Qué mar!, la memoria
En aquella cafetería
abarrotada de gente, de actividad y de griterío es donde recibió la
llamada de su hermana. Se dio cuenta que llevaba una temporada muy
estresada y, justo ahora, al hablar con ella, es cuando lo empezó a
valorar. De fondo oía el tintineo de cubiertos y vajilla al chocar,
las voces de los camareros, alguna conversación de fondo, el
tráfico, la radio,… La vida cosmopolita era muy exigente, al igual
que su trabajo… recordó la imagen de aquellos fines de semana de
casi verano, cuando todavía eran unas niñas…
La mamá lo tenía
todo organizado; el coche cargado con las maletas y la comida, el
depósito de gasolina bien lleno. Recogería a las niñas a la salida
del colegio y se enfilarían hacia aquel pequeño paraíso. La casa,
hoy de invitados, se llamaba “El Morito”. Una pequeña y antigua
construcción de principios del XIX separada por 50 metros de tierra
de la casa de los anfitriones que estaba frente al mar.
Ella era muy
diligente; de buena mañana preparó la casa y el desayuno a base de
leche fresca, las galletas de la abuela y el bote de cacao. Sí, en
aquella casa nunca había un cacao fácilmente soluble. Era una
experiencia para las niñas remover y remover la leche del vaso y,
aún así, ver que seguía habiendo grumos. Sacar una cucharadita con
alguno de ellos, a poder ser uno solo, e intentar morderlo, sentir la
extrañeza de cómo se deshacía en la boca e intentar no toser, era
una delicada tarea; y a su vez notar su intenso y frío sabor al
pasar por la garganta… ooh…
Despertar sentadas a
la mesa, en aquella naya sin pintar, de altas y antiguas columnas,
con vistas de árida tierra daba la sensación de que el tiempo se
perdía. Se presagiaba un día de calor, aún así hacía fresquito,
la brisa húmeda y los olores, el sonido de las hojas al ondear y, de
fondo, el sonido del mar, suave, constante, tranquilizador, … sin
expectativas de qué hacer ese día…quién sabía, hacer agujeros
en la tierra, explorar bichitos, coger flores, jugar a la pelota y a
muñecas, estar dentro de casa a medio día, bañarse en la piscina
de la casa grande, ir a la playa, leer un cuento, ayudar a cocinar, …
- La cuenta
señorita, aquí tiene!- Gracias
Y siguió pensando:
“Quién recuerda los descampados… parece que ya no queden…”
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