Para que llore yo,
lloras tú.
por Juan Cisneros "El abejaruco viejo"
¿Sabemos educar en la frustración? ¿En la desilusión? ¿En la
pérdida? ¿Queremos hacerlo?
Esta pasada Nochevieja mis amigos y yo, todos con niños de
entre cuatro y diez años, decidimos disfrazarnos y para animar más la fiesta,
además decidimos hacer un concurso de disfraces. Yo me ofrecí a modelar unos
premios en plastilina de colores del tipo que se endurece al aire. Al verme
modelarlos mi hija me dijo que ella también quería hacer uno y se puso a
modelar conmigo. Como su trofeo le salió medianamente bien, decidí que fuera el
premio para el mejor disfraz infantil. Cuál fue mi sorpresa cuando a la hora de
otorgar el premio, la hermana de un amigo mío, madre de dos criaturas encantadoras
se negó a que ese premio al mejor disfraz infantil se entregara y me lo
anularon. “Si no hay un premio para cada niño nada” me dijo.
Me cuesta y mucho ver la utilidad y los aspectos positivos de
esa forma de actuar, de esta forma de educar. ¿Si no hay premio para todos
nada? Ella es profesora y yo no, pero hay varias cosas que tengo claras por
pura lógica y por tener una niña de diez años. Si hoy nadie discute que lo que
aprendemos en la infancia marcará nuestra vida adulta, si es la infancia el período
de vida más propicio que existe para aprender de todo incluida la inteligencia
emocional, si a escribir se prende escribiendo, a ir en bici se aprende
pedaleando y a jugar al fútbol se aprende chutando ¿por qué empeñarnos en
mostrar a nuestros hijos un mundo de Yupi inexistente si donde van a vivir es
en la realidad?
Recuerdo perfectamente a mi padre en un millar de ocasiones
soltarme aquello de “hay que saber ganar y hay que saber perder”. Yo no
recuerdo cuándo me enseñaron a perder porque no lo hicieron. Ni me lo enseñaron,
ni lo evitaron, ni a mí ni a ningún otro niño que yo conociera. Mi padre sin ir
más lejos me daba unas palizas de campeonato a todo. Tuve que perder primero
para aprender a sobrellevarlo, hasta que al final, con la madurez emocional,
aparece aquello de llevarlo con deportividad. O eso o te estimula a mejorar
porque quieres ganar y eso hace que te esfuerces por conseguirlo. Pero si nunca
pierdes en nada, a qué te vas a esforzar.
Una profesora de mi hija mucho más veterana que la hermana
de mi amigo, me dijo una vez que los padres no estamos para quitar las piedras
del camino, sino para si se caen, enseñarles a levantarse. Mi hija tenía en
aquél entonces apenas cinco años. A lo largo de toda mi vida mi madre siempre
ha repetido una y otra vez que lo más difícil que hay en el mundo es educar y
por lo que observo en demasiadas ocasiones ese va a ser el problema.
Si educar es difícil implica que educar requiere esfuerzo,
mental y físico, es una batalla constante entre el que quiere crecer y el que
debe hacer crecer y creo que ese esfuerzo es el que los padres de hoy día no estamos
dispuestos a soportar. En televisión un psicólogo infantil en la presentación
de su libro vino a decir que, si los hijos eran una planta, los padres somos el
muro contra el que deben chocar y apoyarse para poder crecer hacia arriba y
hacerse grandes y fuertes. Hoy en día creo que está más de moda hacerle un
agujero al muro para evitar conflictos y así que pase la planta por donde
quiera y una vez rebasado el muro, que la planta haga lo que mejor le parezca.
Impera la ley del mínimo esfuerzo para todo. Nos trae menos problemas
mantener a nuestros hijos en el mundo de “nunca perder” que enseñarles a
aceptar que no han ganado. En mi opinión eso es como quitarse el marrón de
encima: “que lo eduque el mundo real”. “Déjale jugar a la play y así no nos
molesta”
Hoy en día parece que aceptar el hecho de que los niños
lloran y deben llorar fuese algo malo para ellos. Veo en muchas ocasiones pasar
a los padres por situaciones ridículas que no tienen otro objetivo que el de no
escuchar llorar a sus hijos. En mi opinión eso es primar el confort mental (que
no físico) del padre/madre, sin pensar en qué es mejor para el niño o la niña. Es como no enseñarle a patinar porque puede
caerse cuando curiosamente, aquellos que profesan esa forma de verlo, han
aprendido así y están orgullosos de ello. Cuántas veces le habré dicho a mi
hija y a algún sobrino que otro: “llora, llora, que de eso no se ha muerto
nadie”. Frustración, dolor, pérdida, miedo, desilusión, son emociones que
provocan llanto, pero con las que estamos destinados a convivir. Racionémoslas,
de acuerdo, pero no las eliminemos de la educación.
Por no verlo todo con el filtro negativo debo admitir que no
somos tan malos educadores, solo somos peores que los que nos educaron a
nosotros y creo que eso es así por una única razón, hemos bajado el nivel de firmeza
y con él, el de la disciplina y con ambos hemos dejado de anteponer el futuro de
nuestros hijos, al sofá de nuestro cerebro.
Parafraseando una vez más a mi madre, ella me decía con muy
buen tino: para que llore yo (mañana), lloras tú (hoy). Siempre me lo dijo
pensando en mi futuro, a una edad tan temprana que ni me daba cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario