sábado, 27 de julio de 2019

De entre las cenizas resurges como el ave fénix. Y en tu reflejo me veo a mí misma en mil pedazos dispersados por el aire hasta un cielo oscuro y silencioso. El universo me pertenece, soy firmamento azulado.
Vivo anclada entre arenas movedizas mientras tú surges de entre las aguas cristalinas del océano más puro y manso. No tengo miedo, estoy atrapada en tu orilla mientras me tiendes la mano. Puedo ver tus ojos escudriñándome. Clavados en mí como el aguijón de una abeja. Como espuelas en los lomos de un caballo. Como agujas en un costurero.
Dejó caer mis párpados. En la oscuridad de este momento puedo verte brillar centelleante. Eres una supernova a millones de años luz, el relámpago antes de la tormenta, la llama del mechero cuando me enciendo un cigarro a oscuras, la chispa de una trampa para mosquitos cada vez que atrapa un mosquito.
Y no quiero pensar, cuando ya no estés a mi lado, más allá de nada. No quiero pensar qué haré para entonces, o dónde estaré. Posiblemente en ningún sitio y en todos. Seré una mosca, o un volcán, o el eco en un acantilado. Eco, eco, eco... Porque tú vives allí donde las colinas se funden con el horizonte, en la última cabaña al fondo a la izquierda antes de llegar al río. Vives donde sea que miro. Eres aurora boreal, la tormenta perfecta, la semilla de un olivo, el sonido del agua cuando abro el grifo por las mañanas para lavarme la cara. Porque te amo. Lo sé. Lo sabes. Porque maldito sea el tiempo con sus días, horas, minutos y segundos. Me alejará de ti y me quedaré vacía y hueca. Seré un alcornoque. Seré el cuenco de las llaves cuando no hay nadie en casa. Seré un lápiz sin punta al lado de una libreta para tomar notas. Seré un grito en el desierto.
¿Suena un árbol al caer cuando no hay nadie para escucharlo? ¿Cómo sonaré yo cuando tú no estés? ¿Habrá alguien capaz de verme? ¿De sentirme? ¿De escucharme? ¿Alguien más aparte de yo misma? ¿Será eso acaso suficiente?
Al final de aquel camino pedregoso, entre aquellos dos árboles que han crecido torcidos por el viento, te estaré esperando. Y si no me reconoces, quizá porque yo ya no sea yo, sino tan solo la hierba creciendo entre los pastos, túmbate y espérame. Espera al alba y a los pájaros, al rocío entre las hojas de los árboles, a la primera brisa de la mañana, a las hormigas serpenteando por entre los dedos de tus pies, al sol y a la sombra, al calor y al frío.
Allí, al final de aquel camino pedregoso, te esperaré. Me reconocerás. Sé que lo harás.

María F.

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