miércoles, 12 de junio de 2019



                                                ORVILLE

Cedar Rapids, Iowa, 1878


El maestro, detrás de su mesa, leía en voz alta un fragmento de un libro de texto: “Los hombres andan por los caminos. Los pájaros vuelan por el cielo. Las serpientes reptan por la tierra…” Los alumnos copiaban. Y copiaban. El señor Evans pronunciaba cada palabra con claridad, intentando que se distinguiera cada silaba, vocalizando con esmero. A veces, levantaba la vista disimuladamente para vigilar a sus pupilos, cerciorarse que todos estaban haciendo su trabajo. Y todos lo estaban haciendo, excepto uno. Orville no movía el lápiz al ritmo de su dictado. Tampoco levantaba la cabeza como el resto de los alumnos cuando hacía una pausa demasiado larga. “Las mariposas aletean sus alas. Los ratones se esconden en las madrigueras. Y…” Cuando pronunció estas últimas palabras el maestro, que se había levantado sin dejar de leer, estaba a un palmo de su pupitre de madera. “Y las cucarachas son sólo eso, cucarachas. ¡Orville!” El muchacho levantó la cabeza sobresaltado cuando escucho gritar su nombre. Vio la cara rechoncha y enrojecida de su tutor, que le cogió de una oreja y tiró hacia arriba. “¿Se puede saber que está haciendo usted, señorito?” Miró la mesa: el cuaderno no contenía ninguna de las palabras dictadas. En cambio, sí tenía una especie de dibujo. El maestro lo cogió y se lo acercó un poco más para observarlo mejor. El color rojo anterior de su cara se convirtió en violeta. “Esto vas a tener que explicarlo al director, señorito” Y sin soltarlo de la oreja lo arrastró entre los pupitres hasta la puerta, mientras se oían algunas risas del resto de alumnos.
 


-Señora Susan, como usted sabe, este colegio y también la comunidad, tenemos un aprecio enorme hacia su familia. Todos sabemos la labor que su marido realiza en la Iglesia, su compromiso con nuestras creencias y su dedicación a la hora de predicar nuestro evangelio por todo el país.

El despacho del director no era muy amplio. La mesa tenía una pila de documentos, una biblia y montones de cartas desordenadas. En una de las paredes había una cruz.
-Sí, señor director. Y sabe que nosotros, mi marido y yo, también estamos muy agradecidos con usted y con el colegio- contestó Susan. En realidad, sus palabras no eran del todo ciertas. Ella y su marido, desde hacía algún tiempo, pensaban que el Colegio no podía dar a sus hijos lo ellos necesitaban. Habían pensado muchas veces en enviar a sus hijos a otros colegios pero eran muy caros y además estaban lejos de casa. También el trabajo de Milton en la Iglesia no era ninguna ayuda a que sus hijos fueran a una escuela distinta.
- Y este afecto y esta gratitud la hemos tenido en cuenta en muchas ocasiones a la hora de aplicar las normas disciplinarias a sus hijos. Y cuando digo “sus hijos” me refiero obviamente al pequeño Orville- añadió el director. Susan sabía perfectamente que se estaba refiriendo al pequeño - Ya sabe que respecto a Wilbur estamos muy orgullosos de él. Sus notas son magníficas.

-Sí, Wilbur es muy aplicado. Aunque debo decirle que el pequeño es muy inteligente.
-Sabe que no estamos cuestionando la inteligencia de su hijo. Sabemos que tiene buenas aptitudes. Sólo que su actitud es la que nos preocupa. No es la primera vez que tenemos esta reunión para hablar de su comportamiento.

-Sí, lo sé.

-Y sobre todo es el maestro de su hijo, el señor Evans, quien lo padece en mayor medida. El dibujo que ha hecho hoy durante la clase ha sido una ofensa inconcebible.

El director puso el cuaderno sobre la mesa, encima de las cartas. Susan se inclinó para mirarlo mejor. Se quedó un poco desconcertada.

-Sabe: no logro entender bien el dibujo. Mi hijo puede ser a veces muy travieso pero, en ningún caso, es una persona ofensiva. Todos nuestros hijos han sido educados en el máximo respeto hacia los demás. Seguro que Orville no ha querido burlarse del maestro.

-Señora Susan. Sinceramente: me gustaría creerla. Pero el señor Evans está muy dolido, y créame yo también le comprendo a él. Esta vez tenemos que aplicar las normas disciplinarias con todo su rigor.

-Lo entiendo, señor director. Las normas son las normas.

-Miré. Vamos a expulsarlo unos días. Intenten hacerle reflexionar sobre su comportamiento y motivarle para que sea consciente de que las enseñanzas que se imparten en este Colegio van a ser determinantes para su futuro. Tener un buen expediente académico puede abrirle muchas puertas. Aunque su hijo aún es muy pequeño, es en estas edades donde se forja el carácter de uno. Si sigue por este camino, sólo Dios sabe que puede llegar a ser de él. Por cierto, su marido el Señor Milton… ¿Por qué no ha venido?

