miércoles, 20 de febrero de 2019

relato sobre memoria (Susi)


UN MAR DE SENTIMIENTOS
No estuve en ese momento, y me siento mal cuando me acuerdo. Y dicen que los hombres no sentimos igual. Y una mierda. Ese sábado por la noche yo preferí irme a cenar a casa de unos amigos que estar con ella. Acabó la cena, un rato de obligada tertulia (porque se me cerraban los ojos), y me fui a casa. Todos la estaban velando. Todos menos yo. Y eso que era su preferido, o eso decía siempre ella.
El cansancio y la impotencia me ahogaban, y me iba hundiendo cada día un poco más. Lo peor de todo es que yo era consciente y lo permitía. Ese año estaba siendo un año duro en el trabajo. Me levantaba cada mañana maldiciendo el día y a mi jefe, que era un tío amargado, sin escrúpulos y falto de cariño, y esa carencia la esparcía en forma de latigazos contra todos nosotros, sus leones chupaculos, atontados con su desmesurada exigencia y su falta de ética. Éramos como barquitas a la deriva, en medio del océano, sin rumbo fijo, con la esperanza de que algún barco nos rescatara, pero ese barco nunca aparecía.
Yo la quería, la quería muchísimo, pero no podía soportar que no nos recordara. Cada vez que iba a verla y tenía que recordarle mi nombre, mi mar se partía en dos, un mar ahora confundido. ¿Cómo me llamo? Ella me miraba y sonreía. Yo le sonreía también. Entonces, me acercaba, le cogía de las manos (de lo que quedaba de ellas), le miraba con ternura y le decía alto y claro la primera letra de mi nombre: “EEEE”. Ella asentía y seguía sonriendo. Entonces yo continuaba: “Ed”. Ella seguía sonriendo, y me miraba con sonrisa picarona, como si quisiera burlarse de mí. “Eduardo”, acababa diciendo yo. Entonces repetía mi nombre y su sonrisa se hacía más grande. Qué oleaje de sentimientos encontrados cada vez que iba a verla: miedo, rabia, ternura, tristeza, resignación… Un vampiro, en mitad de la noche, estaba yendo a su casa, cada día, a chuparle la vitalidad, la energía, la fuerza, y hasta la mala leche que le caracterizaba.
Recuerdo con especial cariño un jueves por la noche. Salí de trabajar. Llegué a casa tarde, cansado, enfadado. La cabeza me estallaba, pero no de dolor. Mis hijas y mi mujer me esperaban, aunque apenas les dediqué un minuto. Necesitaba despejarme, dar un paseo, desconectar. Les dije que no contaran conmigo esa noche. Me puse la ropa de deporte y las zapatillas, para irme a correr, y la corriente me llevó a su casa. Eran casi las diez de la noche. Su calle estaba desierta. Llamé al timbre del portal y me abrieron.
-        ¿Está despierta? - Le pregunté al entrar a la chica que le cuidaba.
-        Está en el salón, sentadita. Iba a acostarla ahora mismo.
El salón estaba en penumbra. Qué paz y qué tristeza. Y ella en su sillón, allí en medio, sola, con la única compañía de aquella lamparita que siempre estaba encendida.
-        Déjanos unos minutos, a solas.
Me agaché, me arrodillé delante de ella. Le cogí de las manos, me quedé mirándola unos segundos y le dije susurrando:
-        Hola. ¿Sabes cuánto te quiero?
Su cabeza miraba hacia el suelo. Intenté levantársela un poco, pero caía de nuevo. Le acaricié la cara.
-        ¿Me oyes?
Ni un suspiro, ni un apretón de manos, ni si quiera una sonrisa.
-        ¿Me oyes? -  dije levantando un poco la voz.
Entonces me tiré encima de ella, la rodeé con mis brazos y me eché a llorar.
-        Te quiero. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Te quiero y siempre te querré. Te quiero muchísimo. No lo olvides nunca, por favor.
Me quedé así, abrazado a ella, unos minutos, llorando y diciéndole cuanto la quería, hasta que la postura me invitó a sepárame. Allí, arrodillado, volví a mirarla con todo el cariño y ternura que me quedaba. Todo se lo regalé a ella ese día. Parecía no sentir, ni oír, ni ver. Le di un tierno beso en la mejilla, me levanté, volví a mirarla y me fui. Mi corazón se apretó tanto, que creí que me había quedado sin él. Esa fue la última vez que la vi.
A las dos y media de la madrugada del sábado, sonó el teléfono. Era mi hermana. “La yaya grande (así la llamaban sus biznietos), nos ha dejado”. Me hundí entre las sábanas y lloré de rabia, por no estar en ese momento a su lado.

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