martes, 14 de mayo de 2019



DON RAFAEL

¡Rafael! ¡Qué recuerdos me trae escuchar su nombre! Se refiera a quien sea siempre lo recuerdo a usted. 

Muchos le consideraron un vividor pero para mí fue un maestro. Nunca le vi trabajar pero le vi vivir. 

Era difícil comprender como usted había llegado a donde llegó. Empezando por su título de aparejador. No sé podía entender cómo una persona, a la que no veíamos  estudiar nunca nada y leer sólo el diario o novelas policíacas, hubiera tenido un título universitario. 

Lo pude intuir cuando nos explicó a los compañeros de trabajo su examen de dibujo en el primer curso de la universidad. Como tenía claro que no aprobaría nunca esa asignatura se buscó un enchufe con el examinador. Lo obtuvo a través de un titulado amigo de su padre y del que le examinaba. Aún así no se fiaba que le fueran a aprobar y por ello contrató a un delineante para que hiciera el dibujo por usted. ¡Que risas cuando nos contó como exclamó el profesor "vaya es la primera vez que me recomiendan a uno que sabe dibujar"!

Sí, fueron risas lo que más recibí de usted en aquellos primeros años de trabajo en la administración. Risas y olor a tabaco de los tres paquetes diarios que se fumaba.
No le costaba nada contar anecdotas de su vida. Nos dijo que, cuando acabó la carrera, trabajó unos años en la construcción de casas en el nuevo Loriguilla hasta que se fue a Málaga donde, según nos dijo, dejó de trabajar para empezar a vivir. 

Entendía usted por vivir el levantarse a las 10 para ir a desayunar con los clientes, para tomar un aperitivo o incluso ir a comer con ellos. Se podía entender de sus palabras que tras la comida se acababa el ajetreo. Vivió vendiendo pisos de Sofico Renta hasta que, con la crisis del petróleo, se descubrió la estafa y se quedó sin trabajo.

Usted fue de los que nació de pie. Su mujer, con título de abogada aún no estrenado, le trajo de nuevo a Valencia. Aquí ella se puso a ejercer en el bufete de su hermana. 

Pero un señor con su reputación no podía ser un mantenido siendo padre de tres hijos. Volvió a tocar los contactos necesarios para que, antes que vinieran cambios democráticos, pudiera obtener un puesto de "empleado público". Lo digo así para no usar la palabra trabajo relacionada con su desempeño profesional.

Era aún más incomprensible para sus compañeros que hubiese aprobado una oposición. Los enchufes tuvieron que trabajar mucho ya que un funcionario de un pueblo se empeñó en ganar la plaza que le habían creado para usted. Aquel osado no lo consiguió y yo solo puedo decir que me alegro mucho no haber tenido que estar en ese tribunal calificador.

Otros le criticaban en el despacho sin valorar el magnífico ambiente de trabajo que creaba. Siempre escuchabas una risa, un buen chiste y sus exageraciones del calibre "No hago más porque si me encargo yo os dejo a todos sin trabajo”.

Tenía usted la curiosa cualidad de poder decir las burradas que le apetecía a quien quería y hacerle reir con la ofensa. Con las compañeras era bien diferente. A ellas nunca las menospreciaba, era todo un caballero. Era machista, como los hombres de su época, pero educado. 

Fuera del trabajo, donde era el juerguista mayor, se dedicaba a tratar de seducir a cuantas más chicas -o no tan chicas- podía. Agradecía la compañía de los dos pipiolos recien llegados al despacho. Eramos un buen anzuelo para acercarse a ellas. Nunca me sentí utilizado ya que, con su colaboración, viví el período de vida de más éxito con las mujeres.

Fuera del despacho era la mejor compañía para divertirse. La máxima expresión se producía en fallas. Era usted el "alma mater" de una falla donde sus componentes nunca le dejaron ser ni presidente ni tesorero, pero era usted el que mandaba y decidía donde y como gastar el dinero. 

La falla era de la mínima categoría, pero las verbenas, el bar, las comidas y la fiesta era de primera categoría.

Participamos gustosos de su inventiva. Así, una vez, fuimos porteadores del féretro en el entierro ficticio de un fallero. Nos acompañaban otros falleros que daban desgarradores  gemidos de dolor por la pérdida. Este cortejo fúnebre llegó al puticlub del barrio donde intentamos entrar infructuosamente. Al final el muerto revivió en la puerta del puticlub y no dentro como pretendíamos.

Fue una pérdida que lo trasladaran al laboratorio del área de carreteras. Allí descubrió nuevos compañeros que lo quisieron aún más que nosotros. En el despacho fui yo quien le echó mucho de menos.

Al menos seguimos viéndonos. Los dos pipiolos con su maestro salíamos de cena y copas o quedábamos para unas partidas de poker donde siempre nos ganaba. Tengo muy viva en mi memoria la imagen suya saliendo al balcón de mi casa una la noche gritando: "¡Policía, vengan a detenerme. Estoy robando a mis amigos!". Desde aquella noche nuestras partidas fueron con fotocopias de billetes.

El tiempo pasó y un día sin avisar, cuando estaba por llegar el esperado momento de su jubilación, nos abandonó. Me gusta pensar que decidió que su vida había sido un jubileo y no necesitaba ninguna fiesta más. Ya las había vivido todas. No le traigo flores. Traigo la petaca de whisky para brindar por mi maestro. Como usted lo habría deseado. 

José Luis Romero

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