empleo, claro...


miércoles, 12 de junio de 2019


Los Cauzadores de almas

relato a partir de una imagen II por el Abejaruco viejo


Me crean o no yo estuve allí un tiempo justo después del accidente. Cierto que pocos lo han visto en vida y nadie debería verlo en muerte, pero sepan ustedes que existe un lugar infinito y adimensional donde la falta de vida y la muerte se entrecruzan. Hago bien en distinguir muerte de falta de vida, porque a lo que quiero referirme es a que cuando algo muere no tiene derecho a volver a vivir y sencillamente se pudre allá donde lo dejen. Sin embargo existe un punto medio entre la muerte y la vida y créanme que es bien real. ¿No me creen? Pues respóndanme a esto. ¿Dónde estamos cuando somos apenas un amasijo informe de carne en el vientre de nuestra madre? Lo diré de otra manera, ¿dónde está nuestra esencia, alma, espíritu o como quieran ustedes llamarlo? ¿Dónde estuvo la mía cuando falté a la vida en mi accidente? Sí, no se sorprendan que he dicho bien. Falté a la vida.
Tuve la suerte de conocer al médico que me asistió en el mismo lugar del accidente. ¿Saben qué me dijo? Que es un milagro que no me quedaran secuelas ya que estuve literalmente muerto más de tres minutos. El buen doctor al que debo la vida se equivocaba. No morí tres minutos, solo estuve falto de vida. La única diferencia, a mi entender, con morirse de verdad es que a los que les pasa lo que a mí nos conceden el derecho a volver. No me pregunten quién lo concede ni por qué, el caso es que aquí estoy. He sido uno de los pocos turistas de la muerte y deseo contarles cómo es, aún a riesgo de ser calificado de excéntrico, bobo o falto de razón.
Pues debo reconocer que aunque no me haría una casita allí, ese lugar resultó a su modo agradable. No sentía frío ni calor y recuerdo sentir menos peso del que ahora soportan mis pies. No recuerdo haberme visto a mí mismo, pero sí todo lo que ocurría a mi alrededor. Veía perfectamente sin necesidad de gafas ya que estoy seguro de no llevarlas porque no murieron conmigo, si me permiten la frivolidad. Caminar no me costaba esfuerzo alguno y daba lo mismo que fuera cuesta arriba o cuesta abajo. Y créanme si les digo que había infinidad de cuestas. Yo en concreto, estaba rodeado de montículos como si me hallara en medio de un siniestro aquelarre de enterramientos tumularios. Más no me sentía incómodo.
Quise tener mejor vista y reconocer el lugar donde me encontraba así que elegí el más alto de ellos para ascender. Accedí a la cima en un santiamén y lo que desde allí pude ver me dejó maravillado. Todo a mi alrededor eran secuencias infinitas de colinas tumularias como la que acababa de ascender, pero lo que más me maravilló fueron los sembrados de nubes. Eran miles, si no millones y mirara donde mirara todas las laderas de las colinas y algunas cumbres estaban sembradas con nubes. ¿Cómo explicarlo? Imaginen multitud de troncos finos como una maroma portuaria, pero muy altos, plantados desordenadamente por doquier. Imagínenlos coronados por penachos de ramas más finas aún y muy tiesas, irguiéndose hacia el cielo.  Imaginen que esas tiesas ramitas en lugar de introducirse, como es natural en una copa superpoblada de hojas verdes, se perdieran de vista al introducirse en una copa hecha de girones de vaporosas nubes. Imaginen por último estar en medio de tal maravilla. ¿No sería un espectáculo digno de un rey? Pues yo lo vi.
Esos… árboles de nubes eran como una plaga del Señor. Ningún montículo en derredor mío se libraba de ellos. Las colinas parecían alfileteros ensartados por palos de algodones de azúcar como los que se ven en las ferias, pero a tamaño gigantesco. Todos se inclinaban del mismo lado y esto me pareció harto curioso porque no sentí viento alguno que pudiera causar tal reverencia. A buen seguro que me hubiera quedado allí para siempre admirando tal maravilla de no haber sido porque al poco, una sombra en movimiento llamó mi atención.
