SANGRE
La escuchas llorar desde tu
habitación.
Llora mientras limpia la bañera,
y te sientes mal.
Te sientes mal por ti,
pero te sientes peor por ella
porque la has defraudado.
Tratas de evadirte haciendo los
deberes
pero tu mente dibuja una mujerona
herida,
sin consuelo.
En ningún momento
piensas que quizá llore por otro
motivo.
Eres su hijo, la mitad de su ADN;
su corazón entero.
Te arrepientes de haberte dejado
llevar.
Te arrepientes de agarrarlo del
cuello
y dejarle esas marcas rojas.
Piensas en ello mientras sales
de la habitación
y te asomas desde el fondo del
pasillo.
Llora de rodillas sobre la
bañera
como en señal de contrición
y desgarrada por la herida
abierta
cuando vuestros ojos hundidos se
rozan.
Vuelves a tu habitación deprisa,
y piensas en el mañana,
en el mañana que no quieres
alejado de lo que un día podría
ser tu familia.
Entonces llega con los ojos
vidriosos
y te abraza con fuerza.
Dice unas pocas palabras,
apenas tres frases entrecortadas
y tu corazón se congela,
apenas ha latido once años.
Jorge Gallent