miércoles, 21 de noviembre de 2018

Relato 2




En el mito de Sísifo Camus a propósito del personaje de Kirilov de los endemoniados de Dostoievski establece un claro criterio para distinguir entre un tema filosófico como el que recoge en su Diario de un escritor sobre el suicidio lógico La existencia es engañosa o es eterna. Si Dostoievski se contentara con este examen seria filósofo, pero ilustra en sus novelas las consecuencias que esos juegos del espíritu pueden tener en una vida humana y en eso es artista. Es decir, a través de un relato. Este razonamiento le sirve a Camus para justificar su narrativa y espero que me sirva a mí para este propósito.
En la vida real estaba aislado al final de la playa con un episodio de disnea en plena gota fría debido a una bronquitis aguda. Nada peor que el miedo a ahogarse. Tras diversas peripecias me atendieron en urgencias y estuve una semana en el Francisco de Borja. No me gusta demasiado el futbol, pero la lucha con una sádica enfermera-con un peinado igualito al del demonio andrógino de la novena puerta - para escapar del hospital y acceder a un cajero automático para ver en la habitación el Atleti-Atlético, un día y otro el Betis -Barcelona, los recuerdo como los días más felices desde que acabo el verano.
En el terreno onírico o poético como se puede ver mis sentimientos eran más complejos tanto respecto al suicidio lógico como a la enfermera.

Playa en invierno

A Raúl zurita y a cormac McCarthy por la extrema ternura de su frio

Y voy al sur como las aves y te espero mirando el cielo y veo entre la neblina el círculo rojo del sol casi apagado (el sol casi apagado te das cuenta a causa de nuestro corazón cansado, de nuestras pobres palabras en el límite del sueño, de nuestro miedo a la locura, a las quimeras)
Y voy al sur para saber si volverá a amanecer y andar descalzo en la orilla con los dedos de los pies manchados de alquitrán, con la espuma sucia del mar en los tobillos y oliendo las algas podridas y los peces bajo la bandada de las gaviotas y soñando con la nada blanca y con la máscara del mono que al desenterrarnos nos arrancaba los brazos.

Mariano Rodríguez-Anchuelo rodríguez

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