miércoles, 1 de mayo de 2019

Los límites del humor - La columna by Guille

El otro día tuvimos la oportunidad de  leer la última broma del controvertido comentarista y poeta Camilo de Ory al respecto del pequeño Julen Roselló. Realmente desafortunada, sobre todo porque una cosa es hacer un chiste de un caso hipotético, que de un suceso ampliamente conocido por la mayoría. En el primer caso hablaríamos de una frivolidad extrema pero graciosa y, en el segundo, dada la sensibilización, la empatía y la ternura desplegada sobre el sujeto paciente, nos sugiere una desproporción de mal gusto, ya que, además, lo trágico, infunde respeto y, más aún, a un niño.

Es cierto que el humor juega con los límites del rechazo para romper las normas y entrar en el desconcierto y la hilaridad. Aún así, deberemos distinguir entre la perversión y la sutil transgresión, entre la empatía o la falta de sensibilidad.

Pongamos otro ejemplo actual: el caso del humorista recientemente fallecido en plena actuación, Paul Barbieri. Los humoristas, entendemos, son gente buena que quiere hacer reír a otra gente. Esto nos posiciona nuevamente en una postura de ternura, aún no siendo tan extrema como en la de Julen. Cualquiera  podría sacar fáciles conclusiones a raíz del destino del humorista. Que murió en acto de servicio, que murió de risa o que, simplemente, murió haciendo lo que más le gustaba. Claro está, son expresiones muy diferentes. La primera es cruel, porque le deja en posición subordinada a su deber y es una víctima que muere. En la segunda expresión, ocurrente, sí, pero nos deja un poco bloqueados por ser escatológica por un lado y porque empatizamos con el triste final. Y, en la tercera, al decir que murió haciendo lo que más le gustaba, es más condescendiente con el sujeto, más victoriana, con lo que parece, quizá, más correcta.

En general no desarrollamos la misma empatía con nuestro vecino, que con nuestro hermano, o que con un inmigrante desconocido. Sí, eso es así. Con lo que llegamos a las conclusiones de que, si queremos trivializar la muerte de algún ser conocido, hagámoslo allá donde no sea querido. Es decir, que el humor debe desplegarse en los foros adecuados, si es que el humor versa sobre alguien. O que el humor debe ser lo más impersonal posible si nos referimos a personas valoradas. Con lo que, el humor, inevitablemente, está unido a lo políticamente correcto en el caso de estas figuras queridas.

Así que, si queremos hacer reír en una situación así, quitemos al sujeto y trivialicemos lo trágico: "Era un humorista tan bueno, tan bueno, tan bueno, que murió de risa en su propia actuación".

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