LA VERDAD
Era
viernes y llegaba con urgencia al cuarto de baño. Llevaba aguantándome desde
las dos, y eran las cuatro de la tarde. Abrí apresuradamente la puerta de casa,
dejé el bolso en el mueble de la entrada y sin quitarme el abrigo corrí hacia
el baño. Mi hija estaba estudiando en la habitación de al lado. El baño se
comunica con su cuarto, así que abrí la puerta y me senté rápidamente en el
retrete. Ella estaba sentada en su escritorio.
-
Perdona hija. Es que voy a reventar y me voy corriendo. ¿Todo bien
cariño?
-
Sí, todo bien. Qué pronto has venido hoy, ¿no?
-
Sí, es que tengo depilación y llego tarde. Me voy cagando leches.
-
Sí, sí, no lo jures.
(Reimos
juntas)
Mientras
disparaba la mascletá ví la cama por hacer, y la habitación hecha un desastre.
No me extrañó porque era habitual que su habitación estuviera en esas
condiciones.
-
Hija, ¿tanto cuesta arreglar la habitación y hacer la cama? Por la
mañana vais con el tiempo justo, pero ahora cuando has llegado, podías haberlo
recogido todo.
-
Ahora lo hago.
-
Venga, te ayudo y lo hacemos en un momento, entre las dos.
-
No, déjalo, vete que tienes prisa, ya lo hago yo.
Me
resultó extraño que rechazara mi ayuda, pero como yo tenía poco tiempo, entendí
que era por mí. De repente, tuve un presentimiento. No sé cómo ni por qué pensé
“hay alguien más en la habitación”
-
Sí venga, hagamos la cama juntas y recoges ahora y luego sigues. Así descansas
un poco.
Quise
mirar debajo de su cama, pero ella no me quitaba ojo. “Si miro y no hay nadie,
pensará que desconfío de ella”. Al agacharme a estirar las sábanas, pasé la
mano por debajo de la cama, para ver si alcanzaba a tocar algo, pero nada.
-
¿Qué vas a hacer esta tarde?
-
Nada, estudiar. Tengo exámenes. No puedo salir.
-
Venga, pues recoge toda esta ropa y échala a lavar, y ventila un poco,
estudiarás mejor.
-
Ahora cuando te vayas la recojo. No seas pesada.
-
No, cuando me vaya no, ahora.
-
Vale, pues ven conmigo y mientras te cuento una cosa.
“No
quiere que me quede sóla en la habitación”. Más que el haberse saltado las
normas, me daba mucha rabia que me mintiera. En los últimos meses le había
pillado alguna que otra mentira adolescente, totalmente esperable, pero mentira
al fin y al cabo. Habíamos dejado claro que mentiras ni una.
-
Bueno, tengo que irme. Luego me sigues contando.
La
verdad es que no recuerdo que me contó. Cogí mi bolso y salí de casa. Llamé al
ascensor y entré, pulsé el cero. “Tampoco tenía tanta importancia, pero la
norma era la norma, y si no tenía importancia, por qué lo escondía”. Me mataba
la curiosidad. Estuve a punto de anular la depilación, pero “y una mierda,
también me voy a quedar sin depilarme. Es igual, llego tarde y ya está. Otras
veces me hacen esperar a mí”. Entonces paré el ascensor y apreté de nuevo al
octavo. Al salir, me quedé fuera y pegué mi oreja en la puerta. Escuché unos
pasos aproximarse hacia ella desde el interior. Puse mi dedo índice en la
mirilla. “Se va a cagar”, pensé. “Que se joda. ¿Por qué no me ha dicho Steven
ha venido un momento, pero ya se va...?”. Llevaban juntos un par de meses. Metí
la llave en la cerradura y volví a entrar. Ella pasaba por la entrada, así por
casualidad.
-
¿Qué haces aquí mami?
-
Me he olvidado algo.
-
¿El qué?
No
tenía preparada la respuesta, pero rápidamente dije:
-
Unas bragas limpias.
Me
dirigí hacia mi habitación, y extrañamente la oí en dirección a la cocina.
Llevaba la ropa sucia en la mano. “Tenía unos segundos”. Entonces, corrí a su
habitación para mirar debajo de la cama. Con las prisas, no encendí la luz,
simplemente me arrodillé junto a la cama, levanté el cubrecanapé, y miré.
Estaba oscuro, sólo se veía ocuro, pero no se distinguía si había alguien o no.
“Mierda” pensé. “Me voy a quedar con las ganas de saber si está”. La oí
acercarse y me levanté corriendo.
-
Hija, que oscuro está esto.Levanta los stores y abre las ventanas, que
entre luz natural y se ventile.
-
Que sí pesada, que ya voy.
Entonces
pensé que durante el tiempo que yo había tardado en salir y entrar, podía
haberse cambiado de sitio, o haber salido de casa. No estaba segura de si había
o no alguien debajo de la cama, pero de ser así, se había hecho caquita,
seguro. De estar, dudaría si yo lo había visto o no. Antes de irme, me recorrí
la casa entera, y ella detrás de mí. No ví nada.
-
Todo bien hija?
-
Que sí. ¿Qué haces?- preguntó al verme entrar y salir de las
habitaciones.
-
Nada, ya me voy. No sé ni qué iba a hacer- le dije para salir del paso.
Sólo
se me ocurrían dos alternativas, preguntarle directamente o irme con la duda.
Decidí irme. “¿Qué importancia tiene?”, pensé. Ya no sabía qué pensar, pero me
machacaba por dentro que me mintiera, que lo escondiera, que no me lo contara.
“Me voy a quedar sin saber la verdad”. En
las últimas mentiras, lo que me dolía era que, a pesar de preguntarle, lo
negara.
Pasé
toda la tarde fuera de casa y, no sé cómo, me olvidé por completo. No regresé
hasta después de cenar. Había salido a cenar con mis amigas. Al llegar a casa,
volví a verla allí, sentada en su escritorio, estudiando. Entonces, me acordé
de lo que había sucedido esa tarde. Por un momento dudé en si hacerlo o no,
pero al final lo hice:
-
Te voy a hacer una pregunta y quiero que me digas la verdad.
Ella
me miró atentamente, muy seria.
-
¿Estaba Steven esta tarde en casa cuando he llegado?
No dudó ni un instante, y muy seria me dijo:
-
No.
No le di un beso como cada noche al acostarme.
Me puse el pijama y me acosté rápidamente. Mi marido dormía. Me sentí como un
pájaro desplumado. Recordé la escena, paso por paso. “Dios, que espectáculo”.
Lloré hasta que me dormí.
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