 No quedaba lejos de mí así que no me costó nada distinguir la figura de un hombre que paseaba tranquilamente por entre el bosque de troncos nublados. Era delgado y bien parecido y aunque no podría precisar su edad, se le veía joven pese a que en su coronilla una escasa mata de pelo raleaba.
No andaba ocioso. Tocaba cada uno de aquellos extraños troncos si le venían al paso, los agarraba con la mano y tiraba de ellos consiguiendo que algunos se balancearan lenta y armoniosamente por un rato. Parecía que necesitara mecerlos como una madre a sus retoños. En un momento dado y sin detener sus quehaceres me miró. Me saludó con la mano abiertamente y sin extrañeza alguna, como si el hecho de que estuviera yo allí fuera para él, la cosa más normal del mundo. Correspondí al saludo y acto seguido me hizo nuevas señas para que me acercara. Lo hice presto, más no consigo recordar muy bien cómo. Simplemente quise hacerlo y de repente me vi plantado a corta distancia de él. Lo que sí recuerdo con nitidez es que desde el momento en que me planté delante de aquel extraño, aunque les juro por Dios era la primera vez que le veía, sentí una familiaridad abrumadora como la que se siente al conocer en persona a un primo con el que te has carteado toda una vida, pero al que no habías podido ver hasta entonces. Tanto es así que sentí una incomprensible y a la vez gran alegría de verle y me sobrevinieron unas fortísimas ganas de abrazarle, aunque por educación, no lo hice. Pero sí decidí saludar.
-          Buenos… – y entonces caí en la cuenta de que en aquel lugar no lucía ningún sol que pudiera orientarme sobre la hora, nada proyectaba sombra alguna y el cielo carecía de color así que cambié mis modales por sana curiosidad – ¿Dónde estoy?
-          En el espectro no visible del mundo – me respondió.
-          Perdón, no entiendo nada. Le ruego concrete algo más.
-          Tú estás en realidad en el mismo sitio donde tuviste el accidente – el accidente, ya no lo recordaba – al menos la parte visible de ti, la otra parte está aquí conmigo, cosa que agradezco ya que no hay demasiadas oportunidades de hablar con alguien en este lugar. Estás justo en el corazón de las colinas de las almas perdidas.
-          ¿Quiere usted decir que he muerto a causa del accidente y que estoy vagando perdido por este jugar? – inquirí.
-          No. Tú tienes derecho a volver si así lo deseas y créeme, todos lo desean.
 Por extraño que les parezca, nada de lo que me decía aquél hombre me sorprendía. No entiendo el porqué, pero cada retazo de información que me brindaba lo asumía con la misma naturalidad con la que asumo las noticias que leo en el diario cada mañana.
-          ¿Y quién es usted si es que puedo preguntarlo?
-          Agradezco de veras tanta formalidad pero no es necesaria. Sé que has sentido que somos familiares aunque yo he vivido en un tiempo tremendamente alejado del tuyo. Te explicaría con gusto quién soy, pero no tienes tanto tiempo así que me centraré en qué soy. Soy un “cauzador de almas”.
-          Será cazador – interrumpí.
-          No, no. “Cauzador” de cauce, no de caza.
Tuve que poner tal cara de tonto al escuchar aquella palabra que tras dedicarme una breve sonrisa, aquél hombre sin nombre continuó.
-          Verás, no todos los muertos se mueren del todo. Algunos se mueren pero no se dan cuenta y su alma se queda enganchada en un bucle infinito de acontecimientos del que no pueden salir. Normalmente repiten siempre algo que les gustaba hacer especialmente en vida. Una profesión, un día agradable, una conversación, un paseo por un lugar bonito… En fin lo que fuera que les agradara. En otras ocasiones por desgracia, repiten en bucle situaciones no tan agradables. Su ejecución, una terrible tortura, un deseo de venganza, un asesinato o un largo encierro que les llevó a enloquecer. Hay casi tantas situaciones posibles como estrellas en el cielo. Esas almas no están donde deben estar, están perdidas y no ven más allá de su estrecha realidad repetitiva.
