No llevo mucho
tiempo viviendo con Filippo. Quizá un par de años. Aunque si sumo las noches
que compartimos en nuestra esquina de Huertas, con un somier hecho a base de
cajas de cartón y mantas de la Cruz Roja como abrigo, quizá sea alguno más.
En cuanto nos
hicimos un hueco en Sol, entre mimos, malabaristas y manteros, y el dinero
comenzó a permitirnos hacer las tres comidas, nos pusimos a buscar un sitio
donde las noches dejaran de ser un suplicio. El barrio de Carabanchel no está
mal. Vale que viviéramos en la peor zona y que tardáramos casi tres cuartos de
hora en llegar a sendas esquinas de Sol, pero la gente chunga ya nos saluda
cuando nos ve salir de nuestro portal, cargados con caballetes, lienzos y demás
enseres bajo las axilas. Nuestra calidad de vida había mejorado bastante, y los
visitantes a Sol no se iban de Madrid sin inmortalizarse caricaturizados por
unos de nosotros, con el oso y el madroño como telón de fondo.
Comenzamos a
trasnochar. Todo el mundo conocía nuestros respectivos sitios en la plaza. Pese
a eso, si se hacían más de las diez de la mañana y todavía no habíamos
aparecido por allí, Tony y su perrita Edna, que se ganaban el pan y el pienso dando
vueltas sobre sus narices a una pelota, una maza, o a cualquier cosa que su público
les pidiera, se encargaban de guardar nuestro sitio, ocupando el mayor ancho
posible de nuestras esquinas con sus pintorescos bártulos. No teníamos nada que
hacer por las noches. No teníamos televisión. Íbamos a los bares. Luego a los
pubs. Terminamos pisando asiduamente un Club de Striptease. El Gaslight. En
pleno centro, no muy lejos de Sol.
El Gaslight es un
antro. Pero sus mujeres son explosivas. Van y vienen como si tuvieran prisa por
algo. Si preguntabas a Ray por alguna de sus chicas que aquella noche echabas
en falta, lo más normal es que te contestara que ha dejado el club. Es un
trabajo pasajero el de bailar en tanga de hilo. Por norma general, la salida
más habitual para ellas es enganchar a un viejo separado y hacerle perder el
sentido con sus salvajes curvas. Enamorarlos hasta las trancas y voilà, vivir a su costa, casarse con
ellos y asegurarse así un porvenir fuera de tugurios como aquel.
Aquella noche
estábamos tomando unas copas. El Gaslight estaba medio vacío. Era ya tarde. Y
decir tarde en un lugar como aquel es muy tarde. Llevábamos toda la noche viendo a la chica nueva. Hacia algunas
semanas que no veníamos aquí, así que calculamos que no llevaría más de un par
de semanas bailando. No era ninguna experta. No miraba a su público. Se notaba
cierto pudor en sus descuelgues por la barra. Era nueva en esto. Yo me
preguntaba, mientras daba pequeños sorbos a mi copa y retorcía mi cuello en
dirección a ella, qué circunstancias vitales habrían llevado a una mujerona así
a terminar bailando semidesnuda para tipos como nosotros.
-
Daría cualquier cosa por tirarme a la nueva. Que tetas más bien
puestas –dijo Filippo. Comenzaba a desestabilizarse en el taburete. Era el tipo
de mujer por el que Filippo se pirraba.
Sabía que tarde o
temprano iba a proponerme que la conociéramos con mayor profundidad. El
siguiente paso era, como no, hablar con Ray. Ray es el dueño del Gaslight.
Fillipo y Ray no se llevan muy bien. En alguna ocasión, Ray ha tenido que echar
mano del responsable de seguridad del local para sacar a Filippo del mismo. Ray
no es santo de mi devoción, pero es un caballero, y nunca ha entrado en las
provocaciones de Filippo. Sin embargo, por una mujer así, estaba convencido que
mi amigo se tragaría su estúpido orgullo y acabaría suplicando a Ray un baile
privado a cargo de esa chica, a cambio de algunos billetes.
-
Deberíamos volver para casa. Mañana es sábado y deberíamos estar
frescos –dije dando un pequeño sorbo más. Comenzaba a arrastrar las palabras.
No quería que se nos fuera de madre la noche y tuve sensaciones contrapuestas
al observar a aquella chica. ¿Conocía aquel rostro? Veo mucha gente diferente a
diario y es imposible saberlo con exactitud. Su aspecto desprendía cercanía.
Se llamaba Lola.
Nos lo dijo justo antes de empezar nuestro espectáculo. Seguía sin mirar
demasiado nuestros rostros. De vez en cuando cruzaba una mirada conmigo.
Nuestros ojos se conectaban durante unos segundos para evitarse después,
mientras ella se contoneaba y yo daba sorbos ahora más grandes a mi copa. Filippo
no perdía ojo a la actuación. De vez en cuando soltaba algún sonido gutural
obsceno, ahogado por el elevado sonido ambiente del local.
