Hace un día precioso en
Sanit-Sauveur. El sol sonríe a todos los habitantes pero no todos están atentos
a su sonrísa. Saint-Sauveur es uno de los pueblos más
bonitos y pintorescos de Canadá. Una mezcla de culturas lo hace interesante y
único. Todo hace pensar que, como cada año, el viento helado dará una tregua y
llegará el verano, pero ya es junio y hace mucho frío.
Patrick, un chico de 16 años vive
allí. Es moreno, de ojos verdes, alto y fuerte, y es muy inteligente. Vive en
una casa preciosa, rodeada de montañas, junto a un lago. Tiene una hermana, Sarah,
de 13 años. Tanto Patrick como Sarah son dos hijos ejemplares, sacan muy buenas
notas, son obedientes y les gusta ayudar a los demás. Sus padres trabajan mucho
y son un ejemplo de sacrificio y esfuerzo. Los cuatro forman un tándem
perfecto. Bajo esas circunstancias todo debería
ir bien, pero Patrick no es feliz. Apenas sale de casa, y últimamente falta mucho
a clase, aunque eso sus padres no lo saben. Hoy se ha atrevido a ir. Sabe que
por el camino volverá a tropezarse con los fantasmas que un día aparecieron en
su vida, pero hoy está decidido a acabar con ellos.
Como cada mañana, y en el mismo
lugar, le esperan. No hay otro camino para ir a la escuela. Patrick camina
sumido en sus pensamientos. De repente los oye.
-
Pero
si es el niño mimado y cobarde, que por fin ha salido de su escondite. ¿Se
puede saber dónde vas?
Patrick les oye pero no les
escucha, no contesta y sigue su camino, consciente de que en cualquier momento
volverán a golpearle.
-
Nenaza,
di algo, que te estoy hablando a ti. ¿Estás sordo?
El grupo de estudiantes que
acompaña al que le increpa, se ríe y le señala.
-
Tú,
Paul, demuestra que eres uno de los nuestros y dale a ese montón de mierda su
merecido – le dice el cabecilla a un chico que parece esconderse detrás del
resto.
Paul se ha rendido. Llevaban casi
un año haciéndole la vida imposible. Finalmente se ha hecho del grupo de los
agresores. Ha decidido que mejor dar que recibir, la pena es que no da lo que
le gustaría recibir.
-
¿Vas
a hacerlo o no?
Uno de los chicos deja su mochila en
el suelo, la abre y saca un bate de béisbol, y se lo da a Paul. Paul se queda
mirándolo, como bloqueado. Tras la insistencia de los chicos, lo coge.
-
Venga,
¿a qué esperas? Ves a darle su merecido.
Varios chicos le empujan. Paul se
siente acorralado, y aunque lo último que quiere es pegar a Patrick, sabe que
si no lo hace, el bate será para él. Tiene que hacer creer al resto que es uno
de ellos. Un escalofrío recorre su cuerpo. Vuelven a empujarle.
-
Parece
que Paul también quiere unos azotes – dice uno de los chicos.
Vuelven a empujarle. Patrick sigue
andando, parece no darse cuenta de lo que ocurre. Paul
lo
mira con rabia y se avalancha sobre él con todas sus fuerzas y lo tira al suelo.
Después se queda mirándolo. A pesar del calentón, siente frío. Nadie puede
verles, pues a esas horas no pasa gente por ese camino. Los demás chicos gritan
y siguen insistiendo.
-
Venga,
dale fuerte, dale, dale…
Entonces Paul comienza a golpearle
con fuerza en la espalda, en las piernas, en los brazos; otra vez en la
espalda. Está fuera de sí. Por fin se detiene y se aparta. Patrick no se mueve.
Por un momento, se hace el silencio. Nadie dice nada. El cabecilla da la orden
de retirada.
-
Venga
vamos, suficiente, a ver si ahora le quedan ganas de aparecer por el instituto.
Todos, incluido Paul echan a
correr. Corren y corren como si algún fantasma les persiguiera. También hay
fantasmas en su vida. No miran atrás. Paul se detiene, pero nadie se da cuenta.
Se esconde tras un árbol y se deja caer al suelo. Siente rabia, odio,
vergüenza. No entiende cómo ha podido hacer algo así. Todavía lleva el bate en
las manos. Lo suelta. Sin pensarlo, da la vuelta y corre hacia donde han dejado
a Patrick. Al llegar ve que no está. “Está bien”, piensa. Echa un vistazo a su
alrededor y no lo ve. De repente, a los lejos, en lo alto del puente, ve a
Patrick, de pie, asomado a las puertas de la nada, o quizás de la más grande de
las sonrisas. Sin pensarlo corre y corre a su encuentro. No quiere gritar. No
sabe si el resto se ha dado cuenta de su arrepentimiento, y podrían oírle. Saint-Sauveur es
un pueblo pequeño.
-
Patrick,
por favor, no lo hagas. Lo siento mucho. Perdóname. Por favor. Te quierooooooo -
ahora sin pensarlo.
Al oír las palabras mágicas Patrick
se gira, se queda mirando hacia donde está Paul, y se sienta en el suelo. Parece que no va a
hacerlo. Paul se detiene. A pesar del frío, siente el sol recorriendo de arriba
abajo su cuerpo. Recupera el aliento y sigue corriendo. Ya está cerca.
Entonces, justo antes de llegar a
donde está Patrick ve un móvil en el suelo. Es el de Patrick. Le extraña verlo.
Por un momento piensa en cogerlo, pero finalmente, se arrodilla junto a Patrick. Se miran. Se
abrazan. Y por fin lo hacen, se besan y se tocan sin miedo.
-
Sabía
que volverías, que no me ibas a dejar sólo. Mientras me golpeabas pensé que me
tocabas, que me acariciabas. No me dolían tus golpes.
Paul le retira el pelo de la cara y
le acaricia. Vuelve a besarle. Le mira fijamente. Esos ojos verdes le vuelven
loco. No hay ningún rasguño en su rostro. Vuelve a abrazarle, ahora con más
fuerza. Patrick se queja en silencio. Le duele todo el cuerpo.
-
Coge
mi móvil y dámelo. Le susurra al oído.
Paul se ha olvidado. El móvil – piensa
- ¿qué hace en el suelo? - Lo coge y se lo da a Patrick, quien pone su clave,
busca algo y se lo da de nuevo.
Patrick ha grabado lo sucedido y se
lo ha enviado a sus padres y a uno de sus profesores. Sabe que puede confiar en
ellos. Al fin se ha dado cuenta. A Paul parece no importarle.
-
¿Lo
habrías hecho?, le pregunta Paul.
-
No
estoy seguro, pero tenía que arriesgarme para evitar que lo hicieras tú.
Seguía haciendo frío, pero ya no
importaba. Se abrazaron de nuevo y una manta de sinergia les envolvió. Desconocían el final de la historia, pero
independientemente del desenlace, el buen tiempo para ellos ya había llegado, y
quien sabe si también para el resto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario