miércoles, 8 de mayo de 2019


Para que llore yo, lloras tú.

por Juan Cisneros "El abejaruco viejo"


¿Sabemos educar en la frustración? ¿En la desilusión? ¿En la pérdida? ¿Queremos hacerlo?
Esta pasada Nochevieja mis amigos y yo, todos con niños de entre cuatro y diez años, decidimos disfrazarnos y para animar más la fiesta, además decidimos hacer un concurso de disfraces. Yo me ofrecí a modelar unos premios en plastilina de colores del tipo que se endurece al aire. Al verme modelarlos mi hija me dijo que ella también quería hacer uno y se puso a modelar conmigo. Como su trofeo le salió medianamente bien, decidí que fuera el premio para el mejor disfraz infantil. Cuál fue mi sorpresa cuando a la hora de otorgar el premio, la hermana de un amigo mío, madre de dos criaturas encantadoras se negó a que ese premio al mejor disfraz infantil se entregara y me lo anularon. “Si no hay un premio para cada niño nada” me dijo.
Me cuesta y mucho ver la utilidad y los aspectos positivos de esa forma de actuar, de esta forma de educar. ¿Si no hay premio para todos nada? Ella es profesora y yo no, pero hay varias cosas que tengo claras por pura lógica y por tener una niña de diez años. Si hoy nadie discute que lo que aprendemos en la infancia marcará nuestra vida adulta, si es la infancia el período de vida más propicio que existe para aprender de todo incluida la inteligencia emocional, si a escribir se prende escribiendo, a ir en bici se aprende pedaleando y a jugar al fútbol se aprende chutando ¿por qué empeñarnos en mostrar a nuestros hijos un mundo de Yupi inexistente si donde van a vivir es en la realidad?
Recuerdo perfectamente a mi padre en un millar de ocasiones soltarme aquello de “hay que saber ganar y hay que saber perder”. Yo no recuerdo cuándo me enseñaron a perder porque no lo hicieron. Ni me lo enseñaron, ni lo evitaron, ni a mí ni a ningún otro niño que yo conociera. Mi padre sin ir más lejos me daba unas palizas de campeonato a todo. Tuve que perder primero para aprender a sobrellevarlo, hasta que al final, con la madurez emocional, aparece aquello de llevarlo con deportividad. O eso o te estimula a mejorar porque quieres ganar y eso hace que te esfuerces por conseguirlo. Pero si nunca pierdes en nada, a qué te vas a esforzar.
Una profesora de mi hija mucho más veterana que la hermana de mi amigo, me dijo una vez que los padres no estamos para quitar las piedras del camino, sino para si se caen, enseñarles a levantarse. Mi hija tenía en aquél entonces apenas cinco años. A lo largo de toda mi vida mi madre siempre ha repetido una y otra vez que lo más difícil que hay en el mundo es educar y por lo que observo en demasiadas ocasiones ese va a ser el problema.
Si educar es difícil implica que educar requiere esfuerzo, mental y físico, es una batalla constante entre el que quiere crecer y el que debe hacer crecer y creo que ese esfuerzo es el que los padres de hoy día no estamos dispuestos a soportar. En televisión un psicólogo infantil en la presentación de su libro vino a decir que, si los hijos eran una planta, los padres somos el muro contra el que deben chocar y apoyarse para poder crecer hacia arriba y hacerse grandes y fuertes. Hoy en día creo que está más de moda hacerle un agujero al muro para evitar conflictos y así que pase la planta por donde quiera y una vez rebasado el muro, que la planta haga lo que mejor le parezca.  
Impera la ley del mínimo esfuerzo para todo. Nos trae menos problemas mantener a nuestros hijos en el mundo de “nunca perder” que enseñarles a aceptar que no han ganado. En mi opinión eso es como quitarse el marrón de encima: “que lo eduque el mundo real”. “Déjale jugar a la play y así no nos molesta”
Hoy en día parece que aceptar el hecho de que los niños lloran y deben llorar fuese algo malo para ellos. Veo en muchas ocasiones pasar a los padres por situaciones ridículas que no tienen otro objetivo que el de no escuchar llorar a sus hijos. En mi opinión eso es primar el confort mental (que no físico) del padre/madre, sin pensar en qué es mejor para el niño o la niña.  Es como no enseñarle a patinar porque puede caerse cuando curiosamente, aquellos que profesan esa forma de verlo, han aprendido así y están orgullosos de ello. Cuántas veces le habré dicho a mi hija y a algún sobrino que otro: “llora, llora, que de eso no se ha muerto nadie”. Frustración, dolor, pérdida, miedo, desilusión, son emociones que provocan llanto, pero con las que estamos destinados a convivir. Racionémoslas, de acuerdo, pero no las eliminemos de la educación.
Por no verlo todo con el filtro negativo debo admitir que no somos tan malos educadores, solo somos peores que los que nos educaron a nosotros y creo que eso es así por una única razón, hemos bajado el nivel de firmeza y con él, el de la disciplina y con ambos hemos dejado de anteponer el futuro de nuestros hijos, al sofá de nuestro cerebro.
Parafraseando una vez más a mi madre, ella me decía con muy buen tino: para que llore yo (mañana), lloras tú (hoy). Siempre me lo dijo pensando en mi futuro, a una edad tan temprana que ni me daba cuenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario