LEÓN 1990
El teniente quería hablar urgentemente conmigo. Era el responsable de la investigación del caso del
cadáver en la cripta de la catedral. Le hice pasar enseguida. Tras los formulismos habituales entró de
lleno en el asunto.
- Mi teniente coronel, tenemos un sospechoso de asesinato.
-¡Cómo! ¿Un cadáver que lleva tantos años bajo tierra y en apenas unos días ya tienen un sospechoso?
- Sí mi teniente coronel, he querido hablar con usted porque es un verdadero problema para nosotros.
El sospechoso es un compañero que se jubiló hace apenas dos años y sigue viniendo a vernos
habitualmente.
- ¡No jodas! ¿Quién es? -dije pensando en Cepedano.
- El sargento Antonio Cepedano.
Me quedé paralizado. Estaba mencionando a un amigo. Uno de los hombres más formales, cumplidores,
rectos y patriotas que había trabajado conmigo. Antes que pudiera decir nada el teniente prosiguió.
- Sé de la buena relación que ha tenido con el Sargento, por ello no he hecho oficial esta investigación
hasta que usted nos diga lo que debemos hacer. En cualquier caso me he permitido traer a la
comandancia al sospechoso con el ánimo de interrogarle. He pensado que querría usted hablar primero
con él.
- Muy bien hecho. Páseme su informe y el pericial. Dígame, ¿Cómo sospecharon de él tan pronto?
- La cripta está llena de escombros y el cadáver apareció en un recoveco con una serie de enseres
personales, en especial restos de tabaco barato. Pero en otro espacio aparecieron un montón de colillas
de tabaco más caro con el filtro mordisqueado, tal y como suele hacer el Sargento y de la misma marca
que fuma él.
- ¿Y en eso se basa para decir que es sospechoso?
- No mi teniente coronel. Ante la coincidencia fui a preguntarle si él había estado alguna vez en la cripta
y su reacción airada y negativa le delató. Llegó a dar datos que nosotros sólo sabíamos por haber estado
allí.
- En fin, una autoinculpación no da pie a dudas. Pida que me traigan el expediente personal del sargento
Cepedano y hágalo esperar hasta que lo llame.
Tras la marcha del teniente empecé a hojear el trabajo que habían hecho. Esta nueva generación de
oficiales de la Guardia Civil viene con la lección aprendida. Con estos documentos van a un juez y
Antonio se pudre en la cárcel hasta que se muera.
Llamaron a la puerta otra vez. Me traían la vida laboral de Cepedano. Me sirvió para marcar las fechas
de sus tres períodos laborales. Entró en la Guardia Civil en el 45 con sólo 22 años, su primer destino fue
perseguir maquis al norte de la provincia. Tuvo mucha actividad con varios detenidos y alguno abatido.
En uno de los enfrentamientos fue herido de muerte su compañero. Fue condecorado por su trabajo y
destinado a la capital en el 52 cuando se comprobó que ya no quedaban maquis en las montañas.
Aquí en la capital trabajó en el cumplimiento de la Ley de vagos y maleantes hasta el 70. Luego trabajó
en estas oficinas donde nos hicimos amigos. Sus ascensos fueron por méritos, no por su formación ya
que apenas sabe leer y escribir.
Me quedé un rato pensativo. Me dolía muchísimo mandar a un amigo y un auténtico patriota a prisión.
Quería saber porqué lo mató. Salvo en la época de los maquis no había disparado su arma reglamentaria
contra nadie. Sí que había realizado muchas detenciones pero sin tener que usarla.
Debía haber algo personal de su vida que yo desconocía. Habíamos hablado muchas veces de nuestras
respectivas familias y nunca salió en conversación ningún muerto ni ningún ataque a nadie cercano a él.
Quizá calló por vergüenza. Pronto saldría de dudas. Hice llamar a Cepedano al despacho. Entró
cabizbajo, pidiendo permiso como un novato, sin atreverse a mirarme a la cara. Le mandé sentarse y
tras unos segundos de silencio intenté ganármelo.
- Vamos a ver Antonio. No se ponga así que nos conocemos desde hace muchos años. Tenga en cuenta
que si está aquí es porque no está detenido ni se ha presentado todavía ninguna denuncia.
Él levantó la cabeza y me miró sorprendido. Me di cuenta que ya se había juzgado y condenado.
- ¡Cepedano leches! quiero que me cuente todo lo que pasó y por qué pasó. Sólo así podré ayudarle.
Carraspeó un poco y pidió permiso para fumar. Se lo di y enseguida sacó un cigarrillo lo encendió a la
vez que mordía fuertemente el filtro. Sentí que dudaba, pero tras un par de caladas empezó hablar.
- Sí, lo maté yo. Ese hijo de puta se lo tenía bien merecido. Era un maqui, pero no cualquier maqui. Era el
que dispara bien. El que se cargó a varios de los nuestros.
- No me estará hablando de Manuel Girón.
- ¡No mi teniente coronel, no! Ese cayó en el 51, pero era de su partida. Ya sabe que se dividían para
atacar. Se conocía el Bierzo mejor que los lugareños. Desde la muerte de Girón se movió muy poco y
trató de sobrevivir sin atacarnos. Solo robaba o pedía. Cuando nos trasladaron a todos yo sabía que él
aún estaba allí.
- ¿Qué le hizo pensar que ese hombre era el que dice?
- Nuestros servicios de información nos avisaron de un recién llegado que se movía entre los
transeúntes y maleantes de las calles. Sobrevivía como vendedor ambulante de vajilla. Me mosqueé ya
que el informe decía que era un agricultor de las montañas del Bierzo, que se vino a León a probar
fortuna ya que allí se moría de hambre.
- Sigo sin saber por qué piensa que era maqui, o mejor dicho el último maqui.