- Está de viaje por Illinois. Su nuevo cargo en la Iglesia le exige desplazarse mucho, dando conferencias, teniendo reuniones, ya sabe. Estará ausente durante un tiempo. Se va a disgustar mucho cuando se enteré de lo ocurrido.
-No se preocupe, señora Susan. Su marido será comprensivo. Y esperemos que su hijo al final enderece el rumbo. 


Esa noche Orville fue castigado a cenar en su dormitorio. Se sentó en una de las sillas del escritorio y empezó a comer el pavo asado que había preparado su madre. No tenía mucho apetito. No le gustaba que le castigarán y menos cenar sólo. Podía oír la algarabía que ascendía por las escaleras hasta el cuarto. Se imaginó lo que estaría ocurriendo en la cocina, con todos sus hermanos mayores peleándose por la comida y hablando todos a la vez. Aunque sus padres pertenecían a la Iglesia Presbiteriana no eran tan estrictos en el cumplimiento de las normas como otros padres de sus amigos.
-Hijo mío. Sabes que en el Colegio hay que portarse bien, lo hemos hablado muchas veces. Hay que ser obediente, prestar atención y hacer los deberes. Y, sobre todo, no hay que burlarse de nadie y menos del maestro- dijo su madre. Susan había entrado en la habitación de su hijo y se había sentado en la cama de Willbur, que estaba más cerca del escritorio. Los hermanos Orville y Willbur compartían el dormitorio. Se sentían afortunados porque era la habitación más amplia de la casa, mayor incluso que la de sus padres, y podían tener en ella todos sus juguetes y también los artilugios que solían construir. Ellos llamaban a su habitación “el taller”.
-Mamá, te prometo que no me he burlado del Señor Evans.
- ¿Seguro que no? Entonces este dibujo del cuaderno ¿qué significa?

Susan le enseñó el cuaderno. Orville pudo ver el dibujo otra vez. Estaba a punto de terminarlo cuando había sido descubierto por el Señor Evans. El ejercicio que estaban haciendo en clase le había sugerido una idea inusual que lo había entusiasmado. El muchacho miró a su madre. Luego miró hacía la pared, donde colgaba una estantería. Entre libros de matemáticas y mecánica, un ábaco de madera, un giroscopio y una bicicleta de metal en miniatura, había un juguete cuya forma era distinta al resto. Era el último juguete que su padre le había regalado a su hermano Wilbur por su décimo primer cumpleaños. De sólo una pieza fabricada en bambú, con forma pentagonal y hueca por dentro, tenía unas aspas rectangulares que emergían del centro. Una banda de goma se utilizaba para girar las aspas y el juguete se mantenía suspendido en el aire unos segundos. Su madre contempló asombrada el juguete y volvió a ver el dibujo del cuaderno. Una bombilla se encendió en su interior. En el dibujo aparecía un señor orondo que estaba dentro de una pieza pentagonal y tenía unas aspas alrededor. Estaba volando por el cielo junto a una bandada de pájaros. Debajo de ellos había hombres, serpientes y hasta un camino. Susan sonrió. Le hizo gracia pensar que el Señor Evans y su enorme barriga pudieran volar sentados en un siniestro aparato de bambú.  

-¡Menuda imaginación tienes, hijo mío!- y le apartó el flequillo de la frente- Bueno, descansa y mañana hablaremos, que hoy ha sido un día intenso- le dio un fuerte beso y se marchó.

Esa noche Orville se desveló. La respiración fuerte de su hermano Wilbur, que estaba frito en la otra cama, no le dejaba dormir. Se acercó a la ventana, que estaba abierta. Apenas se oía ningún ruido. Quizá algún chasquido de algún animal nocturno. El cielo estaba inmenso. La luna, redonda como una rueda. Se acordó de su dibujo y del Señor Evans montado en el juguete de bambú, con esas bandas giratorias, los pájaros. Una estrella fugaz partió en dos el cielo. Se mantuvo un par de segundos y desapareció. Al tumbarse de nuevo en la cama se quedó mirando al techo. Empezó a imaginarse al Señor Evans, montado en un aparato volador, partiendo en dos el cielo como lo había hecho la estrella fugaz. “Sería alucinante”, dijo en susurros.  Y se durmió. Seguramente a partir de esa noche fue cuando empezó a soñar despierto. *


                                        FIN


*Orville abandonó la escuela cuando era un adolescente. No llegó a poseer ningún título académico oficial. Wilbur, siguió estudiando y sacando unas notas brillantes en el bachillerato, pero cuando tenía que ir a la universidad tuvo un accidente que le impidió seguir estudiando.

Los hermanos Wright, Orville y Wilbur, llegaron a crear su propio periódico, montaron una empresa de bicicletas y fueron los primeros en realizar un vuelo en un avión propulsado por la fuerza de su motor el 17 diciembre de 1903. Son considerados los padres de la aviación moderna.

Rafael Mercé


 






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