lunes, 14 de enero de 2019

Cuarto relato

Cómo casi cada año habíamos ido a pasar unos días al pueblo de mis abuelos,
a casa de mis tíos. Los pueblos son, en principio, lugares tranquilos, seguros,
sanos, o eso solía pensar yo por aquel antonces. Ahora tengo otra opinión de
ellos, por lo que sucedió ese día y porque se oyen muchas cosas
escalofriantes, que ocurren en los pueblos.
La hermana de mi abuela tenía una casita en la montaña, y de vez en cuando
íbamos a pasar el día, toda la familia, y hacíamos a leña tortitas fritas,
gachamiga, carne, embutido... Era invierno, hacía frío, pero lucía un sol
expléndido.
Tengo la imágen de alejarme de la casa cogida de su mano. Íbamos a hacer
una excursión por la montaña. No quiero ni pronunciar su nombre. Me caía
bien, me divertía con él, y en ningún momento sentí nada extraño.
Caminamos durante un rato por el monte, él me explicaba cosas acerca de las
plantas y los animalitos con los que nos encontrábamos. Bueno, la verdad es
que no lo recuerdo bien, pero imagino que así fue. Lo que sí que recuerdo es
que me pidió que nos sentáramos, y a mí, que por aquel entonces era poco
aventurera y algo perezosa, me pareció una idea estupenda. Bueno, tampoco
lo recuerdo, pero me imagino que así fue.
- Ven, siéntate aquí, encima de mis piernas, mirándome- eso lo recuerdo
como si fuera ayer.
Para poder sentarme como él me pedía, abrí las piernas. Entonces me cogió
de las manos y me acercó aún más hacia su cuerpo. Yo obedecí. Siempre he
sido muy obediente. Sólo tenía 9 años, él unos 25. Todavía veo su cara pegada
a la mía, su pelo rapado, su narizota y sus gafas de metal doradas.
- ¿Sabes dar besos como en las películas?- me preguntó.
Yo, ni siquiera respondí, apenas me dió tiempo a mover la cabeza de un lado a
otro. Me atrajo hacia él y me dijo:
- Voy a enseñarte.
Acercó su boca a la mía e introdujo su gorda y babosa lengua en mi boca
pequeña e inocente. Sólo sentí asco, y algo me avisó de que eso no estaba
bien. Entonces le dije que quería irme, que quería volver a la casa donde
estaban todos.
Lo siguiente que recuerdo es el interior de la casa, a mi padre y a mi abuelo a
mi lado, sin separarse de mí ni un sólo instante, el calor de la chimenea, el
alboroto de la gente.
Recuerdo contar lo que me había sucedido, nada más llegar, pero no recuerdo
quién fue el afortunado en saberlo primero. No dudé ni un instante en que

debía decirlo. Ese día no tuve ganas de jugar, ni siquiera de comer, y tengo
que confesar que la comida es uno de mis mayores placeres. Ahí terminó el día
para mí, y las vacaciones en aquel pueblo. No sé si nos quedamos más tiempo
o nos fuimos, no lo recuerdo.
Tardé muchos años en volver a verle. No quería saber de él y me repugnaba el
simple hecho de oír pronunciar su nombre. Menos mal que no es un nombre
común. No he conocido a nadie que se llame como él, únicamente a su padre.
Ójala con el nombre pudiera extinguirse la especie.
He sabido de su interés por el porno, por las prostitutas, por la bebida y por la
marihuana. Sigue viviendo en el mismo pueblo, con su madre, aunque pasa
temporadas en la casa de la montaña, él sólo o quién sabe con quién.
Muchas veces he pensado que mis padres tuvieron la culpa de aquello, por
haberme dejado ir con él. ¿Acaso no lo conocían? Era primo hermano de mi
madre, un chico raro al que le gustaba salir a cazar y la decoración de su
habitación eran pájaros disecados. Era simpático y divertido, pero ¿nadie
pensó que no era la persona más idónea para ir solo a la montaña con una
niña pequeña? Mis padres eran bastante sobreprotectores, pero me dejaron ir.
Durante años me sentí rara, sucia, y al mismo tiempo valiente y lista por
haberlo contado. Y seguía preguntándome por qué me permitieron ir. Quizás
insistí y por eso me dejaron. Igual le pedí permiso a la persona equivocada, y
los demás no estaban informados. No lo recuerdo.
De adolescente, cuando un chico me besaba, dejaba de gustarme, me daba
asco. Llegué a pensar que era rara, y que los chicos no me gustaban. Se me
pasó por la cabeza el meterme a monja, para no tener que besar a ninguno,
pero la verdad es que sentía atracción por ellos y curiosidad por el sexo,
aunque eso me hacía sentir mal, casi siempre. Con los años maduré y pensé
que eso mismo le ocurría a la mayoría de mis amigas, y dejé de sentirme
diferente. Lo he contado en más de una ocasión, pero nunca les he preguntado
acerca de sus sentimientos y emociones con respecto al sexo en la
adolescencia.
Recuerdo el primer beso que no me dió asco, se llama Carlos. Teníamos 15
años. A veces pienso que supe elegir y reaccionar a tiempo, otras que tuve
muchísima suerte, pero todavía hoy sigo pensando en lo diferentes que podrían
haber sido las cosas, y en todo lo que podría haber ocurrido, allí, en medio del
monte, solos. En ocasiones, hasta le estoy agradecida por no forzarme, por
parar justo cuando yo se lo pedí, y devolverme sana y salva. Dios, era sólo una
niña.
El otro día salí a cenar con mis primas. Ahora les ha dado por bromear con su
nombre. A la verga del negro del whatsApp le llaman como a él. Tiene guasa.

Al principio no me molestaba, o me incomodaba pero no decía nada, quería
quitarle importancia, pero ahora quiero que dejen de nombrarle, por eso les
conté la historia. No la sabían, o no la recordaban. Ya no volverán a nombrarlo
más.
No quiero ni imaginar cómo deben sentirse las personas que han sido víctimas
de abusos, de violaciones, de maltrato. Me pongo a hacer otra cosa, no quiero
pensar en ello. Malditos hijos de puta!!

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