jueves, 2 de mayo de 2019


No hay brazos no hay galletas
 por Juan Cisneros

Para mayor gloria de la libertad de expresión, las palabras límite y humor nunca deberían estar juntas en la misma frase. ¿Hay alguien autorizado a poner límites al humor? ¿Qué diferencia hay entre “limitar” el humor y “censurar” el humor? Broma, burla, caricatura, exageración, nos hacen gracia porque siempre se han basado en lo mismo, en realces humorísticos de los defectos más evidentes de una persona, sociedad, cultura, religión o lo que sea. Si no somos capaces de reírnos de nosotros mismos y de otros, que son nuestro reflejo, mal vamos. ¿Imaginan un mundo sin caricaturas? ¿Se han parado a pensar fríamente qué son las caricaturas? ¿No podemos burlarnos de la idiotez? ¿No podemos reírnos del machista? ¿Del feminista? ¿De la religión? ¿No podemos parodiar la homosexualidad? ¿Y la heterosexualidad? ¿Y si es el idiota el que parodia la idiotez? ¿Él puede y yo no?
La respuesta es que no podemos excepto que no temamos ser crucificados.
Creo que el debate sobre los límites del humor existe porque existen las redes sociales.  Antes de que existieran éramos nosotros mismos los que teníamos el control de la audiencia. Antes, se contaban chistes crueles, racistas, machistas o neutros indistintamente, pero en un entorno controlado de audiencia conocida y que, por tanto, también estaba controlada. Y desde luego era considerado humor del bueno. El sentido del humor expresado en cada lugar era acorde al lugar y la audiencia en los que se expresaba. Lo peor que podía ocurrir si errabas el tiro era que se te podía dejar de hablar en un pequeño grupo, o sencillamente se te tachaba de “tener poca gracia” o “mal gusto”. Además, si alguien contaba tu chiste en otro lugar, el único culpable era ese alguien. No hubiera servido de nada excusar un mal chiste en casa con la frase: es que me lo ha contado Pedrito en el trabajo, enfadaros con él no conmigo. Tú eras el responsable de lo que compartías.
Las redes sociales cambian esto de forma radical. Para el humor, presentan un problema complejo. Para mí es evidente que en cuanto tenemos presencia en redes, tenemos una imagen pública, un “yo público” que como todos sabemos tiene poco o nada que ver con el “yo auténtico”. ¿Qué problema tiene esto? Que nuestro yo privado puede aceptar en la intimidad el hecho de que un gag de humor “xxxista” le haga reír a mandíbula batiente, y de hecho lo hace, PERO nuestro yo en redes, jamás lo admitirá. Es más, si puede, ante el mismo chiste, atacará con ferocidad, para demostrar a todo el mundo que detesta el “xxxismo”. Aunque una gracia te haga gracia en privado, tu yo público, antepone siempre el temor a la exclusión o a la crítica MUNDIAL y por tanto se adhiere a la corriente de opinión favorable, sin pensar demasiado. Además, es lógico, ya que, por desgracia, las consecuencias de tu osadía pública tienen reflejo en tu “yo auténtico”.
El humor hoy es víctima del borrego dictatorial que, como el hígado, todos tenemos uno dentro, pero nunca tuvimos un escaparate donde exhibirlo. Si no me creen, lean las reacciones que ha suscitado el comentario (en mi opinión de gusto deplorable) del humorista de la Cadena Ser, David Suárez. Palabras como denuncia, prohibición, censura, despido, exigir, descalificación… Se hace leña del árbol caído en mi opinión, de forma completamente inmerecida. Quizá sea que últimamente la gente confunde humor con ideología. El humor no define mentalidades, la ideología sí. Una parida racista, no te convierte en racista. Si equiparáramos humor con la ideología no podríamos ni mirarnos al espejo. Yo concretamente habría sido en muchos momentos de mi vida lo peor de lo peor de lo detestable. No cometamos el error de calificar a la persona por el humor que profesa, porque si lo hacemos, ese límite será muy difícil de salvar y acabaremos por cargarnos le humor o peor aún, conseguiremos hacerlo clandestino.
Todo el revuelo alrededor de ese tweet tiene un regusto rancio de tiempos pretéritos y soy más partidario de avanzar que de volver hacia atrás. Pero sean sinceros, mírense dentro y díganme si no se adhieren al “se lo merece” mayoritario. ¿Qué diría su yo público en público? ¿Se expresaría como un dictador? ¿Y su yo privado? ¿Lo suavizaría quizá admitiendo que con un rapapolvo de su jefe y una disculpa pública hubiera sido suficiente? ¿Y qué diría usted en público si tuviera un perfil ficticio que le confiriera el anonimato total?
Tengo bastante claro que los límites del humor los ponen los mismos de siempre, aquellos que reciben el humor, es decir los oyentes, los receptores, son ellos juez y parte porque recordemos que esto del humor es completamente cultural, social y subjetivo. Pero aparte de ese, el emisor, el creador no debería tener nunca límites. Él se arriesga a que su humor no sea entendido, o no sea compartido y ese es y debe ser su único límite y también debería ser su única consecuencia.
Siempre ha habido tontos y listos, guapos y feos, tartamudos, gays, lesbianas, mariquitas, abuelos, tullidos y minusválidos y siempre los habrá, seamos capaces de admitirlo con normalidad o no.
Sueño con un mundo como el de antes donde podías contar cómo Jaimito mataba a su abuelo robándole la botella de oxígeno para un trabajo de clase y nadie te llamaba asesino. Un mundo en que los hombres no sabíamos aparcar porque confundíamos 20 cm con media pulgada y a nadie le parecía un comentario despectivo. Sueño con un mundo en el que, terminabas una frase con un “sin brazos, no hay galletas” y a ninguna asociación se le ocurría ir a un juzgado a denunciarte. Un mundo en el que los gangosos eran los más inteligentes del bar, los borrachos llamaban al timbre apremiando a quien les contentara que bajara a ver si era su marido y a nadie le parecía que fuera un desprecio hacia una enfermedad. Un mundo normal donde un inglés un francés y un español competían por hacer la mayor burrada imaginable y a nadie le parecía xenofobia. Un mundo donde dos se encontraban en medio de la selva cargando con un yunque y una cabina telefónica y a nadie le podría parecer una crítica intolerable a las personas de coeficiente intelectual bajo.
Cuando volvamos a llegar a eso, entonces y sólo entonces podremos hablar de humor sin límites que creo que es lo mejor que le puede pasar al mundo.

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