martes, 27 de noviembre de 2018

Relato 2 de Jorge B

“Les habla el comandante Marwan. Me informan desde la torre que las pistas vuelven a estar despejadas de nieve, por lo que vamos a comenzar el descenso hacia el aeropuerto de Alicante”.- sonaron tímidos gritos de alegría por el avión- “Son las 21:22 de la tarde del día 23 de Junio, en el aeropuerto de destino, la temperatura es de -5 grados y nieva con fuerza, aunque se espera que remita en las próximas horas”
Daniel miró disimuladamente hacia su derecha. El hombre sentado al lado suyo llevaba un rato ya alargando el cuello y acercando demasiado su cara a la suya. Le ponía muy tenso que invadiesen su espacio personal. Le sonrío forzadamente y apoyó su cabeza sobre el asiento para dejar que mirase por la ventanilla. Su amplia sonrisa, su lujosa vestimenta, sus modales nerviosos y sus ojos dilatados, delataban con espamosa claridad su condición de turista. La escena se repetía en todo el avión. Turistas excitados, agolpados en las ventanillas, turnándose para ver el paisaje, mientras los nativos perdían sus miradas en las pantallas del asiento delantero. A pocos ibéricos les producía placer ver su país convertido en una estepa tapada con un manto blanco. Daniel apartó de su mente sus recuerdos de juventud. Le producía especial dolor volver a su tierra natal después de tantos años y verla despojada de sus palmeras y de sus pinos. Tan solo quedaban edificios y árboles desnudos aquí y allá. El turista se retiró al fin, y Daniel volvió a mirar de reojo por la ventanilla. Apenas se podía percibir una fina línea de arena junto al agua. Todo el resto de la playa era de un deslumbrante blanco. Que cruel broma le gastaron a su ciudad los publicistas, después de tantos años, renombraron aquella costa ártica por su nombre original. “La costa blanca”
Le recordó a los chistes que le hacían cuando vivía en la ya abandonada ciudad de Valencia, relacionando el nombre de la costa y el color de su piel. Por lo general, fuera de su país, su color solía generar en otros una cierta condescendencia, o desdén. Pero cuanto más se acercaban a la península, su condición de molesto inmigrante, fue gradualmente cambiando a nativo de las exóticas tierras nevadas de iberia. Su piel era especialmente blanca y los turistas, en su mayoría subsharianos de tez muy oscura o morena, le miraban con una curiosidad creciente, como si formase parte de la aventura que estaban a punto de experimentar. Por fortuna, la mayoría mantenía la distancia y no le avasallaba a preguntas, quizás fruto del respeto que imponía el color de su pelo, también blanco, y su avanzada edad.
En otras circunstancias no habría viajado en plena temporada turística. Quizás en los meses de mayo o septiembre, donde los billetes eran más baratos y el frío invernal comenzaba a dar tregua y permitía cortos paseos por la calle durante el día. El estado de su hermano, por desgracia, era muy grave y podía no sobrevivir al verano. Al menos su vida laboral en Nigeria había sido lo suficiente fructífera como para permitirse un vuelo en estas fechas. Además el aeropuerto de Alicante era el más septentrional de la península, y el menos visitado, por lo que los vuelos eran asequibles hasta para un modesto inmigrante como él. El mayor turismo de nieve se concentraba en torno a la capital de Iberia, la ciudad de Granada, donde sus montañas estaban vestidas con una de las mejores pistas de esquí del mundo, un lujo que solo se podían permitir gente acaudalada de Nigería, Brasil o India.
Daniel, tenía solo 22 años cuando el eje de la tierra comenzó a moverse. En tan solo tres años vio como el cálido paisaje mediterráneo que acunó su infancia se fué transformando en el nuevo círculo ártico. Solo las ciudades más meridionales de Europa se salvaron del permafrost y del abandono absoluto. Tan solo vivían 20000 habitantes en la ciudad durante el verano. El invierno la cifra se reducía a 5000. Su hermano era uno de esos testarudos.
Cuando llegó al fin a la casa de su hermano, y hogar de su infancia, le sobrevino un choque de sentimientos enfrentados. Desde su última visita, la casa estaba visiblemente más deteriorada por los elementos, pero el manto de nieve que arropaba la propiedad cubría las vergüenzas de aquel jardín muerto y abandonado,haciéndole lucir un aire más renovado, más puro. Los árboles muertos lucían más vivos cuando les cubría la nieve. Aún se podían apreciar aquí y allá, los tocones de las antiguas palmeras que adornaban el jardín donde su hermano y él jugaban.

