MURMULLOS
-Murmuro sí, murmuro. Y tú ahí durmiendo como todas las tardes. Aprovecho
para hacerlo en tu siesta, para no despertarte. ¡Cómo no voy a murmurar! tengo
que quejarme pero no quiero que te enteres. No es que me importe mucho. Entre
lo poco que oyes y lo rápido que lo olvidas podría hablarte a gritos que no
pasaría nada. Murmurar me sirve para descargar y tengo una edad en la que ya me
importa hablar sola.
Mira donde nos ha metido tu hijo para librarse de nosotros este mes de
agosto. Entiendo que quiera disfrutar de las vacaciones y de los hijos, pero
mandarnos a una playa... digo lo de playa porque está junto al mar y se puede
acceder a pie... ¡Menudo pedregal! No hay un grano de arena cerca de la costa.
Esta urbanización es un lujo. Un par de tiendas de alimentación, 4 bares y
todo lo demás apartamentos. Ni una sola tienda si no te vas hasta el pueblo. A
escasamente tres kilómetros de distancia. Vamos un lugar de lo más divertido.
Tu nuera seguro que le convenció para que nos mandase a esta
"recóndita" playa de este "recóndito" pueblo de la
provincia de Castellón. Ella con tal de ahorrarse dinero lo que haga falta.
De todas formas hace buena pareja con tu hijo. No quisiste que fuera solo
uno, que con un varón ya tenemos sucesor para la empresa. Pues ¡toma! para
sustituir a un jefe duro sale una versión corregida y aumentada. ¡La de
empleados que me han dicho que te echan de menos! Aunque si tuvieras que mandar
con esa memoria ya habríamos quebrado.
No me parece nada bonito que nos quiten de en medio de esta forma y más aún
después de tu ictus. Vale que el apartamento está perfectamente equipado, que
vienen dos días por semana a limpiar. Que encargamos la compra y nos la traen.
Pero tengo la sensación de estar en una cárcel. Aunque la condena sea sólo de un
mes.
-¿Qué murmuras? -dijo Juan al despertar-
-Estaba comentándome lo bonita que es esta playa –dije con
sorna no disimulada-
-Mujer, bonita no es ¿Pero dónde íbamos a encontrar una
playa con tan poco gente para estar tranquilos y junto al mar?
Me
quedé mirándolo. No sabía cómo decirle que esta misma mañana había estado
quejándose de la playa. Mejor no le contesto, prefiero que este de buen humor.
-Me alegro que te despiertes de tu siesta con buen humor.
¿Has pasado frío?
-No cariño, con esta sabana he dormido la mar de bien.
¿Salimos a dar un paseo?
-Aún no, hace demasiado sol y no es bueno para tu piel ni
para mi catarro.
-¿Estás acatarrada? El sol es bueno para el catarro.
-Juan, tengo el catarro de sudar. Y te recuerdo que me
constipé el primer día que llegamos arrastrando tu silla de ruedas por la tarde
con toda la solana.
-Pero si llegamos ayer.
¿Debía callar o corregirle? Esta
vez callaré, ya le corregí lo mismo toda la semana que llevamos aquí. Me quedé
mirándolo. Cuando estaba de un humor aceptable aún conservaba la belleza del
hombre del que me enamoré.
-¿Quieres tomar algo mientras esperamos el atardecer?
-No necesito nada ahora. Me siento bien aquí. Con el aire
fresco en la cara.
Me
sorprendía que no se quejase. Le tenía que haber sentado bien la siesta. Estaba
encantada que se hubiese olvidado de lo que había comido hoy. Nunca quiere
comer cosas sanas y ahora, con ayuda de los médicos, le obligo a que coma bien.
Si
mi marido odia alguna comida esa es el hervido. Siempre me dice que es una
forma de matar el sabor, de desgraciar los alimentos. Hoy quería que invitáramos
a su neurólogo a comer hervido. Me dijo que quería verle la cara que pondría al
comer la bazofia que le obligaba a comer a él.
Traté
de convencerle que era la mejor comida para su cuerpo. Le dije lo importante
que era alimentar las células del cuerpo porqué solo bien alimentadas pueden
hacer su trabajo y, como solía hacer en los momentos de lucidez en los que era
realmente brillante, me respondió: "Las células no trabajan, sólo hacen su
función. ¿Acaso tú sientes que estás trabajando cuando haces tu función?"
Me dejó sin palabras. Era cierto, le damos valor a las palabras y pensamos que
todo trabaja ya que nosotros trabajamos.
Luego
se levantó y él solo llegó a la chaise longue para acostarse. Fui yo a
arroparle con la sábana -con una resfriada en casa hay bastante- y se durmió
enseguida. Si supiera lo bien que le sienta en todos los sentidos el hervido,
no se quejaría tanto de él.
Mientras
se volvía adormecer yo sonreí. Me di cuenta porque hacía tiempo de la última sonrisa.
Me sentía mucho mejor- Pensé que habrían sido las palabras de Juan expresadas
desde la tranquilidad y el bienestar las que me habían aportado a mí esa
sensación. Empezó a roncar suavemente y aproveché para sentarme cerca de él y
volver a murmurar.
Esta
vez quería murmurar de otra forma quería que fuera un murmullo. ¡Hay que ver el
distinto valor que le damos a las palabras murmurar y murmullo! Quería decirle
a Juan en voz baja las mismas cosas de antes pero desde otro punto de vista.
-Te cuento todo esto en el mejor
momento del día cuando dormitas en la terraza con la brisa del mar. En este
apartamento que nos consiguió nuestro hijo. Yo que pensaba que nos aparcaba
para pasar el verano tranquilo con la mujer y los hijos. La verdad es que ahora
estoy contenta de estar en esta playa perdida de un pueblo perdido de la costa
de Castellón.
Manuel hizo bien en escuchar su
mujer. Nos mandó a un apartamento en una playa de piedras como puños donde es difícil
alcanzar la orilla. Seguro que le costó barato. ¿Pero dónde íbamos a encontrar
una playa con tan poco gente para estar tranquilos y junto al mar? Además, con
tu ictus no íbamos a bañarnos en la playa.
Tu hijo te ha superado. Bien
sabes que me hubiera gustado tener más pero estoy contenta con lo que
tengo. Lo educaste para que fuera el
jefe de la empresa que tú le ibas a dejar. Ahí lo tienes. Más eficaz y más
práctico que tú. Nos dejó a los viejos colocados en un apartamento para
disfrutar de unas vacaciones de verdad con su familia pero no dejo al aire los
detalles. El apartamento está perfectamente equipado. Vienen
dos días por semana a limpiar. Encargamos la compra por teléfono y nos la traen.
Yo pensaba que no las tendría pero
me he dado cuenta que si las quiero las tengo. Estas tardes mientras duermes en
la terraza, a la sombra y sintiendo el arrullo del aire son mis vacaciones.
Aquí puedo murmurarte palabras
sabiendo que no me escucharás entre lo poco que oyes y lo dormido que estás.
Siempre murmuro, pero en la tarde el aire del mar me murmura a mí también. Como
si hablase conmigo.
Tu presencia lo ocupa todo ahora
porque he de cuidarte todo el día. Pero cuando estás bien ya no siento que esté
trabajando. Siento que cumplo mi función.
José Luis Romero
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