sábado, 8 de junio de 2019

El diluvio universal

Hacia una semana que se había roto mi lavadora. El cesto de la ropa sucia rebosaba ropa sucia. El suelo a su alrededor se había convertido en el nuevo cesto de ropa sucia. Iba siendo hora de bajar a poner una lavadora. En realidad, debería haber llamado a un puto fontanero cuando se estropeó, pero andaba muy mal de pasta. Un día tras otro pensaba "yo la arreglaré", pero luego recordaba que soy incapaz hasta de freír un huevo. Total, que la lavadora seguía sin funcionar y la ropa sucia seguía acumulándose en el cesto y fuera de él. Deberíamos ir todos en pelotas. La vida sería mucho más sencilla. Y no tendría que preocuparme por mi ropa sucia nunca más. Ni por mi lavadora. Ni por el dinero para arreglar mi lavadora.
Cogí una bolsa y la llené de ropa. Justo dos calles más abajo sabía de una de esas tiendas donde puedes lavar tu ropa por 3 euros. Mi economía sumergida se podía permitir esos 3 euros. Y además tendría unas bragas limpias que ponerme mañana. La vida me sonreía.
Al entrar en aquella tienda (ni siquiera sé si se puede llamar tienda), vi a una vieja sentada fumándose un cigarro.
- Oiga señora, aquí está prohibido fumar.
- Vuestras leyes mortales a mí no me afectan. Os hice libres y vosotros os habéis dedicado a emponzoñarlo todo con leyes de mierda. No soportáis la libertad. Siempre inventando cómo ser esclavos de algo o de alguien. Incluso de mí. No sé de qué me sorprende, sois mi creación más patética.
La señora desvariaba. ¿O no?
Todas las lavadoras estaban ocupadas. Mi plan de bajar, pagar, lavar, y a casa, se iba a la mierda.
Me senté enfrente de ella un rato. Ella seguía fumando, un cigarro detrás de otro. Los empalmaba joder.
- Oiga señora, ¿le queda mucho? Me gustaría poder lavar mi ropa antes de mañana.
- Estoy haciendo limpieza en el universo. Eso lleva tiempo.
- ¿Y no podría hacer usted limpieza en el universo utilizando una sola lavadora?
- ¿Acaso crees que el universo cabe en una sola lavadora niña estúpida? ¿Acaso no ves que tengo varias galaxias esperando en esos cestos de ahí? Entre ellas la vuestra. Es la que más trabajo me va a llevar. Tendré que hacer un centrifugado primero si quiero que quede bien limpia. Ya ves, todos nos equivocamos.
Me callé. La vieja tenía razón. El universo es infinito (o eso dicen) y no cabría en una lavadora con carga de ocho kilos. Además, si ya solo en la tierra hay tanto que limpiar, no me quiero imaginar en el universo entero. Intuía que hoy no iba a ser el día en el que pudiera lavar mi ropa. Además, no podía compararse lavar mi ropa sucia con lavar el universo. Qué soberbia la mía.
- Sabe señora, para ser Dios su imagen es un poco... No sé... Un poco cutre ¿no?
- ¿Cutre?
- Sí joder. Cutre. Eres Dios, ¿no? Podrías ser cualquiera y eliges ser una vieja que apesta a alcohol y tabaco. Y vas vestido como para meterte en la lavadora a ti también.
- ¿Qué más dará eso niña?
- A ver, Dios, sin ánimo de ofender, tú nos creaste ¿no? ¿Te lo tengo que explicar yo? Los hombres somos así. Superficiales y anodinos. Nos dejamos llevar por las apariencias. El aspecto y el dinero lo son casi todo. Y tú, Dios, no pareces tener ni una cosa ni la otra. Y nuestras leyes de mierda son solo para los pobres. Los ricos hacen lo que les sale de los cojones. Ya deberías saberlo.
- Bueno, es curioso que me digas tú eso. Vas vestida como para pedir limosna. Y viéndote aquí, queriendo lavar tu ropa sucia por 3 euros, diría que en cuanto a dinero no te va mucho mejor.
- Ya, bueno. Yo vivo en mi mundo aparte. Además, llevo una semana sin lavadora, y esto era de lo poco que quedaba limpio en mi armario. No sé por qué te doy explicaciones. Si yo fuera Dios habría arreglado mi lavadora el mismo día que se estropeó. Y oye, para ser el ser supremo, eres un poco... un poco gilipollas, ¿no?
- Imagínate niña, os hice a mi imagen y semejanza, ¿qué esperabas?
Otra vez la vieja tenía razón. Joder, si es que incluso Dios era decepcionante.
- Vete a casa niña. Tu lavadora está arreglada. Y no salgas en un par de días. Te irá mejor. Hazme caso.
Cogí mi bolsa de ropa sucia y me fui. Cuando llegué a casa, mi lavadora estaba funcionando. Decidí no salir de allí en un par de días. Yo no creía en Dios, pero estaba claro que Dios sí creía en mí.

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