- No acostumbras a ser tan impuntual, Dani

Su hermano estaba apoyado en el marco de la puerta, sonriente. Su rostro se había consumido por la enfermedad, pero su sonrisa y vitalidad parecían intactas. Daniel se acercó impuetuoso a su hermano para abrazarlo, pero su hermano le levantó el brazo frenando su avance.

- ¡Tranquilo! Mis huesos ya no son lo que son ¡No creo que pueda aguantar uno de tus abrazos de oso! - dijo Oscar riendo

Daniel se acercó, feliz, a su hermano y dejó que tomase él la iniciativa. Lentamente, le dio un firme pero suave abrazo. Aquel abrazo tenía un sabor a ternura infantil que le transportó a momentos felices y lejanos, jugando a la sombra de aquel mismo porche, huyendo del calor veraniego.

- ¿No me vas a Invitar a entrar? Puede que me haya vuelto puntual,  ¡Pero nunca esperé que te volvieses poco hospitalario!

El rostro de su hermano cambió. Aunque su sonrisa se mantuvo, ahora sostenía un peso que no tenía antes.

- Había pensado en salir fuera, hermano.-dijo Oscar dandole una palmada amable en el hombro- Deja tus cosas en la entrada, y vamos. ¡Yo ya estoy listo!
- ¿Te has vuelto loco? Va a anochecer en poco menos de una hora y está nevando cada vez más.
- Ya lo sé, idiota. ¡Justamente por eso! Has llegado justo a tiempo. Hay una bolsa en la entrada, ¿Podrías cogerla cuando dejes tus cosas? - le dijo mirándole con una seriedad repentina

Aquel recibimiento desconcertó a Daniel. Después de aquel largo viaje lo último que quería era dar un largo paseo por la nieve, ya anocheciendo. Pero conocía a su hermano, y sabía que tramaba algo. Por lo general sus ideas no solían traer nada bueno, pero siempre generaban aventuras dignas de recordar. El no sabía decirle que no, y su hermano lo sabía. Cogió su maleta apoyada en la nieve y la dejó de cualquier manera dentro de casa. Un saco de tela verde de bastante tamaño reposaba en el suelo del recibidor, como su hermano había prometido. Con un suspiro de cansancio analizó el saco; era más grande de lo que se había imaginado. Al levantarlo se percató, molesto, de lo mucho que pesaba. Aunque fuese el hermano más joven, sus años de juventud había pasado atrás, y ya no conservaba la fuerza que su hermano recordaba. Aún así, cargó el saco a su espalda y salió por la puerta. Le aterrorizaba más romper la aventura que su hermano le tenía preparada, que los dolores que tendría la semana siguiente.
Cuando salió por la puerta su hermano le esperaba con una sonrisa en la cara.
- Con ese pelo blanco y el saco pareces Papá Nöel - dijo su hermano con sorna
- ¿Quien?- dijo Daniel. Tardó un segundo en reaccionar antes de continuar - ¡Ah sí, aquel viejo que repartía regalos!- Daniel rió grotescamente- Intentaré no tomarlo como una referencia a mi sobrepeso. Parece mentira que aún te acuerdes de todas esas cosas. Eres como una enciclopedia de recuerdos. - Daniel se fijó en el coche aparcado en la puerta del garaje. - ¿Y este coche? ¡Ya me estaba cansando de tener que andar kilómetros siempre que te visitaba! - Su hermano rió
- Lo acabo de comprar, pero no lo vamos a necesitar. Sígueme, no te haré andar mucho. - Miró a un Daniel visiblemente irritado - ¡Lo prometo!