-
¡Vamos Lola, demuestra lo que sabes hacer con ese cuerpo! –decía, al
mismo tiempo que su cabeza iba de arriba abajo, tratando de abarcar el cuerpo
completo de aquella chica.
Siempre decía lo
que pensaba. Filippo hacía cualquier cosa por llamar la atención de una bella
mujer, aunque, por regla general, no conseguía su propósito, sino más bien el
contrario.
Filippo va por la
ciudad sin dientes. Nadie se da cuenta, ya que consiguió una dentadura postiza
en el mercado negro. Yo pensaba que había mercado negro de casi todo, pero
cuando apareció por el apartamento con esa cosa en la boca y me contó cómo se
había hecho con una de estas, me sorprendió bastante. Había perdido los dientes
a causa del bruxismo. El suyo es nervioso, dice que a causa de quedar
abandonado por su madre a la “corta” edad de 12 años. Desde mi habitación
escucho cada noche el rechinar de sus dientes. Ya me he acostumbrado, pero al
principio, cuando compartíamos catre en las frías calles, nadie quería dormir
cerca de él. Su madre es italiana y su padre español. Vino al poco de quedarse
sólo en su Italia natal, en una infructuosa búsqueda de su padre. Pese a su
nombre y su marcado acento italiano, que podría llevar a engaño, es un hombre
enjuto, de aspecto desaliñado y pobladas cejas, con poca habilidad en lo que
respecta al trato con las mujeres.
-
Lola, cuéntanos tu historia –dijo Filippo, cuando Lola terminó su
espectáculo.
-
Porque os iba a contar ninguna historia. No sois más que dos salidos.
-
Todas lo hacen. Sabemos la historia de todas las chicas.
Un camarero
acababa de entrar en la sala. Traía las tres copas que habíamos pedido. Bueno,
que había pedido mi amigo. Quería alargar aquella agradable reunión.
-
No me pagan para contar historias. Si queréis escuchar historias os
habéis confundido de lugar. Además, termino mi turno justo ahora. Solo quiero
descansar –dijo Lola. Se mostraba enfadada por nuestro descaro, pero tuve la
impresión que sus movimientos relajados, como si se encontrara en una reunión
familiar, pedían alargar la noche. Quizá no quisiera volver a la pequeña
habitación que tiene alquilada, donde se siente sola, o volver a la cama junto
al desalmado que la maltrata y le buscó aquel trabajo. Nunca se sabe.
-
Pero a nosotros sólo nos interesan reales. Las historias de aquí, con
nombre y apellidos – dije yo.
Lola era una mujer
guapa. Tras decir aquellas palabras se quedó unos instantes mirándome. Su mirada
era fría. Se palpaba el infortunio en el iris de sus ojos. Pero estaba relajada.
Esbozó una ligera sonrisa y volvió a dirigirse a Filippo.
-
-¿Qué queréis saber que ya no conozcáis? Todas las chicas de aquí os
habrán contado historias similares –dijo mientras aceptaba el gin tonic que
Filippo le acercaba.
-
Cada historia es única. Cada chica tiene la suya y no se parecen
demasiado –dijo Filippo. Esto era totalmente cierto. Cada chica nos había contado
su historia, y todas diferentes.
Filippo estaba
creciéndose. Su aspecto había mejorado. No parecía llevar en el cuerpo la suma
considerable de alcohol que sí llevaba. Los dos íbamos borrachos y queríamos
que ella se nos uniera. Conseguimos que se sentase con nosotros en aquella sala.
Se cambió de ropa, aunque en realidad sólo tuvo que ponerse unos vaqueros
rotos, un sujetador y una blusa granate. Llevaba el chaquetón azul eléctrico en
la mano, que dejo apoyado sobre los asientos rojos de cuero, que sitian la
pequeña tarima, donde instantes antes bailaba desnuda para nosotros.
-
¿Qué quieren saber los caballeros? –dijo ella con tono socarrón. Se
miró en una de las paredes de la habitación, que está toda acristalada. Hizo
una mueca con los ojos y se atuso el pelo.
-
¿Por qué una mujer como tú termina trabajando en un lugar como este?
-
¿y por qué no? Necesito dinero. Eso es todo. Es temporal –su mirada
bajo unos segundos hacía su copa.
-
¿Por qué necesitas dinero? Nosotros podríamos ayudarte – dijo de nuevo
Filippo. Estaba ebrio y podía salir cualquier cosa de su boca.
-
¿Por qué ibais a hacerlo? No me conocéis– dijo Lola -. No aceptaría
vuestro dinero. Tampoco parecéis ningún par de empresarios forrados.
-
Somos un par empresarios –dijo Filippo excitado-. somos pintores de
mucho éxito.
-
¿Qué tipo de pintura hacéis?
-
Expresionista. Hacemos pintura expresionista –mintió Filippo-. Hemos
recorrido media Europa.
Filippo había
terminado con su copa. Seguía entusiasmado por llevar la conversación adelante.
