No hay brazos no hay galletas
por Juan Cisneros
Para mayor gloria de la libertad de expresión, las palabras límite y humor
nunca deberían estar juntas en la misma frase. ¿Hay alguien autorizado a poner
límites al humor? ¿Qué diferencia hay entre “limitar” el humor y “censurar” el
humor? Broma, burla, caricatura, exageración, nos hacen gracia porque siempre
se han basado en lo mismo, en realces humorísticos de los defectos más
evidentes de una persona, sociedad, cultura, religión o lo que sea. Si no somos
capaces de reírnos de nosotros mismos y de otros, que son nuestro reflejo, mal
vamos. ¿Imaginan un mundo sin caricaturas? ¿Se han parado a pensar fríamente qué
son las caricaturas? ¿No podemos burlarnos de la idiotez? ¿No podemos reírnos
del machista? ¿Del feminista? ¿De la religión? ¿No podemos parodiar la homosexualidad?
¿Y la heterosexualidad? ¿Y si es el idiota el que parodia la idiotez? ¿Él puede
y yo no?
La respuesta
es que no podemos excepto que no temamos ser crucificados.
Creo que el
debate sobre los límites del humor existe porque existen las redes sociales. Antes de que existieran éramos nosotros mismos
los que teníamos el control de la audiencia. Antes, se contaban chistes crueles,
racistas, machistas o neutros indistintamente, pero en un entorno controlado de
audiencia conocida y que, por tanto, también estaba controlada. Y desde luego
era considerado humor del bueno. El sentido del humor expresado en cada lugar
era acorde al lugar y la audiencia en los que se expresaba. Lo peor que podía
ocurrir si errabas el tiro era que se te podía dejar de hablar en un pequeño
grupo, o sencillamente se te tachaba de “tener poca gracia” o “mal gusto”.
Además, si alguien contaba tu chiste en otro lugar, el único culpable era ese
alguien. No hubiera servido de nada excusar un mal chiste en casa con la frase:
es que me lo ha contado Pedrito en el trabajo, enfadaros con él no conmigo. Tú
eras el responsable de lo que compartías.
Las redes
sociales cambian esto de forma radical. Para el humor, presentan un problema
complejo. Para mí es evidente que en cuanto tenemos presencia en redes, tenemos
una imagen pública, un “yo público” que como todos sabemos tiene poco o nada
que ver con el “yo auténtico”. ¿Qué problema tiene esto? Que nuestro yo privado
puede aceptar en la intimidad el hecho de que un gag de humor “xxxista” le haga
reír a mandíbula batiente, y de hecho lo hace, PERO nuestro yo en redes, jamás
lo admitirá. Es más, si puede, ante el mismo chiste, atacará con ferocidad,
para demostrar a todo el mundo que detesta el “xxxismo”. Aunque una gracia te
haga gracia en privado, tu yo público, antepone siempre el temor a la exclusión
o a la crítica MUNDIAL y por tanto se adhiere a la corriente de opinión
favorable, sin pensar demasiado. Además, es lógico, ya que, por desgracia, las
consecuencias de tu osadía pública tienen reflejo en tu “yo auténtico”.
El humor hoy es
víctima del borrego dictatorial que, como el hígado, todos tenemos uno dentro,
pero nunca tuvimos un escaparate donde exhibirlo. Si no me creen, lean las
reacciones que ha suscitado el comentario (en mi opinión de gusto deplorable)
del humorista de la Cadena Ser, David Suárez. Palabras como denuncia,
prohibición, censura, despido, exigir, descalificación… Se hace leña del árbol
caído en mi opinión, de forma completamente inmerecida. Quizá sea que últimamente
la gente confunde humor con ideología. El humor no define mentalidades, la ideología
sí. Una parida racista, no te convierte en racista. Si equiparáramos humor con la
ideología no podríamos ni mirarnos al espejo. Yo concretamente habría sido en muchos
momentos de mi vida lo peor de lo peor de lo detestable. No cometamos el error
de calificar a la persona por el humor que profesa, porque si lo hacemos, ese
límite será muy difícil de salvar y acabaremos por cargarnos le humor o peor
aún, conseguiremos hacerlo clandestino.
Todo el
revuelo alrededor de ese tweet tiene un regusto rancio de tiempos pretéritos y
soy más partidario de avanzar que de volver hacia atrás. Pero sean sinceros,
mírense dentro y díganme si no se adhieren al “se lo merece” mayoritario. ¿Qué
diría su yo público en público? ¿Se expresaría como un dictador? ¿Y su yo
privado? ¿Lo suavizaría quizá admitiendo que con un rapapolvo de su jefe y una
disculpa pública hubiera sido suficiente? ¿Y qué diría usted en público si tuviera
un perfil ficticio que le confiriera el anonimato total?
Tengo
bastante claro que los límites del humor los ponen los mismos de siempre, aquellos
que reciben el humor, es decir los oyentes, los receptores, son ellos juez y
parte porque recordemos que esto del humor es completamente cultural, social y
subjetivo. Pero aparte de ese, el emisor, el creador no debería tener nunca
límites. Él se arriesga a que su humor no sea entendido, o no sea compartido y
ese es y debe ser su único límite y también debería ser su única consecuencia.
Siempre ha
habido tontos y listos, guapos y feos, tartamudos, gays, lesbianas, mariquitas,
abuelos, tullidos y minusválidos y siempre los habrá, seamos capaces de
admitirlo con normalidad o no.
Sueño con un
mundo como el de antes donde podías contar cómo Jaimito mataba a su abuelo
robándole la botella de oxígeno para un trabajo de clase y nadie te llamaba
asesino. Un mundo en que los hombres no sabíamos aparcar porque confundíamos 20
cm con media pulgada y a nadie le parecía un comentario despectivo. Sueño con
un mundo en el que, terminabas una frase con un “sin brazos, no hay galletas” y
a ninguna asociación se le ocurría ir a un juzgado a denunciarte. Un mundo en
el que los gangosos eran los más inteligentes del bar, los borrachos llamaban
al timbre apremiando a quien les contentara que bajara a ver si era su marido y
a nadie le parecía que fuera un desprecio hacia una enfermedad. Un mundo normal
donde un inglés un francés y un español competían por hacer la mayor burrada imaginable
y a nadie le parecía xenofobia. Un mundo donde dos se encontraban en medio de
la selva cargando con un yunque y una cabina telefónica y a nadie le podría
parecer una crítica intolerable a las personas de coeficiente intelectual bajo.
Cuando
volvamos a llegar a eso, entonces y sólo entonces podremos hablar de humor sin
límites que creo que es lo mejor que le puede pasar al mundo.
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