COBARDÍA
El día que entré a trabajar en
ese colegio pensé, cuando la criticaban, que no eran justos. Debía de ser muy
difícil dirigir un colegio, tanto padre exigiendo lo mejor para sus hijos, un
montón de papeleo con el que lidiar, un problema, al menos, cada día. Qué fácil
es criticar, cuando termina tu jornada, te vas a casa y al día siguiente más.
Menuda panda de vagos deben de ser todos estos, me atreví a juzgar.
Aquel día, después de muchos días
como ese, lo tuve claro. O conseguía escapar o jamás recuperaría mi dignidad,
esa que había perdido al someterme a su osadía, su prepotencia y su hipocresía.
De verdad que lo intenté, que traté de hacerle ver que ese no era el mejor
camino, que había otras maneras. Juro que procuré darle cariño, pero sólo recibí
golpes, cada vez más fuertes. Todo el mundo la criticaba, nadie parecía
entenderla. Al principio me daba pena, al final asco.
Entré en su despacho para recibir
de nuevo sus ofensas. Otra vez ese olor a pescado podrido mezclado con su
perfume, y ver su cara brillante y coloreada con esa cicatriz rara y difuminada,
no recuerdo muy bien en que parte de su cara. Allí estaban esperándome algunos
de mis compañeros, su marido (una marioneta boba, que daba casi más asco que
ella), y la bruja malvada. El ambiente iba caldeándose:
- - Pero les dijimos a sus padres que le ayudaríamos
en todo lo que hiciera falta.
- - Tenemos más niños en el colegio.
- - Ya, pero…
- - Pero nada.
- - Les prometimos que…
- - Yo no he prometido nada.
- - Sin ayuda, Javi no puede seguir la clase, ni
hacer los exámenes...
- - Que se joda.
“¿Qué se joda?, ¿ha dicho que se
joda?, ¿he oído bien?”. La frase retumbaba en mi cabeza y sentí como si me
clavaran una flecha en el corazón. “Qué se joda”. Como si no fuera bastante
jodido ya tener todas esas dificultades y esos problemas para relacionarse con
los demás niños.
- - Entonces no puedo poner en su informe que…
- - Tú pondrás en el informe lo que haga falta.
- - No puedo hacer eso.
- - Claro que puedes.
No sé cómo lo dije.
- - No voy a hacer eso- dije con la boca pequeña.
Esa frase inmovilizó a los allí
presentes, y su cara redonda y sudorosa me miró con rabia. “¿Cómo osaba a
llevarle la contraria?”
- - Pues tendrás que atenerte a las consecuencias.
No contesté. Entonces, dirigiéndose
al resto de compañeros que había en el despacho, no recuerdo cuántos eran, dos,
tres…, preguntó:
- - ¿Quién no está dispuesto a hacer lo que yo le
diga, por el bien del colegio?
Nadie contestó.
- - El que no esté dispuesto a pelear por el colegio
que lo diga ahora mismo.
No volví a abrir la boca. Un
calor escalofriante se apoderó de mí. Mi corazón empezó a latir a gran
velocidad. Quería salir de allí.
- - ¿Algo que añadir?
Ni un suspiro. “Panda de cobardes”,
pensé incluyéndome entre ellos.
- - Pues voy a seguir trabajando que tengo muchas
cosas que hacer, cosa que, al parecer, vosotros no.
Y en procesión, con la cabeza
gacha, empezamos a salir. Yo iba la última.
- - Y que nadie tenga que darte las gracias por
nada- añadió en tono amenazante cuando salíamos de aquel endemoniado despacho-
En todo caso tendrían que dámelas a mí.
Al salir, todos la criticaban. Yo
no quise participar. Me fui. Me llamaron, pero no me giré. Uno de mis
compañeros me siguió y me dijo:
- - Lo siento, pero ya sabes…
No le miré. Seguí andando.
En cuanto reuní el valor
suficiente, dejé atrás aquel maldito lugar, y entonces recuperé mi libertad, aunque
tardé algunos años. Me costó una operación de espalda, muchas horas de trabajo
invisible, remordimiento, tiempo que no dediqué a quien quería, mucho
sufrimiento. Todavía quedan secuelas de aquellos años secuestrada. Hace poco me
enteré de que la mayoría de mis compañeros de entonces, ya no seguían allí. Me
alegré por ellos y me sentí ganadora. Pero no consigo sentirme bien, todo lo
bien que me gustaría.
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