- Mi teniente coronel, recorrí el Bierzo de punta a punta. Él no era ninguno de los agricultores de la zona.
Apenas los había de su edad, y a ésos los teníamos muy vigilados.
- Siguen siendo sospechas pero no hay una sola prueba.
- Un día lo vi en la calle y le pedí que se identificara. No llevaba papeles consigo. Lo estuve interrogando
y no pude sacar nada en claro. Era listo, no entró en contradicciones y lo tuvimos que soltar. Cuando lo
volví a buscar había desaparecido. Gracias a los soplones nos enteramos que había buscado un
escondite para él solo. Sólo sabían que era muy céntrico. Se escondía como los maquis. Me costó
encontrarle, fue una tarde en la calle San Lorenzo pero él me vio y salió a la carrera. Como había
encontrado su zona y empecé a recorrer el territorio de paisano, en especial al atardecer. Tras varios
días y ayudado por la fortuna lo vi salir entre unas ruinas al lado de la catedral. Dejé que se fuera y luego
me acerqué. Había encontrado su escondite. Era un pequeño agujero tapado por matorrales que daba
acceso a la cripta de la catedral.
- ¿En qué año fue lo que me está contando?
- En el 62. Un día que libraba me acerque y esperé a que saliera. cuando salió dejé que se alejase y me
metí yo en su agujero. Lo recorrí. encontré su escondite y busque otro para mí para esperarle. Habían
unas tumbas grandes muy antiguas y me pude meter entre ellas. Esperé varias horas hasta que regresó.
Cuando lo hizo le cerré el paso hacia la salida apuntándole con la pistola y con una linterna.
- ¿Confesó que era maqui?
- No. De haberlo hecho lo habría sacado de allí para entregarlo. Se negó a confesar. Tenía muy claro que
no tenía ninguna sola prueba contra él. Se envalentonó sabiendo que lo que dijera allí no me iba a servir
para nada. Me dijo que declararía que se había tenido que refugiar allí porque yo le perseguía y que
serían muchos de los que viven en la calle que estarían dispuestos a declarar contra mí. Sabía que los
maleantes tenían muchas ganas de perjudicarme y que no saldría bien parado de todo aquello. Debió
captar mis dudas ya que trató de escapar. Me tiró tierra a la cara y corrió hacia la salida. Disparé sin ver
nada. Le di en el vientre. Tardó muy poco en morir. No me dijo nada pero en su mirada me sorprendió
que no había ninguna rabia por matarlo. Lo que vi era casi un gesto de agradecimiento. No entendí nada
en ese momento pero con el tiempo comprendí que casi me daba las gracias por quitarlo de en medio.
Debía estar cansado de vivir huyendo.
- ¿Se fue de allí nada más murió?
- No. Lo acomodé en su jergón y busqué por el suelo hasta encontrar la bala. Luego salí y cerré el
agujero con la piedra más grande que puede encontrar.
Tenía que encontrar alguna forma de sacarlo del lío en el que se había metido. Le pedí que saliera y que
esperara y llamé de nuevo al teniente. Necesitaba más información. Cuando llegó le hice sentarse y le
pedí que me aclarase como habían descubierto el cadáver.
- Por una llamada de unos obreros que haciendo unas obras de mantenimiento se lo encontraron.
Fuimos a investigar, pero no quisimos hacer nada ante el juez hasta saber si el cadáver era reciente o era
antiguo entre basura de este siglo. Ahora sabemos de golpe que es de este siglo y quien lo mató.
- ¿Con quién hablaste? ¿con los obreros o con alguien más?
- Sólo con los obreros. Ellos lo trasmitieron al capataz. Lo sé porque me acaba de llamar para decirme
que no quedan fondos para seguir con la obra y tienen que volver a cerrar la cripta. Quiere saber si
pueden sellar la cripta con el cadáver dentro o no.
-¿Les has dicho que hacer?
-Le he dicho que esperaba ordenes de la superioridad y que le llamaría en breve.
Me quedé unos segundos en silencio y tratando que el teniente no viera mi sonrisa le dije
- Muchas gracias teniente. Asumo yo este caso. Páseme el teléfono del capataz.
Tenía claro que hacer. Ordenar el cierre de la cripta y decir que si nuestras investigaciones nos obligaban
a abrirla ya nos encargaríamos nosotros.
En cuanto se fue el teniente hice pasar de nuevo a Antonio. No le deje sentarse. Me acerqué a él , le di
un abrazo y le dije que era el tipo con más suerte del mundo. Él no entendía lo que le decía hasta que le
explique que iban a cerrar la cripta con el muerto dentro.
- ¿Qué van hacer con el cadáver?
- Si en todos estos años nadie ha preguntado por él no creo que ahora lo busquen. La Guardia Civil no va
hacer nada, pero usted sí.
Me miró perplejo sin saber a que me refería así que le aclaré la situación.
- En cuanto cierren la cripta va a ir a mover la piedra con la que tapó el agujero. Sacará el cadáver sin
dejarse un solo hueso y le dará cristiana sepultura. No me importa dónde pero que quede enterrado
donde no lo puedan encontrar.
- ¿Por qué he de llevarme el cadáver?
- Porque si no lo encontrarán en la próxima excavación y con nuevos métodos científicos pueden
descubrir que lo mato usted y nos acusarán de protegerle, pero si no hay muerto no habrá investigación.
Antonio me abrazo llorando. En ese momento me sentí orgulloso de haber salvado a un patriota de toda
la vida.
Pasado un mes me dijo que, tanto el cadáver como las colillas que lo delataron ya estaban donde nadie
podría encontrarlos. Ahora, para cerrar definitivamente el caso, sólo me quedaba ayudar a promocionar
al teniente a capitán en la comandancia de otra provincia.
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