Ella, de vez en cuando, lanzaba alguna mirada hacía mí. Ahora de una forma más
dulce que al principio, o eso me pareció. Parecía querer asegurarse que seguía
atento a todo aquello. Era una mujer inteligente, y así, vestida, me dio la
impresión de ser una persona de total confianza. Si mi vida hubiese corrido
peligro aquella noche, y mi supervivencia supusiese tomar una decisión entre mi
amigo y Lola, no hubiera tenido ningún tipo de duda en dejarla en las manos de
ella.
-
Voy al baño chicos–dijo Filippo-, esto todavía no ha terminado. Voy
por más copas.
Antes de abandonar
la sala, Filippo se tambaleó y sólo la moldura de la puerta freno una caída. Lola
y yo nos habíamos quedado a solas. Ahora ella me miraba directamente. Una fina
capa acuosa envolvía sus ojos. Sonreía mostrando sus dientes. El gin tonic
había relajado sus músculos de la frente y le había dado un tono rosado a sus
mejillas. Estaba preciosa.
-
Cuando vuelva, pídele que te haga su truco especial. Su truco de los
dientes. Él lo entenderá -dije yo. Me había acercado un poco de manera
inconsciente.
-
¿Qué nombre tiene un pintor expresionista como tú? –preguntó Lola de
manera directa.
-
No soy pintor expresionista. Ni siquiera sé que es eso. Ambos somos
pintores, pero hacemos otro tipo de pintura –di un sorbo a mi copa y miré sus
manos. Eran unas manos pequeñas y delicadas-. Digamos, más callejera.
-
Cuéntame más acerca de ti y ese truco de tu amigo italiano–dijo
acercándose ella también. Pegó su pierna a la mía.
-
No –dije jocosamente-. Somos nosotros quien preguntamos y tú quien
responde. Son las reglas del juego.
Filippo no volvió.
Para cuando alguien entro en la sala, Lola y yo habíamos dejado cualquier tipo
de dialogo oral. Nuestras lenguas ya no ayudaban a emitir ningún sonido
reconocible por el ser humano, sino que se chocaban y se entremezclaban entre
sí. Sabía que podía llegar hasta el final.
-
Tu amigo el italiano está en el baño –informó Ray, de malas maneras-.
Sácalo de aquí o lo sacaremos nosotros.
No era una
sugerencia. Fue una advertencia. No era la primera vez que Filippo acababa
vomitando en el baño, o peleando la mejor posición con algún cliente, en la que
poder ver de una forma más clara y sin obstáculos, el espectáculo central de la
noche. De hecho, creo que aquel tipo con traje asiduo al local, no ha vuelto
desde que la copa de vodka con limón de Filippo terminó estrellándose de forma
estentórea contra su cráneo.
La imagen era
desoladora, aunque nada nueva para mí. Hasta donde recuerdo, Filippo estaba
tirado sobre el sucio suelo, abrazado a la taza del váter. Esta vez no le había
dado tiempo, o simplemente no recordó que tenía que quitarse la dentadura
postiza antes de vomitar, con lo que tuve que rescatarla del retrete, mientras
ayudaba a mi amigo a ponerse en pie. Ya no habría truco con el que Filippo sorprendería
a Lola. Supe de inmediato, tras levantar a mi amigo del suelo y apoyarlo sobre
la pila, que la noche había terminado para nosotros.
Lola no se había
ido todavía. Estaba apoyada sobre la barra central, despidiéndose del barman. Por
lo que a mí respecta, había conseguido recomponer a Filippo como mejor pude,
limpiar sus vestimentas y ponerle de nuevo su dentadura postiza, una vez la
hube limpiado en la pila.
-
Me debes un truco especial –dijo Lola. Se dirigía a Filippo, pero me
miraba a mí, y tuve la sensación que esperaba a que yo dijera algo primero-. Tu
amigo me ha contado que haces algo muy especial con tus dientes. Espero verlo
algún día.
Mi amigo ya no
escuchaba. Su consciencia se había marchado a otro lugar. Quizá a su Italia
natal, o a la imagen del rostro de su desaparecido padre, que lleva en su
cartera, por si ve algún rostro masculino en Sol que coincida. Iba apoyado en
mi hombro para no caerse y apenas dirigió su mirada hacia Lola. Yo no supe que
decir y sus palabras me pillaron por sorpresa.
-
Espero que nos volvamos a ver, me debes una buena historia –acerté a
contestar a sus palabras-. Una historia real.
Salimos de nuevo
al frio de Madrid. Todo era mucho más tranquilo que cuando habíamos llegado a
la puerta del Gaslight. Anduvimos como dos borrachos, abrazados el uno al otro
para mantener el equilibrio. Filippo se puso a silbar, aunque la melodía era
indescifrable. El aumento de la temperatura corporal que había experimentado
con Lola me mantuvo caliente hasta llegar a mí cama. Allí pensé en ella. Había
sonreído al escuchar mis últimas palabras, antes de salir de forma precipitada
del local. Estaba deseando escucharla de nuevo, aunque no en el mismo sitio.
Seguro que tenía una historia interesante que contar.