Me despierto porque estoy tiritando de frío, tengo la ropa mojada y la arena se me clava como cristales rotos en el cuerpo pegajoso. Me levanto con esfuerzo, me duelen músculos que ni tan siquiera conocía. Camino hacia la orilla del mar, me siento y me quedo ahí un rato. El sol está empezando a salir. No recuerdo nada de lo que pasó ayer, ni dónde estoy, ni cómo he llegado hasta aquí. Pero tampoco me importa. En parte porque si me giro y echo la vista atrás puedo ver a Marc y a Teresa que están durmiendo muy pegados bajo una sombrilla de paja. Y unos metros más allá está Jorge, le falta un zapato y las olas están a punto de alcanzar su pie descalzo. Miguel se acaba de sentar a mi lado con la camiseta hecha jirones, está mirando al horizonte muy serio y me cuenta la misma historia de siempre.
—Tío, algún día pienso construir un barco. Ya sabes, con cosas que encuentre por ahí en plan el tío ese de la película de El naufrago. Y me largare de aquí, jurao que me largare de aquí.
—Tom Hanks.
—Eso tío, Tom Hanks.
Jorge se acerca a nosotros preguntando por su zapato, tiene un pegote de sangre seca bajo la nariz. Despertamos a Marc y a Teresa y empezamos a caminar por la playa sin un rumbo definido. Paramos a una señora que está paseando a un perro minúsculo. Teresa está vomitando en una papelera mientras la mujer nos indica que es domingo y que estamos en Benidorm y antes de marcharse nos lanza una última mirada de condescendencia. Creo que ha pensado que somos ingleses. Cuando llegamos a la estación Miguel se da cuenta de que le han robado la cartera así que hacemos una colecta entre todos para pagar su billete. Entro al lavabo y reparo por primera vez en que tengo un moretón en el ojo y ahora, consciente, siento el dolor y me siento vivo. Puedo oír a mi madre sollozando desde aquí cuando me vea la cara.
—Cuando sea mayor quiero ser escritora y le hablaré al mundo sobre nosotros. Todos van a querer oír nuestra historia.
—Tú ya eres mayor, Teresa.
—¿Por qué no te vas a la mierda en ese barco tuyo?
Los chicos se están peleando cuando llega el tren. Jorge y yo nos jugamos la ventanilla a piedra, papel o tijera. Gano yo, me siento, me pongo los auriculares y abro el Spotify. Suena Perfect day de Lou Reed y entonces recuerdo. Recuerdo a ese amigo de Miguel, el de las pastis. Nos ofrece unas pero no nos quiere decir lo que son. Tampoco le preguntamos demasiado y nos comemos una cada uno. El resto todavía está un poco borroso. Teresa y Marc discuten en la salida de la discoteca.
—Y follas fatal.
—¿En serio? ¿Eso es lo último que piensas decirme? podría morir dentro de diez minutos y eso sería lo último que me habrías dicho.
Nos hemos subido a un tren, una pareja de ancianos se cambia de asiento cuando nos ve llegar. Marc y Teresa están llorando y Jorge está empezando a pillar rollos.
—Chavales, creo que mi zapato me está hablando. Trata de decirnos algo importante, todos deberíamos escucharle.
—Dicen que somos la generación perdida, pero los que están perdidos son ellos —Miguel le toma el relevo, ha encontrado algo en el bolsillo y se lo está restregando por las encías.
Lo último que recuerdo es que Marc y Teresa se lo están montando al otro lado del vagón cuando un revisor llega y Jorge le pega un cabezazo. Después llegan dos tíos enormes y nos echan violentamente en la siguiente parada. El resto se ha perdido en algún rincón de mi memoria. Acabará aflorando (o no) pero ahora mismo mis pensamientos se centran en mi madre esperando en el descansillo con una lágrima resbalando por su mejilla y en mi padre que me igualará el otro ojo en cuanto me vea. Miguel asoma la cabeza entre el asiento de Jorge y el mío. Yo me quito uno de los auriculares para oír lo que tiene que decir, ahora está sonando Where is my mind? de los Pixies.
—Tío, me gustaría ser un mago. En plan para chasquear los dedos y que fuera viernes otra vez, ya sabes, y que nuestra mayor preocupación fuera encontrar un after.
Hada
Estoy llorando de risa. Es genial. Lo leí escuchando las respectivas canciones.
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