domingo, 24 de febrero de 2019

relato de Guille

Qué mar!, la memoria
En aquella cafetería abarrotada de gente, de actividad y de griterío es donde recibió la llamada de su hermana. Se dio cuenta que llevaba una temporada muy estresada y, justo ahora, al hablar con ella, es cuando lo empezó a valorar. De fondo oía el tintineo de cubiertos y vajilla al chocar, las voces de los camareros, alguna conversación de fondo, el tráfico, la radio,… La vida cosmopolita era muy exigente, al igual que su trabajo… recordó la imagen de aquellos fines de semana de casi verano, cuando todavía eran unas niñas…
La mamá lo tenía todo organizado; el coche cargado con las maletas y la comida, el depósito de gasolina bien lleno. Recogería a las niñas a la salida del colegio y se enfilarían hacia aquel pequeño paraíso. La casa, hoy de invitados, se llamaba “El Morito”. Una pequeña y antigua construcción de principios del XIX separada por 50 metros de tierra de la casa de los anfitriones que estaba frente al mar.
Ella era muy diligente; de buena mañana preparó la casa y el desayuno a base de leche fresca, las galletas de la abuela y el bote de cacao. Sí, en aquella casa nunca había un cacao fácilmente soluble. Era una experiencia para las niñas remover y remover la leche del vaso y, aún así, ver que seguía habiendo grumos. Sacar una cucharadita con alguno de ellos, a poder ser uno solo, e intentar morderlo, sentir la extrañeza de cómo se deshacía en la boca e intentar no toser, era una delicada tarea; y a su vez notar su intenso y frío sabor al pasar por la garganta… ooh…
Despertar sentadas a la mesa, en aquella naya sin pintar, de altas y antiguas columnas, con vistas de árida tierra daba la sensación de que el tiempo se perdía. Se presagiaba un día de calor, aún así hacía fresquito, la brisa húmeda y los olores, el sonido de las hojas al ondear y, de fondo, el sonido del mar, suave, constante, tranquilizador, … sin expectativas de qué hacer ese día…quién sabía, hacer agujeros en la tierra, explorar bichitos, coger flores, jugar a la pelota y a muñecas, estar dentro de casa a medio día, bañarse en la piscina de la casa grande, ir a la playa, leer un cuento, ayudar a cocinar, …
- La cuenta señorita, aquí tiene!
- Gracias

Y siguió pensando: “Quién recuerda los descampados… parece que ya no queden…”


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