-          ¿Y dónde se quedan como dice usted, enganchadas?
-          Se quedan demasiado cerca del mundo visible y a veces inevitablemente se entrecruzan con él. Eso es lo que los vivos tienen entendido que es una casa encantada, un buque fantasma, un bosque encantado y cosas así. Pero esas almas deben completar el ciclo como todas las demás. Somos nosotros, los “cauzadores” los que nos encargamos de eso.
-          Entiendo y, ¿cómo lo hacen?
-          Pues es bastante sencillo en realidad y muy gratificante – y señalando con el dedo hacia arriba me preguntó –. ¿Ves las nubes de diferentes tamaños al final de las cuerdas?
Diantre si las veía. Pero debo admitir que en cuanto me fijé con detenimiento y a esa distancia, vi con claridad cristalina que lo que yo confundía con troncos en realidad resultaron ser cuerdas de vasta manufactura y buen grosor.
-          Las veo.
-          No son nubes en realidad. Son un amasijo de almas. Invisibles al principio pero que conforme se van agrupando se hacen más visibles en este lado del mundo. Mira, todas las cuerdas que puedes ver a tu alrededor empiezan siendo apenas un hilo tan fino que apenas se hace visible. Nosotros los “cauzadores” clavamos una estaca al suelo y atamos en ella ese primer filamento invisible. El hilo sube hacia tu mundo atravesando el cielo incoloro que tienes sobre ti y busca serpenteando por allí hasta que encuentra una de estas pobres almas perdidas. Una vez la localiza, se le enreda como haría el hilo de una tela de araña alrededor de un insecto, lo que pasa es que este hilo es tan fino que las almas ni lo notan y debe ser así porque si no se soltarían, ya que ellas creen estar vivas y no desean abandonar vuestro mundo de ninguna manera. Nosotros, que sabemos perfectamente cuándo un alma está enredada, lo que hacemos es volver a la estaca y tirar otro hilo que localizará otra alma y así hasta el fin de los días.
-          Dices que los hilos son invisibles pues, ¿cómo es que ahora todas las cuerdas que veo son tan gruesas?
-          Las almas enredadas no paran quietas y como te he dicho una estaca puede llevar sujetos miles o millones de hilos. Conforme van acumulándose las almas enredadas en sus hilos y éstos a su vez van enredándose en pos de la estaca – dijo esto dando dos palmaditas en una de ellas –, van formando una hilada cada vez de mayor grosor lo que hace que deje de ser invisible.
-          ¡Miles o millones de hilos cada estaca! – no pude evitar mirar a mi alrededor una vez más porque ciertamente me encontraba en medio de un auténtico sembrado de estacas, la magnitud de lo que me relataba era descomunal – Pero debe ser una labor de…
-          Siglos. Sí – me interrumpió –. Aquí una cosa que sobra es el tiempo.
-           Un momento, me ha dicho antes que todas deben completar el ciclo…
-          Cierto – me cortó de nuevo – nosotros nos encargamos de eso. Sólo debemos esperar a que la cuerda alcance el color y el grosor adecuados y entonces tiramos de ellas. Las almas siempre se resisten pero están tan enredadas que no pueden escapar. Nosotros comprobamos la tensión de cada cuerda, cuando una se muestra muy tirante la dejamos pero si al tirar notamos debilidad, la enrollamos alrededor de la estaca. Así poco a poco vamos acortando la distancia con el suelo de este mundo y cuando no queda más cuerda que enrollar…
-          ¿Sí? – interrumpí yo esta vez con avidez.
-          Entonces las almas abandonan el mundo de los vivos, se encauzan hacia donde deben estar y el ciclo vuelve a empezar.
