El rey
Al otro lado de mi ventana todo es un poco más auténtico y un poco más sencillo. Los jóvenes se acurrucan en la oscuridad, delatados solo por sus voces y un puñado farolas moribundas. Los oigo conversar despreocupados. La ligereza de su felicidad es el peso de mi conciencia. Velo por ellos como un centinela. Al igual que las estrellas sobre sus cabeza. Los vigilo desde mi hogar como un dios olvidado. Ni siquiera sus padres los aman tanto. Yo me preocupo por todos, padres e hijos. Tal es el deber de un futuro rey. Incluso para uno tan enfermo como yo. La espera me desgasta. Mis manos suaves y vigorosas, tiemblan manchadas y nerviosas. El reflejo que encuentro en el cristal me devuelve el brillo de unos ojos oscuros y forma de una barbilla diminuta. Estoy prácticamente calvo de no ser por escasos cabellos largos que caen a los lados sosteniendo lo que queda de mi vanidad. Odio al viejo que soy. Aún queda mucho por hacer y un reino por cuidar.
Los coches giran en las esquinas sin hacer ruido. ¿Que pretenden? Traen lo que es mio. Uno se detiene. Mi corazón escucha. Una silueta desciende, se acerca. No, se aleja. La incertidumbre cesa y vuelvo a la vigilia estrechando mi cuaderno. En él está todo: mis apuntes y edictos, mis apellidos y la línea genealógica que une a las nobles dinastías griegas a mi persona. Soy el ultimo y único heredero. Cuando la reina muera, siglos de responsabilidad descansarán sobre la cabeza de este Carlos, el olvidado.
El doctor dice que el stress alimenta mis desvaríos. En ocasiones encuentro el palacio distinto, sucio y modesto, y el cuaderno lleno de cifras y garabatos, como los que haría cualquier dependiente aburrido entre cliente y cliente. Y es que los negocios van mal. La pensión de mi nobleza a penas llega para comprar la medicación y los libros de los que dependo para estar preparado. A las puertas mendigan más pobres que nunca y los rótulos de las tiendas se desvanecen como el valor de todo lo demás. Ahora la vida se compra o se vende en internet. Nadie hace o dice nada. El televisor, tampoco. No hay noticias sobre la reina y su accidentado velero. Se rompió el cuello o eso dijeron. Nada sobre mi reinado. Pobre muchacha, no recuerdo su cara. No es bueno alegrarse del mal ajeno. Un rey debe ser justo. Escribiré algunas bellas palabras para su funeral mientras aguardo al timbre y al heraldo; y al peso de mi deber, de mis súbditos y del mundo, como los jóvenes al beso bajo las farolas. Repaso la línea sucesoria, con mi nombre esta al final, con mi letra y mi autoridad. Carlos. Por un instante el renglón está vacío y a mi alrededor cajas y refrescos. ¿Soy tendero? No, no, no otra vez. No vacilaré. Soy el rey y mi reino está por llegar.
Gadiel Alvarez Lier.
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