lunes, 1 de julio de 2019

Leitmotiv

Hace unos días leí que los agujeros negros se evaporan. Pienso en ello todos los días, hasta lo más grande y poderoso del universo se desvanece algún día. Pienso en ello nada más abrir los ojos, y me doy la vuelta en la cama y puedo sentir que el hueco que ha dejado Matteo a mi lado está todavía caliente. Anoche tuve un sueño, me despertaba y cada reloj marcaba una hora distinta, y en todos los relojes llegaba tarde al trabajo. Llego tarde al trabajo. Salgo corriendo, Matteo está en la cocina desayunando y leyendo algo en su teléfono. 

 —¿Sabías que los agujeros negros se evaporan? —Me dice y le brillan los ojos. Yo le robo una tostada, él me da un beso en la frente y cruzo el umbral de la puerta sabiendo que eso es lo último que me habrá dicho antes de desaparecer durante los próximos tres meses. 


Matteo es un maestro del "ghosting". Lo que viene siendo un jeta de toda la vida, pero se me erizan los pelitos de la nuca cuando me acuerdo de él. No he podido ni mear antes de salir de casa, así que es lo primero que hago al llegar a la oficina. Llevo un par de semanas con una infección y es como cruzar el infierno sin bragas. Cuando era pequeña estuve muy enferma de los riñones y me prohibieron sentarme en el suelo frío y abusar del tomate de brick.  No debería haberme sentado en la taza de aquel pub tan sucio, no debería abusar del tomate de brick. Me pongo el termómetro y tengo mucha fiebre. Maribel me dice que tengo mala cara, que me vaya a casa. Cuando llego huele a serrín, a piso piloto, como si nada provisto de vida habitase este lugar. La cama está perfectamente hecha, ni un pelo, Matteo no ha estado nunca aquí; es un espectro. Me acuesto un rato, sin abrir la cama, sobre las sábanas lisas. Cuando me despierto todo me da vueltas y cada reloj marca una hora distinta. Creo que ha llegado el momento de ir al médico. En Yahoo respuestas pone que me voy a morir. Llego al hospital y abandono mi cuerpo, que se encarguen ellos que han estudiado. Me hago pequeñita y puedo sentir la mano de mamá acariciándome el pelo mientras me canta una canción de Chavela Vargas. Recuerdo que la última vez que estuve aquí dejaron pasar a Gabriel para que me hiciera compañía, pero Gabriel ya no está. Encuentro la soledad acogedora pero ahora me siento vulnerable y arranco a llorar. Una mujer al otro lado de la cortina me pregunta si estoy bien, su voz me atraviesa y tengo la extraña sensación de que ya le conozco.


—¿Sabías que los agujeros negros se evaporan?


Yo no contesto, un escalofrío ha recorrido mi cuerpo. Siento como si hubiera escuchado hablar a un muerto. Los muertos no hablan. 


—¿No te parece bello? hasta lo más grande y poderoso del universo se desvanece algún día.


Una vez, cuando era pequeña tuve mucha fiebre, había visto "La vida de Brian" con papá y en uno de mis delirios un montón de romanos empezaron a entrar en mi habitación en una interminable fila india. A través de la cortina solo puedo ver su figura tumbada y la de una enfermera que acaba de entrar a revisarle el gotero.


—No importa niña, entiendo que ahora mismo los agujeros negros te importarán más bien poco. 


La enfermera corre la cortina para pasar a mi lado, por un instante puedo verle la cara a la mujer de enfrente y es como mirarse en un espejo de tiempo. Tiene el mismo rostro que mi abuela, que es el mío. La mirada triste y cansada, la naricilla respingona, la sonrisa torcida. Me guiña un ojo, parece poseer una verdad que se me escapa. La enfermera me pone un calmante a través de la vía y empiezo a sentir un hormigueo en los dedos de los pies que poco a poco me recorre todo el cuerpo. Los muertos no hablan.


Despierto y los relojes marcan todos la misma hora, me siento mejor. Al otro lado de la cortina escucho el llanto de lo que me parece una jovencita asustada. Me invade un profundo sentimiento de compasión.


—¿Sabes que los agujeros negros se evaporan? —le digo, y siento que poseo una verdad que a ella se le escapa.




Lo siento mucho por esto, es un desastre
Hada

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