-          ¿Cómo?
-          Muy sencillo. Este campo de colinas y estacas es infinito, pero no es el único, hay más campos infinitos como éste. Tú has aparecido en el mío, pero en los otros campos hay otros “cauzadores” con otras funciones. Por ejemplo hay otro campo que encauza almas de dentro hacia fuera, es decir, almas que salen de allí a la vida. Son los que guían las almas a sus nacimientos. Otros, los más afanados, hacen la labor contraria y guían a las almas a su lugar desde que a sus cuerpos les llega la muerte. Esas no pasan por aquí.
-          Pero por todos los santos sólo este campo es infinito  ¿tantos hombres hay de almas perdidas que se necesita una extensión semejante?
-          ¿Por qué supones que sólo son las almas de los hombres las que se encauzan aquí? – y por segunda vez me sonrió – Esta es una labor constante y que ocupa mucho tiempo, pero al final todas las almas perdidas son encauzadas. Algunas nos cuestan siglos, otras sólo unos años. Imagina que nunca las encauzáramos, cuando fueras de paseo al campo te atormentarían las almas de algún hombre de las cavernas o de algún animal prehistórico y eso no puede ser. Si no fuera por nosotros la vida no existiría y nada evolucionaría, porque debes saber que ninguna alma nace exactamente igual que cuando nos llegó. Vuelven un poco cambiadas.
Justo entonces detuvo sus pasos, dejó de hablar y giró la cabeza bruscamente. Yo casi no me di cuenta de ese cambio de actitud porque en mi cabeza bullían miles de preguntas que deseaba hacerle, sin embargo su expresión se tornó taciturna y sombría.
-          Sólo tengo tiempo de advertirte sobre algo – continuó diciendo – cuando llegue tu hora sea cuando sea, no explores el mundo que se abrirá ante tus ojos por ti mismo. Pégate al cauzador que irá a recibirte y síguele a dónde vaya.
-          No entiendo.
-          Hay ciertas almas que tratan de separarse de su cauzador, se pierden y se transforman en eso.
Y entonces señaló a lo lejos una forma que no sabría definir muy bien en términos de este mundo. Imaginen que en una preciosa postal se abriera un agujero provocado por una llama que la devora desde el medio hacia los extremos. Imaginen que dicho agujero no dejara pasar la luz y su contorno sufriera constantes deformaciones y horribles cambios gracias a los cuales pudiera desplazarse hacia ustedes. Eso fue lo que vi y recuerdo que quedé horrorizado.
-          ¿Qué criatura es esa? – inquirí.
-          No hay tal criatura. Es un vacío errático. Un alma infinitamente errante cuyo único objetivo es sustituir a los que caen aquí como tú para volver al mundo de los vivos. Pero eso no podemos consentirlo porque desde tu mundo vendría una persona y volvería eso otro. Nuestro tiempo juntos ha expirado.
Y sin dejar de mirar aquella cosa informe, oscura y vil extendió un brazo hacia mí y sentí que algo me impulsaba con una fuerza irresistible fuera de allí.
Recuerdo entonces abrir los ojos y ver la cara del buen doctor dedicándome una sonrisa entre sorprendida y alegre. Luego perdí la consciencia y la recuperé cuando ya estaba tumbado en la cama de mi habitación de matrimonio con mi mujer sentada a los pies.
En fin mis queridos amigos, mi relato concluye aquí. Desde esta noche pueden decir ustedes que conocen al único turista que tras un breve paseo por el inframundo volvió a éste sin secuelas y con una buena historia de contar. O pueden decir que conocen a otro viejo excéntrico y medio chiflado que tras casi morir en un accidente quedó mermado de razón. Eso lo dejo a su sabio entendimiento.
Y ahora si me lo permiten voy a rellenarme el vaso con un poco más de güisqui con agua, me acercaré al calor de la chimenea y estaré encantado de responder a todas sus preguntas si son capaces de hacerlas en orden y sin atropellarse.