Su hermano comenzó a subir una ladera nevada, que era en realidad la duna que separaba la playa de su casa.

- Espera ¿Quieres ir a la playa? ¿Ahora? - Daniel comenaba a impacientarse
- ¿No quieres saber porque me compré el coche? Me voy de viaje - contestó su hermano, cambiando de tema
- ¿De viaje? ¿En tu estado? ¿Te has vuelto loco Oscar?
- Ahora te lo cuento. Déjame que me apoye en tí para bajar.

La ladera era empinada y resbaladiza, por lo que la bajada fué complicada y lenta. El pobre Daniel tuvo que aguantar el peso de su hermano combinado con el del saco toda la bajada. Cuando por fin llegó, exhausto, dejó caer el saco violentamente. El saco se abrió y derramó sobre la nieve una decena de troncos.

- ¡Pero no los dejes caer, que se van a mojar! ¡Ya bastante difícil va a ser encender una hoguera con este tiempo, para que ahora mojes los troncos!- dijo Oscar
- ¿Una hoguera? ¿Me has hecho cargar con unos troncos para encender una hoguera? ¿En medio de la playa nevada? - al ver sus ojos traviesos, su hermano se percató de golpe - Hoy es 23 de Junio.- miró a su sonriente hermano- ¡Quieres celebrar San Juan! ¡Con este tiempo! Estás completamente loco. - Estaba más decepcionado que enfadado, dado su historial de anécdotas juntos se esperaba algo más impactante y elaborado.

Su hermano hizo caso omiso de las quejas y comenzó a amontonar troncos sobre un hueco que había hecho con los pies. Se puso a ayudar a su hermano en silencio. El plan comenzó a calar poco a poco en Daniel. Hablar con su hermano junto al fuego era una cosa que no hacían desde hace años, y cada vez le desagradaba menos la idea. Cuando por fin su hermano consiguió la primera llama, Daniel se sentó sin rechistar junto a él.
Cuando sacó de la bolsa una cerveza, abandonó su postura tensa y finalmente se relajó. Aunque se resistió al principio, su hermano no tardó en cautivar su atención recordando viejas historias de los dos, por la finca de sus padres en aquel vergel que era el Alicante de su infancia. Pasaron las horas y la tormenta paró, desvelando las pecosas constelaciones. El frío iba en aumento, pero el abrigo de Daniel era bueno, el fuego intenso y la conversación cálida. La ciudad callaba, dormida, helada, extremadamente silenciosa, y sus carcajadas resonaban con fuerza en la monótona melodía del vaivén de las olas. Hacía tiempo que Daniel no bebía alcohol, y aún más tiempo desde la última vez que rió con aquella fuerza. Sus recuerdos de África comenzaron a emborronarse, como si todo hubiese sido un sueño, un enorme paréntesis. Sin que él fuera consciente, las raíces de su corazón avanzaban sinuosas hacia abajo, buscando la tierra que le vio nacer.
Pero las noches árticas, son extremadamente cortas durante el verano, y aquella era la noche más corta del año. El cielo apenas se había oscurecido cuando comenzó a clarear de nuevo. Con la luz, volvió el presente, la realidad. La cara de Oscar comenzó a cambiar gradualmente, tomando una tonalidad más solemne.

- Aún no me has dicho a donde te vas de viaje. Ni porque. - Daniel llevaba evitando esta pregunta toda la noche. Conocía a su hermano, y sabía que ese coche era su forma de decirle que nunca más se volverían a ver.
- ¿Crees que hay vida después de la muerte?
- Sabes de sobra que no. Y se que tu tampoco lo crees. ¿No me digas que vas a buscar redención en la tanda de penaltis? - por un segundo sintió que aquel chiste había cruzado la línea, pero su hermano contestó con una sonora carcajada.
- Se que no hay nada, pero me gustaría. No quiero convertirme en polvo, hermano. No quiero que el universo me borre de un plumazo.
- ¿A donde quieres llegar? ¿No me irás a decir que vas a hacerte un tratamiento de inmortalidad, verdad? Esos tratamientos valen auténticas fortunas. Si después de todo estos años mandandote dinero, has conseguido acumular ese dinero más te vale devolverme mi parte.
- No te preocupes, tu dinero lo recuperarás con la herencia. Esta casa es una de las pocas casas de época que queda en pie. Sacarás un buen dinero por ella. No, Daniel soy igual de pobre que antes. Lo poco que me queda me lo he gastado en ese viejo todoterreno. Pero si, has acertado. Voy buscar la inmortalidad, solo que a la vieja usanza.
- ¿A la vieja usanza?
- Hay unas importantes cuevas con arte rupestre cerca de Alcoy. El gobierno de Iberia las protegió con varias de capas de hormigón antes de evacuar la ciudad. Querían protegerlas para las futuras generaciones, en caso de que alguna vez esta región vuelva a ver el sol. Con un poco de suerte este verano hay suficiente deshielo como para poder llegar a la puerta.
- ¿Y para qué cojones querrías ir allí?
- Quiero que cuando entren ahí dentro de 50000 años encuentren mi cuerpo intacto junto a las pinturas. Desnudo. Haciendo el idiota en alguna posición ridícula. Aún no he decidido cual, ¿Se te ocurre alguna idea?
- ¡Te has vuelto loco! - rió Daniel. Ya no tenía fuerzas para ofenderse por las tonterías de su hermano. Decidió seguirle el juego, picado por una traviesa curiosidad. - ¿Y como piensas entrar?
- Por eso no te preocupes, la puerta está encriptada con un estúpido problema de matemáticas, explicado en la pared. No tienen mucha fe en la inteligencia del hombre del futuro.
Daniel sonrió, triste. Sabía que no era ninguna broma, pero no se le ocurría mejor final para su hermano. Le quedaban tan solo unos pocos meses de intenso dolor, sin familia y amigos que acompañarle en los últimos días. Aquellos meses de pura miseria y soledad apagarían su espíritu alegre y le acabarían convirtiendo en una sombra de lo que fué. Se dio cuenta de que aquel plan era lo único que le había mantenido en pie hasta ahora, no podía quitarle aquello por estúpido y peligroso que fuera.
- Ahora entiendo esa barba tan descuidada. ¿Quieres que cuando abran las puertas se piensen que eres un hombre del paleolítico que pasaba por ahí?

Su hermano asintió mientras reía. Pasaron hasta bien entrado el día comentado los terribles detalles de su absurdo plan. Tenía cientos de ridículas ideas para confundir o hacer sentir sexualmente incómodos a los futuros arqueólogos. A pesar de lo tétrico del asunto, su hermano consiguió de nuevo hacerle reír explicándole como pensaba, después de una intensa sesión de drogas, darse un baño en formol con agua fría hidrogenada, y porque no, beber un poco de aquel mejunje. Con un poco de suerte se congelaría en la posición que tenía en mente y no a cuatro patas vomitando.
Su hermano partió unas horas después para su destino final. Daniel intentó reservarse, pero no pudo evitar llorar durante la despedida. Bajo el sol de la mañana se abrazaron de nuevo con la calidez de dos niños y se dijeron adiós. Tras el abrazo, le dejó las llaves de la casa, sonriendo con lágrimas en los ojos.

- ¡Oscar! - dijo antes de que entrara en el coche.- ¿Ese problema de matemáticas es complicado?
- Podría resolverlo un niño de 10 años.
- Pues igual me planteo hacerte compañía, 50000 años son muchos años para quedarse solo. No sé, ¡Lo tengo que pensar!

Su hermano no contestó. Le miró a los ojos con sonrisa torcida y mirada traviesa durante unos segundos y después se subió al coche. Mientras el coche se alejaba, Daniel se dió cuenta. No había nada que pensar. Sin decir una palabra, su hermano había conseguido engancharle una última vez.

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